Las segundas lenguas nos abren a otras culturas y también nos ayudan a entendernos mejor.Ponte en situación: imagina que lees una historia sobre una pareja que adoptó un bebé con una discapacidad y que suministraron a ese bebé un hogar seguro y amoroso…
No obstante, al final de la historia, hay una entrevista en la que la pareja admite que su principal motivación para adoptar al bebé fue que el Estado les ofreció una gran suma de dinero.
¿Te escandalizarías? ¿O quizás te centrarías en el resultado positivo independientemente de las intenciones?
¿Y si leyeras esa historia en otro idioma, uno en el que tuvieras fluidez pero que no fuera tu lengua materna? ¿Habría alguna diferencia en cómo te sentirías respecto a la historia?
“Claro que no”, estarás probablemente pensando. “Lo incorrecto es lo incorrecto y lo correcto es lo correcto, no importa el idioma en el que suceda“. Desde luego eso fue lo que yo pensé.
Sin embargo, un artículo reciente publicado en Scientific American reunió varias investigaciones que demuestran que las personas reaccionan menos emocionalmente cuando funcionan en un idioma extranjero, lo que implica que juzgan las cuestiones de moralidad más según el resultado que la intención.
Existen varias teorías sobre por qué es cierto esto, incluyendo la idea de que hablar un idioma extranjero indica a nuestro sistema cognitivo que se prepare para una actividad extenuante, lo cual nos motiva a pensar más deliberadamente que reactivamente.
La teoría con la que más me identifico es que nuestros idiomas de la infancia tienen un mayor impacto emocional sobre nosotros, ya que son las lenguas en las que se forjó nuestra moralidad.
¿Dónde está, pues, el “verdadero” yo moral de una persona multilingüe? ¿Está en mis recuerdos morales, las reverberaciones de las interacciones cargadas de emoción, que me enseñaron lo que significa ser “bueno”? ¿O está en el razonamiento que soy capaz de aplicar cuando me libero de tales limitaciones inconscientes?
O tal vez, esta línea de investigación, simplemente ilumina lo que es cierto para todos nosotros, independientemente del número de idiomas que hablamos: nuestra brújula moral es una combinación de las fuerzas que nos dieron forma en etapas tempranas y las maneras en que escapamos de ellas.
Todos tenemos una brújula moral que nos ayuda a diferenciar el bien del mal, al margen de la intención, o que nos ayuda a ver que unas intenciones malas pueden cambiar con el tiempo y encontrar redención en buenas acciones.
Sin embargo, también creo que nuestras experiencias de la infancia —en particular las relacionadas con la moralidad y entrelazadas con la pérdida o el trauma— pueden predisponernos a reaccionar con más vehemencia ante ciertos dilemas morales.
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Tiene sentido que, si encontramos un mismo dilema moral en un idioma diferente, ese idioma aporte una distancia, una falta de familiaridad, que nos permite examinarlo de una forma más separada en vez de experimentarlo como una reacción cargada emocionalmente.
Personalmente, considero esto como algo potencialmente bueno, una oportunidad para todos aquellos que son capaces de escribir y leer en otro idioma de ver sus propias experiencias bajo una nueva luz, a través de los ojos de un desconocido, un extranjero. De esta manera, es casi una oportunidad para tener una nueva perspectiva sobre la experiencia de nuestra vida.
Al mismo tiempo, ese desapego relativo que encontramos al afrontar un dilema moral en un idioma diferente parece mitigar nuestra empatía, desconectándonos en cierto modo de las personas involucradas porque no conectamos a un nivel emocional de la misma forma que lo haríamos en nuestro idioma materno.
Ciertamente es útil saber este extremo y ser consciente de ello, para que tengamos un conocimiento que informe nuestras interacciones con quienes hablan un idioma diferente.
Una forma mejor incluso de abordar este hecho podría ser traducir a nuestra lengua materna los dilemas morales que encontramos en un idioma diferente, de forma que podamos comparar nuestras reacciones ante dicha disyuntiva y tomar más consciencia de nuestros propios prejuicios, ya sean emocionales o analíticos.