No juzgues ni critiques porque todos somos capaces de todoHace poco tiempo nuestra familia, mi esposo, mis hijos y yo adoptamos de corazón a un muchacho de 19 años, Nathan. Es un chico con una historia de vida muy particular y la cual por obvias razones me reservo.
Le hemos dado tantísimo amor que nos hemos ganado el privilegio de que nos llame mamá y papá, cosa que seguramente no es nada fácil para un niño cuya historia de vida ha sido muy fracturada.
El proceso de adaptación no ha sido nada sencilla para ambas partes. Ha hecho “cosillas” que nos ha invitado a tirar la toalla, a decirle que ya no es bienvenido al hogar y a la familia. Sin embargo, no lo hemos hecho. ¿Por buenos? ¡No! Absolutamente no. Porque como personas creadas con libertad tenemos la opción de elegir solo el bien mayor y ese es el amor.
Hemos elegido la caridad por encima del desamparo; la misericordia por encima de la sentencia y de la censura… La compasión por encima de la insensibilidad.
Elegimos no ponernos en la actitud de “cómo fue capaz de hacerlo”, ni de criticarlo, sino de amarle y aceptarle con sus cualidades y sus defectos.
En este mundo se sentencia con facilidad y se emiten juicios y opiniones temerarias. Nos sentimos con derecho de hacerlo, como si fuéramos blancas palomas.
¡Y sin embargo, qué distinta sería nuestra vida si pensáramos que el mismo tiempo que “perdemos” en emitir un juicio temerario o una crítica malintencionada sobre alguien es el mismo que podríamos “invertir” en pensar cosas buenas sobre esa persona!
¡Si entendiéramos que los pensamientos en sí mismos tienen tantísimo poder! ¿Por qué no elegir cambiar nuestro “mal pensar” por razonamientos llenos de caridad, por palabras amables colmadas de conmiseración, empatía y simpatía?
Antes de emitir algo poco caritativo o dejarnos llevar por pensamientos negativos sobre una persona porque la vemos actuar de tal o cual manera debemos de detenernos a reflexionar que todos somos productos de una historia, la cual a veces estuvo llena de dolor y que generalmente actuamos o respondemos de acuerdo con ella.
Es decir, que muchas veces nuestras acciones o comportamientos son producto de heridas emocionales de las que no somos conscientes y que nos inclinan actuar de una u otra forma.
De verdad, no conviene juzgar ni criticar porque todos somos capaces de todo y si muchos no hemos caído más bajo no es por “buenos”, sino por obra y gracia de Dios.
Donde falte amor, sembremos amor para que cosechemos amor. Lo mejor es cambiar nuestra actitud y forma de ver a las personas que tienen un comportamiento que de alguna forma les reste dignidad.
Es decir, abrazar al pecador -no al pecado- y corregirle con amor. Sonreírles, estar siempre dispuestos a escuchar sus problemas con una actitud compasiva, aún cuando las nuestras sean peores.
Recordemos que más vale no escupir al cielo. No critiquemos a una persona solo porque peca distinto a nosotros.
Si amáramos más y enjuiciáramos menos este mundo sería otro…