Un “horarium” debería ser parte esencial de la vida de oración de todo el mundoLa regularidad en la oración es una de las dificultades más arduas de superar. Quizás cierto día nos sentimos repletos de un gran fervor y rezamos toda una hora, pero al levantarnos al día siguiente, ese fuego se ha apagado y nuestro ajetreado horario termina impidiendo que recemos en todo el día.
Así, nuestra vida de oración se vuelve esporádica, en el mejor de los casos, y no sabemos cuál será el próximo momento en que nos sentaremos a rezar.
Para solucionar ese problema común y crear consistencia en nuestras oraciones, las comunidades religiosas desde los comienzos de la cristiandad crearon el ‘horarium’.
Esta palabra latina significa “de las horas” y se refiere al horario diario específico de oración. Es una tradición con profundas raíces bíblicas, que empiezan en el Antiguo Testamento.
El rey David, quien se cree escribió los Salmos, proclamó: “De tarde, de mañana, al mediodía, gimo y me lamento, pero él escuchará mi clamor” (Salmos 55,18).
Incluso el profeta Daniel parecía tener un horario específico de oración: “Cuando Daniel supo que el documento había sido firmado, entró en su casa. Esta tenía en el piso superior unas ventanas que se abrían en dirección a Jerusalén, y tres veces por día, él se ponía de rodillas, invocando y alabando a su Dios, como lo había hecho antes” (Daniel 6,11).
Entonces, el pueblo judío empezó una tradición de rezar tres veces al día: mañana, tarde y noche.
Con la llegada del cristianismo, al principio los apóstoles de Jesús continuaron observando las tradiciones de los judíos y siguieron rezando en las horas designadas.
Sin embargo, con el tiempo, tres veces al día no parecía suficiente, en especial después de que san Pablo exhortara a los tesalonicenses a “orar sin cesar”.
De modo que los cristianos recurrieron al Antiguo Testamento en busca de orientación. Encontraron en concreto este pasaje: “Siete veces al día te alabo por tus rectos juicios” (Salmos 119:164).
San Benito es famoso por usar estas tradiciones para crear un horario riguroso de oración para sus monjes, que se detenían periódicamente a lo largo del día para rezar.
Cristianos y judíos por igual reconocieron la necesidad de dejar de hacer lo que fuera que una persona estuviera haciendo y dedicar un momento a la oración. No se hacía al azar, sino en momentos específicos del día.
Como resultado, no tenían que estar pensando en la próxima vez que rezarían, sino que era ya algo integrado en su horario.
Las campanas de la iglesia recordaban el compromiso e invitaban a todo el pueblo a hacer una pausa para un tiempo concreto de oración.
Hicieron tiempo para la oración porque sabían lo importante que era tener varios momentos a solas con su querido Señor.
Es similar a cuando se anima a un marido y una esposa a salir de cita juntos regularmente. Les ayuda a construir y solidificar la relación, para ser capaces de capear cualquier temporal.
En una era en la que nuestros horarios están más apretados que nunca, el horarium es extremadamente importante. Arraiga cada día en la oración y la coloca como una prioridad.
El momento exacto y la duración de la oración depende de cada individuo (15 minutos al día es un buen punto de partida), pero lo importante es integrarla en el horario del día a día.
Aunque sin duda todo el día puede ofrecerse “como oración”, sigue siendo vital dedicar momentos específicos del día para tener una charla de corazón a corazón con Dios. Al hacerlo, fomentas una relación más honda con Dios y te abres a las gracias que quiere ofrecerte.