Cada día me despierto con la necesidad de cuidar como un tesoro la esperanza que aviva el fuego de mi almaMe gusta la mirada de los discípulos en el cenáculo. Miran a María: “Todos ellos perseveraban juntos en la oración en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos”. En la misma habitación: “Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar”. Reunidos allí con miedo: “Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos”.
Tenían miedo de perder la vida. Ya no estaba Jesús a su lado. No sentían su abrazo. Estaban con miedo. Jesús había ascendido ante ellos y no se imaginaban la vida sin Él. El miedo a la soledad. El miedo al fracaso.
Y buscan el refugio de aquel cenáculo que tan bien conocían. Con las puertas cerradas. Pero ahora en oración. Algo ha cambiado. Las apariciones. La presencia constante de Jesús en esos cuarenta días. Las palabras que sostenían sus pasos.
Ya no pueden dudar. Perseveran en oración. Me gusta esa imagen. No están solos. Están unidos. Los unos con los otros. Ninguno se ha ido a su aldea. Todos forman parte de una comunidad.
La comunión del cenáculo me conmueve. Comparten todo. Alegrías y penas. Dolores y esperanzas. Todo forma parte de su camino. No se separan. No buscan cada uno su lugar. Están en el mismo sitio. En ese lugar en el que el eco de las palabras de Jesús permanece vivo. La última cena. Este es mi cuerpo. Y mi sangre. Y poco después el dolor de Getsemaní, la persecución y la muerte. ¡Cómo olvidar tanto dolor!
Ahora sólo tienen que perseverar en oración. ¿Qué esperan? No lo saben. Pero la palabra perseverancia está unida a la esperanza.
Persevero porque espero. Porque quiero que mi vida valga la pena. Quiero que ocurra algo que cambie mi tristeza en alegría plena. Busco un sentido.
Leía el otro día: “Ser hombre implica dirigirse hacia algo o alguien distinto de uno mismo, bien sea realizar un valor, alcanzar un sentido o encontrar a otro ser humano. La preocupación primordial del hombre no es gozar del placer, o evitar el dolor, sino buscarle un sentido a la vida”[1].
Lo primero en la vida es encontrar un sentido a lo que hago. Un rumbo. Una meta por la que luchar. Algo que despierte todas las fuerzas de mi corazón. El amor es el que da sentido a mi sufrimiento y a mi entrega.
Juan Pablo II comenta: “El hombre no puede vivir sin amor. Su vida carece de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente”[2].
Los discípulos ese día se unen para buscar un sentido a sus pasos. Para entender por dónde tienen que ir.
No se aíslan con dolor y angustia. Se animan continuamente. Se aman. Se sostienen los unos a los otros.
María los sostiene. Los mira por la espalda mientras cargan con el peso de sus miedos. Ellos se apoyan los unos en los otros. Miran a María.
Es conmovedor ver su fragilidad y su necesidad de compañía. Se buscan. Se necesitan. María los anima a rezar. Buscan el sentido de tanta lucha. Esperan y confían.
Cuando pierdo la esperanza dejan de tener sentido muchas cosas en mi camino. Mis dolores ya no se justifican. Me aíslo.
Necesito buscar siempre un sentido. Encontrar una razón por la que luchar, por la que sufrir, por la que vivir y morir.
El sentido verdadero me lo da Dios. ¿Para qué me ha dado la vida? Para amar. Yo busco en mi corazón las razones más verdaderas. Las primeras de todas.
Busco dentro de mí el amor recibido. El amor que he dado día tras día. Busco el sentido de mis pasos desde que me levanto. ¿Para qué sigo viviendo?
Cada día me despierto con la necesidad de cuidar como un tesoro la esperanza que aviva el fuego de mi alma.
Dios me necesita alegre y confiado. Muchos me necesitan con esperanza. Todavía no he realizado la misión de mi vida. Quiero vivir siempre con un sentido.
Cada mañana renuevo el sentido de mis pasos. Dar amor a los que no tienen. Cargar las piedras que otros cargan, con ellos, perseverante. Sostener los pasos del que está herido. Abrazar los sueños del que comienza a soñar. Luchar.
Pienso en mis prioridades, en mis sueños, en mis esperanzas: “Pero tú, ¿qué estás viviendo dentro de ti? ¿Cuáles son tus prioridades personales, las que tú quieres vivir realmente o que quieres darle un especial énfasis? Lo que quiero ofrecerte es vivir con un sentido personal todo lo que tengas que hacer en un día típico de tu vida a partir de hoy”[3].
Ojalá viviera cada día con un sentido. Para esto he venido al mundo. Para esto me da Dios la vida. Cada día. Cada hora. Sueño con ser fiel. Con perseverar en oración junto a María.
[1] Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido
[2] Giovanni Cucci SJ, La fuerza que nace de la debilidad
[3] Edgardo Riveros Aedo, Focusing desde el corazón y hacia el corazón