En la época de MasterChef y CanalCocina, ¡la gente cada vez se arrima menos a los fogones!Cocinar es un antiestrés, uno de los placeres de la vida. Sí, no solo comer, sino precisamente cocinar. Poderme dedicar con toda calma a la preparación de una cena es de verdad fuente de bienestar.
El placer comienza cuando se hacen las invitaciones y se elige el menú, teniendo en cuenta las exigencias personales de los comensales: puede haber alergias, intolerancias, exigencias ligadas a la salud, o simplemente idiosincrasias hacia ciertos alimentos.
Al contrario, hay comensales a los que sé que debo satisfacer no sólo con la calidad, ¡también con la cantidad! Después la elección de los vinos, en combinación con los platos. Sigue la compra, momento fundamental para el éxito de la noche: elegir la materia prima adecuada es el primer secreto para el éxito del plato.
Después finalmente, con mis ingredientes en la mesa, la balanza, las ollas, el libro de recetas abierto en la página correcta, me pongo el delantal y comienza el paseo.
Aunque no haya invitados a la mesa, cocinar algo bueno para mí y para mi marido es un placer que consuela del cansancio y a veces de las pequeñas desilusiones de un día difícil.
No siempre hay tiempo para elaborar platos complicados, pero nunca he estado de acuerdo con quienes dicen que para comer bien hace falta tiempo: en pocos minutos se puede poner en la mesa una cena gustosa, sin muchos artificios pero con cariño y amor, tan importante para la familia.
Pero un reciente sondeo de Nielsen, acompañada por los datos proporcionados por la cadena Coop, revela que en realidad las personas como yo son una especie en extinción. ¿Exagero? Quizás sí, pero en cualquier caso está bajando drásticamente, de manera preocupante, el número de los que quieren estar a los fogones. No disminuye la gana de comer, pero sí el deseo de cocinar en persona la propia cena.
Será apasionante seguir MasterChef, será divertido ver a los famosos que cocinan en tv; pero cuando hay que comer, la gente prefieren cada vez más platos precocinados. Se ahorra tiempo y trabajo, la comida no se mancha, no hacen falta ollas, accesorios, cucharones, colapastas y sartenes.
Los supermercados ofrecen a esta nueva generación de vagos para comer sin esfuerzo: ensaladas ya lavadas, sushi, sopas para calentar unos segundos en el microondas, lasañas preparadas ya en una fuente horneable. Aunque uno cocine la pasta, las salsas las usa ya preparadas: así, el cocinero puede consultar el smartphone, ducharse o ver el telediario mientras se hace la comida. Ya ni siquiera se sofríe una cebolla ni se le añade tomate para hacer una salsa sencilla. Las ventas de sandwiches y aperitivos confeccionados aumentaron en los primeros meses de 2016 un 27,9%; las de sopas, un 45,2%.
Naturalmente todo esto se paga: la comida predominada cuesta más de lo que costaría cocinar uno mismo. La industria y la gran distribución van al paso con esta nueva tendencia.
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Cuando no hay tiempo (o ganas) de ir al supermercado o cuando queremos comer algo distinto, viene en ayuda la nueva frontera: la de las cenas de gourmet encargadas por smartphone y entregadas a domicilio. Hasta hace poco se llevaban a casa solo las pizzas, ahora llegan también las hamburguesas, la carne al horno con patatas, o la cocina japonesa e india.
Sí, me siento casi como un panda, yo que tomo mi balanza de cocina, que peso la harina, la manteca, que troceo las verduras del sofrito, que dedico un par de horas a preparar una sopa.
En mi opinión, esta nueva tendencia no sólo trae consecuencias negativas para el bolsillo o la salud. Las consecuencias son también familiares, educativas y sociales. Pero de ello hablaremos en otra ocasión.
Publicado originalmente en italiano en el sitio Pane e Focolare