Adaptar la obligación a las personas es un arte que mejora la convivencia y da pazSería en los años 90. Una amiga mía era corresponsal de un importante diario español en Alemania. Estábamos en la Hauptbanhof, la inmensa estación de trenes de Frankfurt, y la llamaron desde Madrid para decirle que debía tomar cuanto antes un tren a Berlín, porque algo importante acababa de ocurrir.
La acompañé a la taquilla. Pidió el billete al funcionario, y este se dio la vuelta, miró un reloj de pared, se volvió hacia ella y le contestó: “Lo siento. Son las 5 de la tarde en punto y la oficina debe estar cerrada”. Hasta aquel día admiraba la cultura germana y todo en ellos me parecía loable: su tesón, su orden, su constancia… Pero aquella actitud del funcionario me pareció inhumana. ¿Acaso no podía extender su horario de trabajo ni un minuto más?
No se nos pasó por la mente creer que era un acto de discriminación hacia los latinos porque tanto mi amiga como yo más bien parecemos germanas. Pero aquello se me quedó grabado: una lección de lo que NUNCA hay que hacer, más allá de lo que marque la norma.
Vivir atrapado en la norma reduce la felicidad, estoy segura. Y los psicólogos lo corroboran. Alguien que solo vigila el estricto cumplimiento del deber y de lo estipulado, es un peligro si olvida lo más importante: las personas.
Por eso da gusto la convivencia con los que tienen la virtud de la flexibilidad bien asumida.
Ser flexible puede expresarse de muchos modos:
- Aceptar que el compañero de trabajo emplea otra vía para llegar al mismo resultado. No solo la mía es la adecuada ni la mejor.
- Relajar el horario familiar en vacaciones, cuando no perjudica a nadie. No hace falta seguir las mismas horas de comidas que en el resto del año.
- Entender que alargar las comidas y tener una conversación relajada enriquece la vida de familia y el conocimiento entre unos y otros.
- Saber reírse de uno mismo si le ha salido un gallo al cantar o, en general, ha hecho el ridículo.
- No entrar en pánico si vienen unos parientes a cenar y el encargado de poner la mesa (ese adolescente pendiente del WhastApp) ha colocado los cubiertos al revés.
La flexibilidad va de saber poner buena cara a las contrariedades, cambiar de planes ante los imprevistos, facilitar las cosas a los impacientes y coléricos.
La diplomacia del día a día
La flexibilidad es la diplomacia del día a día, en la convivencia con los de casa y los del trabajo. Es empatizar con los demás: con los de otras generaciones, los de otros pareceres, otras costumbres.
Si para hacer unos huevos revueltos nos puede servir por igual el estilo norteamericano, el británico o el francés, ¿por qué me ha de extrañar que en cada casa haya modos distintos de hacer las cosas más sencillas?
Cada uno tiene su “sistema”: de estudiar, de trabajar, de organizar las reuniones… Los jefes también tienen su propio estilo. Y las empresas: por eso no es óptimo llegar y cambiar radicalmente todo. Mejor darse un tiempo para conocer los porqués.
En las conversaciones, discutir es el escalón límite, porque el siguiente es enfadarse. Hay que argumentar, no dejarse avasallar, exigir respeto por las propias ideas… pero también escuchar con interés de verdad, estar presente con idea de aprender, subrayar lo que une.
Si eres flexible, ¿eres un blando?
¿Muestra uno debilidad si es flexible? ¿Es más profesional el rígido? Evidentemente todos sabemos que en nuestro trabajo hay una serie de tareas que exigen rigor, puntualidad…
Por ejemplo, en un laboratorio las cantidades y los tiempos han de ser exactos. También en la NASA deberán estar cronometrados el día que quieran enviar otro cohete al espacio desde la isla de Guam.
En los grupos, cierta disciplina es básica para mantener la armonía: alguien debe encargarse de limpiar, de hacer cierto encargo… Pero, una vez más, las personas han de ser lo primordial. Ser inflexible con el deber ante situaciones excepcionales en que alguien necesita ser tratado de otro modo, no nos hace grandes.
En cambio, mostrar flexibilidad es de sabios, porque indica que hemos aplicado la ley con acierto al caso concreto.