Hay una fuerza en tu interior que te permite perseverar, ser consecuenteMe parece que me falta fuerza de voluntad para hacer las cosas. Tomo decisiones y rompo los compromisos adquiridos. Me decido por algo que deseo pero pronto caigo en el desánimo.
Es como si el tiempo hubiera ido debilitando mi voluntad. Salen de mi boca frases que me paralizan: “Cambié de opinión”, “Ahora sí que empiezo definitivamente”.
Dudo de mí mismo. No sé seguro si lo voy a hacer de verdad. Me acostumbro a relativizar mis decisiones. No me tomo en serio en mis obligaciones.
El entusiasmo primero produce energía, es verdad. Empiezo con fuerza, entusiasmado. Esperando lograr lo que tanto anhelo y mueve mi alma.
Se despierta mi voluntad. Pero no es suficiente. No basta para llegar a la meta.
Necesito aprender a ser consecuente, perseverante, aun cuando el entusiasmo disminuya. Ahí es donde comienza el ejercicio de la voluntad, del que en tantas ocasiones huyo. Porque exige renuncia y sacrificio. Y no quiero sufrir.
Comenta el siquiatra Enrique Rojas: “Tener talento es importante, pero mucho más importante es tener una voluntad de hierro. La voluntad es la joya de la conducta. La fortaleza consiste en soportar y resistir las adversidades con firmeza, serenidad, con ganas de superarla y vencerla y darle la vuelta”.
Voluntad para vencer las adversidades. Para enfrentar la falta de pasión por lo que hago. No todo lo que hago tengo que hacerlo emocionado, con ilusión, con pasión.
Muchas veces la fidelidad en lo pequeño será dura. Lo haré apretando los dientes. Suspirando. Pero siguiendo adelante.
La voluntad es como un músculo que tengo que ejercitar. De nada me vale tener buenas ideas. De nada me sirve tener grandes talentos. Si me falta la voluntad para decidirme y llevar a cabo lo decidido, no llegaré muy lejos.
Leía el otro día lo importante que es el deseo en mi corazón: “El deseo proporciona a la voluntad calor, contenido, imaginación, juego, frescura y riqueza. La voluntad, por su parte, proporciona al deseo la autodirección, la madurez. La voluntad tutela al deseo, permitiéndole proseguir sin correr riesgos excesivos. Pero sin deseo la voluntad pierde su savia, su vitalidad”[1].
Voluntad y deseo van unidos. Enamoramiento y fidelidad en lo pequeño. Es el alimento que me permite seguir luchando. Una voluntad alimentada por el deseo. Esa fuerza interior. Esa pasión que arde en el alma.
Quiero aprender a llenar mi voluntad de deseo, de sueño, de anhelo, de ideal, de amor. Y quiero aprender a encauzar mi deseo con una voluntad que lo oriente.
Quiero ser fiel a lo que decido. Y por eso decido optar por Dios. Le pido a Él que alimente mi deseo. Que llene de fuego mi alma para hacer su voluntad. Para abrazarlo en mi vida cotidiana. Allí donde no suceden cosas extraordinarias.
Y parece que no cambio el mundo como a mí me gustaría. Todo parece tan pequeño. Pero es así. Esa es la entrega que da fruto.
Necesito fuerza de voluntad para entregar mi vida en las manos de Dios cada día, cada hora.
El padre José Kentenich habla de esa entrega de mi vida a Dios como la entrega de un poder en blanco a María:
“Quien hace el Poder en Blanco como corresponde, se entrega por completo al requerimiento, a los deseos y a la voluntad del Padre Eterno. No quiere reservar para sí nada de su voluntad noble y libre. En lo sucesivo forjará su vida y estará dispuesto a sufrir en ella con total sumisión a la voluntad divina y en conformidad con ella”[2].
Esa actitud confiada, de niño, es la que me lleva a poner mi vida en las manos de María. Una actitud que cree y nunca deja de creer.
Le doy mi sí a María y le pido que sea Ella quien marque mi camino, mi rumbo. Le pido que me dé la fuerza de voluntad que no tengo y necesito.
Esa fuerza que me lleve a repetir mi sí cada mañana. Con pasión o cansando. Esa fuerza que me saque de la mediocridad y me lleve a seguir aspirando a las alturas, sin conformarme con una vida plana y mediocre.
Sueño con ser mejor, con vencer las barreras que hay en mi interior. Sueño con una vida plena en la que todo mi interior mire al cielo.
Amo la tierra amando el cielo. Amo mi vida sin dejar nada fuera. Amo todo lo que soy y tengo. Mi propia fragilidad y lo que Dios me ha prometido que puedo llegar a ser.
Puedo dar más, ser más. Y eso lo sé. Pongo mi fuerza de voluntad al servicio del bien. Lo que Dios quiera hacer con mi vida. Se lo confío. Él puede si yo le abro la puerta de mi alma y me dejo hacer por Él.
No todo es fuerza de voluntad. Lo sé, pero sin esa fuerza interior sé que no podré ir muy lejos. No me atreveré a lo imposible. No daré pasos ni buscaré con ahínco lo que deseo y veo como un bien para mi vida.
[1] Giovanni Cucci SJ, La fuerza que nace de la debilidad
[2] Rafael Fernández de Andraca, Sí, Padre: Nuestra entrega filial a Dios