Ver lo bueno detrás de lo malo, descubrir el bien tapado por el mal, la belleza escondida detrás de una fealdad sólo aparenteLa belleza de la naturaleza me habla de la belleza de Dios. Miro la naturaleza y veo su reino surgiendo en lo oculto.
El otro día me maravillé viendo como Antonio Gaudí usa la naturaleza y su belleza en su construcción de la Sagrada Familia. La belleza de la naturaleza que se eleva al cielo mirando a Dios. Los árboles como columnas que sostienen el cielo en las alturas.
Hoy repito en el salmo: “Es bueno dar gracias al Señor”. Doy gracias a Dios por todo lo que ha creado. Por su belleza eterna. Le doy gracias por su actuación oculta y silenciosa en mi vida, haciéndome más bello, más firme, más suyo.
Me conmueve su poder. Me asombra la naturaleza en la que Dios me habla. Una belleza que permanece en el tiempo. Estable. Firme. Eso me alegra el alma.
Leía el otro día: “Puede notarse cómo la actual situación de fragmentariedad e incertidumbre repercute también en el sentido de la belleza, que parece haber dado paso al consumo efímero, momentáneo, de la misma, como si se tratara de un producto de “usar y tirar”, destinado a esfumarse al instante”[1].
La belleza de hoy parece efímera. Es como si todo durara demasiado poco. Como si todo se muriera y desapareciera sin poder evitarlo.
Me detengo en la belleza de la piel, no en la belleza profunda. Esa belleza que todos admiran en la superficie. No la belleza más honda.
Quiero aprender a detenerme en esa belleza oculta que permanece invisible a los ojos ignorantes. Me quedo yo mismo tantas veces pegado en la superficie. Valoro sólo lo temporal, lo momentáneo, lo pasajero. Lo que no dura para siempre.
Hoy quiero pedirle a Dios que me enseñe a valorar la belleza oculta. A ver lo bueno detrás de lo malo. A descubrir el bien tapado por el mal. La belleza escondida detrás de una fealdad sólo aparente.
Quiero esa mirada que se admira ante la vida. Ante la belleza más honda de las cosas, de las personas.
Quiero cuidar la belleza de mi alma y del alma de aquellos que se me confían. Cuidar la belleza es la tarea de Dios delegada en mí.
Quiero valorar lo bello que hay en cada uno. Y no quedarme en lo que me molesta, o resulta difícil.
Soy bello por dentro. Es la belleza que cuenta. La belleza eterna reflejo de la belleza de Dios. Esa belleza que quiero cuidar para Dios, para los hombres.
Es la belleza que quiero aprender a ver a mi alrededor, sin quedarme en lo feo, en lo duro, en lo que me inquieta. La belleza de Dios pacifica mi alma. Embellece mi camino.
[1] Giovanni Cucci SJ, La fuerza que nace de la debilidad