La memoria y la esperanza son la base de la verdadera alegría, la de la paz, explica Francisco en su homilía en Casa Santa Marta
La alegría “es la respiración del cristiano”, una alegría hecha de verdadera paz y no engañosa como la que ofrece la cultura de hoy, que “inventa tantas cosas para divertirnos”, innumerables “pedacitos de buena vida”.
En la Misa celebrada en la capilla Santa Marta, el papa Francisco vuelve a hablar de uno de los rasgos distintivos del cristiano: la alegría, a pesar de las pruebas y las dificultades.
En la homilía comenta un pasaje de la primera carta de San Pedro apóstol y el del Evangelio de Marcos en el que se cuenta sobre el joven rico que no logra a renunciar a sus propios intereses.
La respiración del cristiano
El Pontífice subraya que un verdadero cristiano no puede ser “oscuro” o “triste”. “Ser un hombre y mujer de alegría”, insiste, significa “ser hombre y mujer de paz, significa ser hombre y mujer de consuelo”.
La alegría cristiana es la respiración del cristiano, un cristiano que no es alegre en el corazón no es un buen cristiano.
Es la respiración, el modo de expresarse del cristiano, la alegría. No es algo que se compra o se hace con el esfuerzo, no: es un fruto del Espíritu Santo. Lo que hace la alegría en el corazón es el Espíritu Santo.
La base de la alegría: la memoria y la esperanza
La roca sólida sobre la que se apoya la alegría cristiana es la memoria –no podemos, de hecho, olvidar “lo que hizo el Señor por nosotros”-, “regenerándonos” a nueva vida; así como la esperanza de lo que nos espera, el encuentro con el Hijo de Dios.
Memoria y esperanza son las dos componentes que permiten a los cristianos que viven en la alegría, no una alegría vacía, hilar, sino una alegría en la que el “primer grado” es la paz.
La alegría no es vivir de carcajada en carcajada. No, no es eso. La alegría no es ser divertido. No, no es eso. Es otra cosa.
La alegría cristiana es la paz. La paz que hay a la raíz, la paz del corazón, la paz que sólo Dios nos puede dar. Esta es la alegría cristiana. No es fácil custodiar esta alegría.
El mundo contemporáneo, prosigue el Papa Bergoglio en la homilía, por desgracia se contenta con una “cultura no gozosa”, “una cultura donde se inventan muchas cosas para divertirnos”, muchos “pedacitos de buena vida”, pero que no satisfacen plenamente.
La alegría, de hecho, “no es una cosa que se compra en el mercado”, “es un don del Espíritu” y vibra también “en el momento de la turbación, en el momento de la prueba”.
Hay una inquietud buena pero hay otra que no es buena, la de buscar las seguridades por todas partes, la de buscar gustar a todos.
El joven del Evangelio tenía miedo de que si dejaba las riquezas no sería feliz. La alegría, el consuelo: nuestra respiración de cristianos.