¿Si lo que soy es lo que tengo, y si lo que tengo lo pierdo, entonces… ¿quién soy?Testimonio cedido a Despacho Pro familia.
En mi familia de origen, aunque de escasos recursos se me educo con amor y buenos valores, más eso no impidió que creciera ávido por poseer las cosas de las que había carecido.
Estudié y trabajando duro logre progresar en lo económico.
De ello hablaba mi closet que se encontraba saturado de las más diversas prendas de vestir, mi departamento de soltero súper amueblado y un automóvil último modelo en la cochera. Ni hablar de mi consumo constante de artilugios como anillos, relojes cadenas, artículos deportivos, celular última generación, lentes para sol, perfumes, etc., etc.
Pensaba entonces que todo aquello debía ser lo propio de un personaje bien nacido, cuando en realidad solo se trataba de engreimiento e inseguridad, ya que juzgándome a mí mismo solo por las cosas que poseía o por mi apariencia, fácilmente perdía la paz cuando aquello que tanto esfuerzo me había costado adquirir, se descomponía, extraviaba o volvía obsoleto.
Contribuía a ello que más de una ocasión me endeudaba.
Recuerdo que cuando mis parientes o amigos me visitaban, establecía un coto alrededor de mis preciadas pertenencias sobre las que advertía, eran intocables, sin importarme el ser grosero. Actitud que presagiaba problemas en mí futuro matrimonio.
En ese entonces me hubiera hecho mucho bien ser capaz de preguntarme y responderme a mí mismo: ¿si lo que soy es lo que tengo, y si lo que tengo lo pierdo, entonces… ¿quién soy?
Era por ello que no lograba entender que mi novia, a diferencia de mí, tenía “otras posesiones” más libres, enriquecedoras, y por las que disfrutaba lo mismo de las bellas artes, que otras formas de cultura; de mañanas de sol; del amor a su familia; de amistades sinceras; el ver su profesión como medio de servir y otros valores que formaban el centro de su vida y en los que afirmaba su plena autenticidad.
Nos casamos muy enamorados, y aun con su testimonio de vida comenzamos a tener problemas precisamente por las diferencias en nuestro modo de ser. Ya que mientras ella vivía la sobriedad yo me reservaba el derecho a hacer compras personales y superfluas, exponiendo nuestra economía: peor aún, pues hablaba de lo tuyo y lo mío, más no de lo nuestro, sin darme cuenta de lo mucho que la ofendía.
Nuestro matrimonio no iba bien.
Afortunadamente me convenció de pedir ayuda profesional, gracias a la cual, gradualmente reconocí y me sensibilice a la verdad de que existe otro “tener y disponer” que da plenitud a la persona.
Aún guardo el recuerdo de aquella ocasión, en la que visitando un gran centro comercial, ella me señalo con feliz expresión una amplia perspectiva de su interior, diciéndome: — ¡Mira mi amor, está lleno de cosas que no necesitamos!— y lo celebramos con sincero convencimiento.
Su dicho era: de calidad y precio razonable, solo lo necesario, y hacerlo durar como nuevo.
La sencillez de su alma se manifestó en la sencillez al tener las cosas: como su guardarropa con pocas prendas de calidad y buen gusto, muy bien combinadas y cuidadosamente conservadas, evitando amontar elementos diversos sin coherencia, u otras rarezas o extravagancias como el uso excesivo de artículos de baño, de cosméticos, el tiempo que se dedica al aseo etc., etc.
Me enseño en los hechos a vivir con sobriedad y a que no se debe basar la seguridad en acumular cosas materiales, pues no valemos por lo que tenemos. Que una vez resueltas las principales necesidades, de las demás cosas se necesita poco, y ese poco que se necesita… se necesita poco.
Y más que gastar, invertir en experiencias enriquecedoras del ser como:
- Estudiar algo más, juntos.
- Viajar en familia, visitar museos o sitios interesantes.
- Ayudar a alguien necesitado y a instituciones de beneficencia.
- Asistir a eventos culturales para conocer personas y buscar nuevos amigo, etc.
Eso me ayudo a superar actitudes que evidenciaban en mí una alma poco sencilla, que no era otra cosa que el poco conocimiento que tenia de mí mismo, y por lo cual ocultaba a veces mi verdadero ser a los demás, tratando de pasar por alguien en un plano superior, cuando no pasaba de ser un sujeto con la autoestima venida a menos.
Fue así que aun cuando mi economía había mejorado, atrás deje la “pantalla” de cuidar con obsesión formas de etiqueta; usar solo ropa de marca; hablar de viajes al extranjero; experimentar refinamientos gastronómicos o conversar usando termino rebuscados, por mencionar algunas actitudes.
Eso implico dejar de preocuparme por la opinión ajena.
En vez de ello me enfoque a ser sincero conmigo mismo por dentro, y con los demás, por fuera, aprendiendo a descansar realmente en mí, y a ser comprensivo, convivir limpiamente y servir a los demás.
Y mi libertad se ensanchó.
La persona aun cuando nace desvalida y necesita tener lo necesario para su supervivencia (alimento, vestido, vivienda etc.), es con todo, un ser mas de libertades que de necesidades, de otra manera no podría elevar su espíritu hacia todo aquello que le da verdadero sentido a la vida.
Redactado por Orfa Astorga de Lira
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