La pereza mental nos lleva a simplificar las cosas y a no tomar las decisiones correctasVivimos en una sociedad y en un tiempo donde se buscan toda clase de atajos para no pensar y evitar que se note. Donde todo se nos da digerido y donde el pensamiento mágico se vende como lógico y racional.
La fascinación con noticias cada vez más rápidas, con llegar antes que los demás a obtener la información, ha generado un vacío de contenido y una incapacidad para comprender lo que sucede en la propia vida y en el mundo que habitamos.
A la hora de resolver problemas se recurre de modo ingenuo a toda clase de recetas mágicas que siendo persuasivas, solo son puras falacias que no conducen a nada.
Cuando nadie repara en la cantidad de afirmaciones de pensamiento mágico, incluso entre profesionales de las más diversas disciplinas, es un signo claro de la pereza mental en la que nos encontramos.
Cuando se cree que las habilidades de alguien para algo, lo hacen un genio para todo lo que se proponga, o cuando un producto es bueno para todo, o lo cura todo, tenemos un problema para pensar.
Que alguien sea buen director técnico de fútbol o haya sido un gran general en el ejército, no lo hacen automáticamente un gran ejemplo del Management para todos los rubros. Ejemplos de este tipo se encuentran a montones, incluso en cursos de capacitación empresarial.
Ante cualquier situación compleja tendemos a simplificarla y buscarle una sola causa o una descripción simplista, que por ello suele ser siempre reduccionista. Así todos nos volvemos “psicólogos” y “médicos” que hacemos diagnósticos de la gente sin ser profesionales de esas disciplinas.
Cuando se habla de soluciones a problemas sociales o económicos, que generalmente son muy complejos y dependen de múltiples factores, se crea la ilusión que todo se arreglaría con una sola acción.
Los anaqueles de las librerías están repletos de manuales de autoayuda que prometen la fórmula definitiva para adelgazar, para ser exitoso o para dirigir una empresa.
Conferencias repletas de gente escuchando a gurús del éxito que cuentan su testimonio como la fórmula de validez universal, parecen resolverle la vida a la gente por unas horas.
Sin embargo, a los que aplicaron tan exitosa “fórmula” nadie les pregunta cuánto les duró el éxito, ya que normalmente van detrás de un gurú tras otro, de una receta tras otra. En el mundo de la New Age, las pseudoterapias mágicas se inventan, crecen y desaparecen sin ninguna demostración de lo que prometían. Pero la fascinación que despiertan está a la vista de todos.
¿Pensar rápido o despacio?
Daniel Kahneman, psicólogo judío, “Premio Nobel” de economía, ha publicado un trabajo donde advierte sobre los sesgos e ilusiones que se derivan de la estructura y dinámica de nuestro pensamiento.
El autor afirma que tenemos dos sistemas de pensamiento, uno más rápido y uno más lento. El rápido es automático y reactivo, involuntario y se dispara desde las emociones. Aquí se generan los prejuicios, el pensamiento mágico y conclusiones fáciles e irreflexivas. Por otra parte, el sistema de pensamiento lento, es reflexivo, está concentrado en una cosa a la vez. Ambos están en nosotros pero no funcionan de manera simultánea.
Muchos están convencidos que hay que ir cada vez más rápido en todo, en dar las noticias, en buscar soluciones a los problemas, pensando que es un signo de mayor inteligencia el pensamiento veloz.
Sin embargo, poco se repara en que la atrofia mental en la que muchos están sumergidos y la falta de perspectiva, profundidad y visión presente en tantas instituciones, tienen más que ver con el abandono del pensamiento reflexivo, que con la complejidad de los problemas.
Pensar con detenimiento exige tiempo y esfuerzo. Pensar en forma crítica, no quedándose en las apariencias o en conclusiones fáciles, incomoda y trae conflictos. Salir de la masa para pensar por uno mismo, discernir las propias decisiones y no quedarse en lo que dice la mayoría o el poder de turno, exige coraje y determinación.
Para pensar reflexivamente no solo hay que leer titulares o libros de autoayuda con “tips” para lograr nuestros objetivos. Para pensar en profundidad hay que leer clásicos de la literatura y la filosofía, obras que expandan nuestro horizonte mental y nos saquen de la banalidad, hay que incluir en nuestras conversaciones temas más profundos, atreverse a hacerse preguntas y no querer tener respuestas rápidas para todo.
¡Prohibido pensar!
En varios países se está quitando la filosofía y las letras de los programas de secundaria, justamente por no pensar y para que nadie piense demasiado. La mentalidad mercantil y tecnocrática cree que hay que formar a las nuevas generaciones en vistas a los intereses de crecimiento económico y para conservar ciertos niveles de bienestar y consumo.
La mentalidad instrumental que coloniza cada vez más aspectos de la vida, impulsa a los estudiantes a buscar carreras que sean más rentables y útiles al mercado competitivo, con lo cual, la historia, la literatura, la filosofía y las artes, quedan en el ámbito de lo inútil y de lo que se puede prescindir.
El prestigio del “intelectual” ha decaído en la cultura de masas y “ser importante” es igual a ser “famoso”, es decir, si se sale en Televisión o si se es tiene millones de seguidores en las redes sociales.
Aunque sea gente que no aporte una sola idea al desarrollo humano. Por otra parte, el valor del conocimiento en la era digital, donde la mayor parte de la información tecnológica queda perimida en pocos días para ser sustituida por una nueva, hace que se desprecie todo conocimiento del pasado y se viva en una compulsiva búsqueda de novedades.
El estilo de formación que se busca es el que conlleva menos sacrificios y mayores ganancias, en lo posible a corto plazo.
Esto muestra el creciente interés por carreras cada vez más cortas, de carácter técnico y de rápida inserción laboral. Incluso los cursos de posgrado han caído en este pragmatismo devastador.
Las humanidades son las que ayudan a pensar críticamente y a desarrollar habilidades fundamentales para la convivencia y el desarrollo humano.
No es casualidad que muchas empresas ahora estén preocupadas por brindar formación humana a su personal y contratan a filósofos y psicólogos para que los ayuden a conocerse a sí mismos, a comprender mejor el mundo en el que viven y a ser más empáticos.
Recuperar las humanidades
Una filósofa y ensayista norteamericana, Marta Nussbaum, publicó un libro en el año 2010, titulado: “Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades”, donde afirma que hay una crisis más grave que la económica, una crisis silenciosa, de la que no se habla, pero que es mucho más devastadora que las que aparecen en los titulares de prensa. La autora escribe que “estamos en medio de una crisis de proporciones gigantescas y de enorme gravedad a nivel mundial, pero pasa inadvertida, como un cáncer: la crisis en materia de educación”.
Según Nussbaum en la medida en que se recorta el presupuesto a las disciplinas humanísticas, se produce una grave pérdida de las cualidades esenciales para la vida misma de la democracia. Las personas que cultivan una formación humanística desarrollan una visión más profunda de la vida, más sensible a los demás y por lo tanto capaz de pensar en forma independiente y crítica, así como de comprometerse con el bien común.
Hoy en día los expertos en Gestión de personas, reconocen que hay gente muy capacitada técnicamente, pero hay grandes carencias en cuestiones que antes eran un presupuesto obvio. Hay grandes dificultades para comunicarse, para relacionarse con otros, para tener empatía y comprender a los demás, para trabajar en equipo, para pensar por sí mismos, para tomar las riendas de su vida. ¿Por qué?
Creo que es un síntoma de lo que afirma Naussbaum: formamos maquinitas que prefieren no pensar demasiado ni muy profundamente, ni mirar al de al lado, cuando deberíamos preocuparnos por formar personas con una mente amplia y un corazón abierto. Eso nos lo dan los poetas y escritores, los pintores y escultores, los filósofos y los músicos de todas las épocas. Si queremos un mundo más humano, deberíamos empezar por no arrinconar a las humanidades en la educación.