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¿Cómo es que el amor a nuestros hijos no los educó en el amor?

FAMILY
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Orfa Astorga - publicado el 05/06/18
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El verdadero fin de un proyecto familiar es educar en el amor a través de las virtudesVivíamos esforzándonos por realizarnos en muchas cosas, pero sin considerar la profunda verdad de que el principal ámbito de realización personal es la familia, por la estrecha relación que existe entre ser persona y ser familia. 

Por eso  creíamos “renovarnos afectivamente”  tras  un viaje de placer o la compra de un nuevo coche, entre otros lujos y comodidades.

Sin darnos cuenta, mi esposo y yo solo enseñábamos a nuestros hijos a anteponer el bienestar, al bien ser de las personas.

Comenzamos a comprenderlo cuando, tras una penosa operación de mi esposo, justificaron su ausencia en el hospital de mil maneras, sin un verdadero interés por lo que le pasaba o sentía, muy  lejos de un manifiesto cariño personal, de dejarlo todo y acudir a su lado. 

A mi esposo y a mí eso nos causó un profundo dolor. Nos dimos cuenta de que el amor de nuestros hijos no era en sí un don, tal como lo fue el nuestro para ellos.

En solo dos cortos e intensos días en un hospital, aprendimos más que en todas las mundanas experiencias por las que me afanaba.

Comparto mi historia.

Don Jorge, un viejo trabajador de confianza de mi padre, muy querido por mi familia, enfermó de gravedad, por lo que  acudí a verlo al modesto hospital en que era atendido pensando en estar un rato con él y su familia, para luego retirarme poniéndome a sus órdenes, con la intención solo de estar pendiente, en cuanto a que eran de limitados recursos económicos. 

Solo que al llegar el médico me informó de que moriría en cuestión de pocas horas.

En cuanto me vio, Don Jorge esbozó una amplia sonrisa en su palidísimo rostro, saludándome como con nuevos ánimos: “Gracias Ana por venir, ¿cómo estás?”.

Atendiendo a un impulso del corazón, llamé a mi oficina para delegar parte de mi trabajo. Hice lo mismo con mi esposo. Le conté la situación y le dije que me quedaría junto a la familia para hacerles compañía  y apoyarles en todo lo que pudiera.

Las horas de agonía se alargaron, entre ratos de inconsciencia y una lucidez en la que siempre aparecía una leve sonrisa en el rostro del enfermo, para dar las gracias por todo.

Daba las gracias tras haber podido dar un pequeño y doloroso sorbo de agua o tras haber conseguido tragar a duras penas una pequeñísima porción de alimento. Daba las gracias por haberle cambiado la sábana o de posición a su llagado cuerpo.

Daba siempre las gracias por la más pequeña de las atenciones.

Mientras pudo, me preguntaba si había comido o dormido, con sincero interés y con la integridad y sabiduría de quien habiendo sabido vivir, sabía morir con mucha paz.

Para él, todo seguía siendo un regalo, ya se tratara de dormir un poco, regresar de un coma o una suave caricia.

Cuando ya no pudo hablar, lo hizo entonces  apretando las manos de los que lo atendíamos, y al abandonarlo toda fuerza  lo hizo con los ojos. Era su forma de amar hasta el último aliento. 

Todos lo sabíamos, sintiendo el doloroso deseo de no apartarnos nunca de él. 

Don Jorge vomitaba sangre, se agitaba en su cama y en delirios decía incoherencias. Finalmente entró en un coma profundo sin que nada pudiera hacer que la familia dejara de amarlo con mayor intensidad.

Cuanto más débil se ponía, más crecía su amor hacia él impregnando aquella habitación. Ya en los últimos momentos, cada uno  de los miembros de su familia  sostuvo por turnos delicada y firmemente sus manos entre las suyas, mientras lo abrazaba y besaba. 

Cuando presencié el último e intenso abrazo de su esposa, vi con claridad el error que estaba cometiendo en mi familia. 

Viendo y sintiendo tan gran amor, ya no pensé en una vida de bienestar, o en una cómoda muerte. Ya no me daría miedo morir delirando o sucia, si el amor de los míos era capaz de sobrellevarlo todo. 

Había visto encarnado el valor de la familia en un profundo  sentido de unidad y solidaridad amorosa, de tal forma que me dispuse a cambiar mi vida y la de mi familia.

Ahora ante las preguntas: 

  • ¿Si fuera a vivir poco tiempo, qué es lo que haría realmente esencial en mi vida, sobre todo por mi familia?
  • ¿Qué puedo hacer ahora para fomentar el amor y la unidad entre los míos, sin acudir necesariamente a medios materiales?
  • ¿Cómo sembrar amor donde falta amor para cosechar amor? 

Encuentro las respuestas atendiendo las cosas verdaderamente importantes que apuntan al verdadero fin de un proyecto familiar: educar en el amor a través de las virtudes. 

Ahora me queda claro que nunca es demasiado tarde ni demasiado pronto para cambiar la dirección de la vida personal y familiar.

 

Por Orfa Astorga de Lira, del consultorio matrimonial y familiar de Aleteia

Escríbenos a: consultorio@aleteia.org

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