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Recordar me lleva a Dios

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 15/06/18
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He aprendido a leer en la historia dibujada, en los recuerdos grabados en la piel, desentraño así los misterios que Dios ha tejido en mí con hilo invisibleVeo en una foto a una mujer sacando agua de un pozo mirando su hija que está justo enfrente. Veo a una mujer mirando por la espalda a su hijo pequeño que camina preocupado de otras cosas, ensimismado.

Veo a una mujer que mira por la espalda a su hija mientras ella lee algún libro, distraída. Veo el pozo, la ventana y el camino. Veo a una mujer, a un niño, a una niña. Veo su mirada clara, sus manos fuertes, la luz de sus entrañas.

Creo que hay momentos que guardo en el alma como se guarda el agua dentro del pozo. De vez en cuando vuelvo a los recuerdos sagrados, cuando tengo sed y necesito agua.

Uso el cubo del pozo. Saco el agua. Y bebo. Así vivo yo, apoyado en el brocal de mi pozo, esperando a que suba el cubo lleno de agua.

Tengo en el alma guardado un álbum completo de recuerdos. No se borran, no se olvidan. De vez en cuando como un niño ojeo inquieto foto tras foto.

He aprendido a leer en la historia dibujada, en los recuerdos grabados en la piel. Desentraño así los misterios que Dios ha tejido en mí con hilo invisible, apenas se percibe.

No quiero olvidarme de nada, soy recuerdo, soy historia. Aun así, ¡cuántas cosas olvido! No quiero olvidar el amor cocinado a fuego lento en mis días de niño.

No quiero olvidar la mirada posada en mi espalda cuando caminaba perdido. No quiero olvidar las manos fuertes que sacan agua del pozo para saciar mi sed de niño, de hombre.

No quiero olvidar el abrazo que me daban cuando tenía miedo, en medio de mis noches de infancia. No quiero olvidar la palabra que sujetaba todos mis silencios. Una palabra firme, segura, sólida, casi eterna.

Quiero recordarlo todo. Cada gota de agua que rebosa del pozo. Me detengo callado pensando en lo que he vivido.

Tengo tanta sed en el alma… Una sed infinita. Necesito querer y que me quieran. Abrazar y que me abracen. Dar la mano y que sujeten la mía. Necesito estar y que permanezcan. Necesito ser fiel y que perseveren. Necesito, como un niño en medio de la noche, una luz que me guíe, en plena oscuridad.

Guardo una sonrisa amiga imperturbable ante mis tormentas y tristezas. Un puerto firme para mi barca cuando ya no sepa navegar más lejos.

Quiero vencer las tinieblas abrazado a la luz que llevo dentro. Quiero calmar esos vientos y alejar de mí el llanto. Quiero reír con los ojos, perdonar con los brazos, sostener con una risa fuerte, con una sonrisa franca.

Quiero levantarme siempre cada vez que haya caído. Quiero sonreír de nuevo aunque no me mire nadie. Espero escuchar su nombre en los vientos que la nombran.

No quiero tener más miedo esperando al anochecer su abrazo, su mirada en mi espalda, sus manos fuertes, sobre el brocal del pozo.

Quiero una vida eterna preocupándome del presente. Quizás por eso le digo a Dios que me espere, a la vuelta de la esquina. Que no me deje. Que no se aleje, mientras yo recojo las piedras que esparcieron los caminos.

Miro el agua de mi pozo. Cavo hondo. Muy adentro. Tengo guardados recuerdos que acaban con la nostalgia. Miro a Dios que me sostiene cuando me duele la espera. Y me dice que me quiere. Y que sueñe.

“A un ave no la define la permanencia en el suelo, sino su capacidad para volar. Recuerda esto: a los seres humanos no los definen sus limitaciones, sino las intenciones que yo tengo para ellos; no lo que parecen ser, sino todo lo que significa el hecho de que hayan sido creados a mi imagen”[1].

Miro mi pozo vacío y lleno al mismo tiempo. Vuelo. Los recuerdos guardados me dan alas. Las palabras de esperanza me sostienen y levantan.

Han creído en mí ya cuando era niño. Cuando ni yo mismo sabía el poder oculto dentro de mi alma. Y Dios me pedía que creyera. Lo hacía con lazos humanos, con voz de madre, con mano firme.

Y yo creía que mis límites entonces no eran mi barrera. Sino el trampolín humano para llegar más lejos.

Aprendí a volar siendo niño. A soñar siendo hombre. A creer siendo hijo. Me define siempre lo que Dios ha soñado para mí. Eso me conforta.

No son mis límites los que cuentan, sino mis posibilidades. Lo que Dios ha previsto para mi vida.

Miro el brocal de mi pozo, me abismo dentro. Y veo a Dios sonriendo en las aguas. Esperándome en mi camino. Sin dejar de mirarme. Porque confía en todo lo que puede hacer conmigo.

He sido amado. Por eso se calma el viento de mi alma. Y sonrío.

[1] Young, Wm. Paul. La Cabaña, Donde la tragedia se encuentra con la eternidad

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