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¿Qué riquezas espirituales recibió Robert Schuman de su madre?

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Cecilia Zinicola - publicado el 09/05/18
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Eugénie Duren, una madre que le enseñó a su hijo a vivir una profunda vida espiritual haciendo el bien en todo momento 

Cada 9 de Mayo se conmemora el Día de Europa recordando la denominada Declaración Schuman, la cual se considera la semilla de la primera Unión Europea. 

La misma promulgaba una Europa unida para contribuir a la paz mundial por medio de acciones concretas, comenzando con la administración conjunta del carbón y el acero entre Alemania y Francia. 

El ideario de esta propuesta fue Robert Schuman, a quien se lo recuerda como un excelente ministro de Asuntos Exteriores, pero sobre todo como un ser humano que ha actuado al servicio de los más grandes ideales. 

Su formación estuvo influenciada por su entorno escolar y universitario, la enseñanza de la Iglesia, pero muy especialmente por el aporte de su familia, y en concreto, de su madre, Eugénie Duren.

SCHUMAN

Association Robert Schuman

Cultura de familia 

Eugénie Duren había nacido en Luxemburgo, pero como hija de un oficial de aduanas en el Gran Ducado fue trasladada con su familia a Kruth en Francia donde pasaría la mayor parte de su infancia, y donde a menudo regresaría con su hijo Robert a visitar a sus abuelos. 

Cuando se casó con Jean-Pierre de Lorena, un territorio anexionado por el imperio Alemán, adquirió la nacionalidad alemana y juntos se mudaron a Clausen en Luxemburgo donde nació su hijo en el año 1886. 

La vida de Robert estuvo atravesada así por tres fronteras: su madre luxemburguesa, su padre alemán y una cultura francesa que había recibido de su familia materna. Aprendió los tres idiomas perfectamente y creció con un sentido familiar multicultural extraordinario.

Esta unión sólida de familia que él experimentó, sería el componente aglutinador de las diferencias heredadas y un valor fundamental en los años venideros en el ejercicio público de su profesión para servir a los ideales de la paz y del entendimiento entre los pueblos. 

Su visión era la comunidad. Una visión que al principio parecía una utopía frente al sentimiento nacionalista de la posguerra, pero que iría convirtiéndola en realidad con una nueva propuesta para Europa: la familia y el compartir de un “destino común”.  

Durante su niñez recibió una educación ejemplar proporcionada por su madre Eugénie, con quien tenía un vínculo muy especial de estrecha intimidad espiritual. Ella sería, según las palabras del estadista, quien “marque profundamente su vida para siempre”.

Eugénie Duren era una mujer culta, de gran sensibilidad, transmisora de un amor fraterno a los demás y aficionada por la música y la lectura, de quien Robert heredaría mucho más que su pasión por las melodías de Bach o Mozart interpretadas en su piano. 

En lo que se refería a su servicio político, la influencia de su santa madre sería contundente  al recibir de ella una impronta muy fuerte llena de riqueza espiritual. Su madre constantemente lo incitaba a hacer el bien y este se convertiría en el gran lema de su vida. 

Vida de oración 

La vida de Robert Schuman fue alimentada por una fe cristiana vivida con gran intensidad que heredó de su familia creyente, especialmente de su piadosa madre que lo motivaba a ser un hombre sencillo y honesto, discreto, modesto y bueno. 

La unión de madre e hijo era particularmente fuerte en todo lo que se relacionaba a su fe, una fe que siendo alimentada por la oración y los sacramentos supo encarnar y extendender a todos los aspectos de su vida.

Haciendo referencia la oración, en una de las cartas que su madre le envió todavía siendo un joven estudiante le pedía “unirse con su familia por la mañana y por la noche ante Dios”. 

SCHUMAN

Europeana Collections (CC BY-SA 4.0)

Fidelidad a la Iglesia

Su madre nutría la fe de su hijo a través de la Misa diaria, la lectura del Nuevo Testamento y la reflexión de textos como la carta pastoral de Pío X sobre el estado de la Iglesia. Cuando León XIII murió en 1903, Robert tenía 16 años. Cada tratado de este gran pontificado que había durado 25 años podían encontrarse en el pequeño hogar de Eugenie.

Robert tenía el profundo deseo de vivir su fe con gran fidelidad a la Iglesia y al Santo Padre, poniendo su acción al servicio del plan de Dios.

“Todos somos instrumentos muy imperfectos de una Providencia que nos utiliza en la realización de los grandes diseños que están más allá de nosotros”, escribió después de la guerra. 

Devoción a la Virgen María

Su madre fue la que le enseñó a recitar el rosario diario y le transmitió su amor por la Virgen María. Cada mañana, cuando iba a la escuela de niño, escuchaba a su madre decirle: “No olvides tu rosario”. 

Rezaba el rosario todos los días y compartía con su madre esta devoción que ambos la profundizaron al escuchar al gran Papa León XIII, profundamente mariano, incluidas sus ocho encíclicas sobre la Madre de Jesús.

Más adelante en su vida con ocasión de ser despedido del servicio militar, su madre atribuyó a este hecho ser una gracia recibida de la Santísima Virgen.

 

Compromiso de santidad 

De pequeño Robert había sentido interés por la santidad. Poseía todos los autógrafos de los papas desde el siglo XV y muchos otros autógrafos de santos. También había acumulado una colección de casi 8,000 libros, incluyendo un tercio de obras teológicas. 

Con los años se alimentó de las vidas de los santos y del pensamiento de los filósofos neotomistas, entre los que Jacques Maritain ocupó el primer lugar. 

Además de la lectura, también participó activamente de peregrinaciones. En 1909 acompañó a su madre a Roma para presenciar la beatificación de Juana de Arco y en muchas ocasiones visitó con su madre el Santuario de Lourdes. 

Su padre había muerto cuando Robert tenía solo 14 años, pero la repentina muerte de su madre más tarde en un accidente en 1911, sería un evento que condicionaría su vida. 

En su correspondencia con sus primos, expresó que “no podía levantarse de esta tragedia tan dura”. Fue así que la muerte de su querida madre le hizo cuestionar la dirección y el objetivo inmediato de su vida. 

Fue en ese momento a los 25 años cuando consideró seriamente una vocación religiosa para retirarse del mundo y dedicarse a la oración, pero al ser disuadido por su mejor amigo decidió continuar sus estudios de Derecho.

Su amigo alsaciano Henri Eschbach le escribió: “¡Los santos del futuro serán santos con chaquetas! En nuestra sociedad, el apostolado de laicos es una necesidad urgente. No puedo imaginar un apóstol mejor que tú. Permanecerás de pie porque serás mejor haciendo el bien, que es tu única preocupación”. 

Y eso fue a lo que se dedicó toda su vida. Schuman respondió con una conmovedora carta que decía: “Bendigo a Dios porque me ha consolado con pena. Viviré para otros que sufren y necesitan apoyo”.

Abandono a la voluntad de Dios

Robert Schuman le dijo una vez a René Lejeune que él y su madre habían hecho en 1910 un solemne acto de abandono a la santa voluntad de Dios, para que “pueda usarnos como un instrumento de sus propósitos de Amor”.

Incluso la señora Schuman parecía haber tenido una premonición sobre su temprana muerte. En una carta a un amigo, poco antes de morir, ella escribió: “Bendigo a Dios por todo lo que nos ha dado hasta ahora, que nos ha reservado y que debemos aceptar de sus manos paternas, para bien o para mal. Solo pido que sea para nuestra salvación eterna, esto tiene valor, el resto es accidental”.

Después del armisticio de 1918, teniendo en cuenta sus responsabilidades diocesanas a la juventud y habilidades en el derecho francés y alemán, se postuló en las primeras elecciones legislativas y se convirtió en diputado. 

A partir de ese momento la política continuará siendo para él hasta el final de su vida un compromiso perpetuo para hacer el bien sin ambición personal y con la única motivación de servir al bien común a través de la política, en palabras del Papa Pío XI, “en el campo de mayor caridad”. 

La vida apasionante del “padre de Europa” aparece así como un testimonio histórico y como un magnífico ejemplo de vida espiritual, donde los políticos también pueden ser santos y Europa puede ser una verdadera unión de fraternidad.

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