Curiosamente vemos en muchas estampitas las imágenes de algunos santos franciscanos con el Niño Jesús en brazos.
El Divino Niño los eligió a ellos para aparecerse, acompañarlos y guiarlos en su vida terrenal.
Como en su primera venida, se alojó en el corazón del hombre para transmitir su amor al mundo y a toda la humanidad.
San Francisco de Asís
San Francisco pensaba que el Nacimiento de Dios no podía pasar de ninguna manera inadvertido.
Por eso pidió permiso al Papa para poder representar y celebrar en la ciudad de Greccio este significativo advenimiento.
Cuenta san Buenaventura en una de sus cartas:
Aquella noche el Niño Jesús por amor al más “pequeñito” de sus hijos quiso hacerse presente.
San Antonio de Padua
A san Antonio de Padua lo vemos representado casi siempre con el Niño Jesús. Esto se debe a algo que sucedió cuando, siendo todavía un joven fraile, fue a una de las tantas ciudades italianas para predicar.
Fue hospedado por una persona del lugar, que le asignó una habitación alejada, para que pudiera entregarse tranquilo al estudio y a la contemplación.
Mientras rezaba, solo, en la habitación, el propietario que andaba a las idas y venidas por su casa, con curiosidad, se acercó a la habitación donde estaba el santo.
Y espiando a hurtadillas por una ventana, vio que el fraile tenía en sus brazos un hermoso niño al que abrazaba y besaba con intensa contemplación.
El hombre, atónito y extasiado por la belleza de aquel niño, se preguntaba de dónde había salido. Y el mismo Niño Jesús le reveló a Antonio que el huésped estaba observándolo.
Después de larga oración, desapareció la visión, el santo llamó al hombre y le prohibió contar lo que había visto. Con este acto de ternura, Jesús demostraba su amor a su siervo bueno y fiel.
San Félix de Cantalicio
San Félix fue el primer santo de la orden de los capuchinos. Le encantaba estar siempre sumido en oración, que es la fuente de todos los regalos del cielo.
El santo era analfabeto y no podía leer. Por eso solía decir que no estudió más que seis letras: cinco rojas y una blanca. Y que estas eran suficientes para ser docto en la ciencia de los santos.
Las cinco letras rojas significaban las cinco heridas y la pasión de Jesucristo, que fue el tema común de sus meditaciones.
La letra blanca impecable significaba la pureza de María Madre de Dios, de la que era muy devoto.
Él trataba de imitar sus virtudes sublimes. Sobre todo esta virtud, la de la pureza, que por encima de todas las demás virtudes es la más querida por la Virgen.
Por este gran amor que san Félix tenía por nuestra Madre celestial, recibió de Ella en una visión a su amadísimo Niño. Y lo acunó con gran veneración.