Una escritora del siglo XIX cuya obra aún tiene algo que decirPor si olvidasteis la tarta de cumpleaños con muchas, pero que muchas velas, os recordamos que la legión de fans de la escritora Emily Brontë celebró el 30 de julio su 200.º cumpleaños.
Los admiradores de la enigmática escritora conmemoraron el día de maneras muy diversas. El lugar de nacimiento de Emily —Thornton, Inglaterra, cerca de Bradford— preparó un buzón de correos adecuado a la ocasión con su poema High Waving Heather. Un artesano escocés hizo un violín en honor de Emily. Y un alma afortunada quizás pueda regalarse a sí misma una rara primera edición de Cumbres borrascosas, el logro literario más titánico de Emily (y la única novela que escribió). El regalo solo le costaría 11.300 dólares.
A Emily quizás le habría sorprendido que se la recuerde, no digamos ya que se la homenajee, dos siglos después de su nacimiento. Nunca se casó, así que no tuvo hijos para preservar su memoria. Publicó Cumbres borrascosas en 1846 bajo un seudónimo (Ellis Bell), y las críticas iniciales fueron decididamente mixtas. Murió un año después. Probablemente había más gente que la conocía como ama de casa que como escritora.
Sin embargo, desde entonces, la influencia de Cumbres borrascosas se ha vuelto casi ineludible. La historia se ha llevado al cine o la televisión una docena de veces y cada generación le ha dado su propio giro. La película de 1939 fue la más aclamada, protagonizada por el legendario Laurence Olivier y nominada al Óscar a la Mejor Película. La adaptación televisiva de 1978 de la BBC es considerada la más fiel. Otras reinterpretaciones transportan a los moros británicos de Cumbres borrascosas a México (Abismos de pasión de 1953) o al Japón medieval (una versión de 1988 dirigida por Yoshishige Yoshida). Cuando The Guardian decidió clasificar las 100 mejores novelas escritas en inglés, la obra maestra de Emily entró en el puesto número 13. No está mal para una escritora a media jornada en su primera y única novela.
A pesar de la omnipresencia y el éxito del libro, la propia autora sigue siendo un misterio. Ella era notoriamente introvertida y tenía muy poco interés en buscar la fama. Sin embargo, por lo que sabemos de su vida, Emily Brontë sigue inspirándonos y enseñándonos a su propia manera tranquila. Echa un vistazo a algunas de las características que ella encarna tan bien…
Imaginación
La madre de Emily, Maria, murió cuando Emily tenía tan solo 3 años. Su padre, Patrick Brontë, era un clérigo de unos 50 años que no tenía mucho tiempo para entretener a sus hijos (sus hijas Charlotte, Emily y Anne —que se convirtieron todas en escritoras publicadas— y su hijo Branwell). Ella y sus hermanos se sumergieron con todo el corazón en un mundo de asombrosa imaginación, avivado por un conjunto de soldados de juguete que Branwell había recibido. En conjunto, los cuatro Brontë escribieron cientos de poemas que detallan los acontecimientos en los reinos gemelos de Angria y Gondal, poemas ahora protegidos por el Museo Británico.
Aunque algunas personas en tiempos de Emily podrían haber pensado que tales mundos imaginativos eran una pérdida de tiempo, los científicos y psicólogos modernos entienden lo importante que es la imaginación para una mente joven. Childtime.com señala que frases como “habilidades de pensamiento crítico” y “habilidades para la resolución creativa de problemas” son simplemente otras palabras para referirse a la imaginación. Los niños imaginativos son más capaces de lidiar con problemas y dificultades inesperados cuando son adultos. En una época en la que el juego imaginativo es reemplazado tan a menudo por pantallas y programas que imaginan por nosotros, Emily nos recuerda que nada reemplaza las aventuras que nuestros hijos pueden crear por sí mismos.
Multitarea
Aunque la mayoría de los escritores célebres de la época tenían mucho dinero (lo que les ganaba tiempo para escribir), los Brontë no eran ricos. Hacían la mayor parte de sus propias tareas domésticas (especialmente cuando su ama de llaves de muchos años estaba demasiado enferma para mantener la casa) y, debido a que las hermanas Charlotte y Anne trabajaban como institutrices con bastante regularidad, Emily hacía más que la mayoría.
Pero incluso mientras trabajaba en la casa, la mente de Emily estaba en su escritura. “Lo que sea que estuviera haciendo”, escribió una sirvienta, “planchando u horneando, tenía un lápiz consigo”. Este es un ejemplo maravilloso para cualquiera que quiera escribir, pintar o componer, pero encuentre que el mundo real se interpone en su camino: no necesitas renunciar a tu(s) trabajo(s) para crear. Solo hay que ser más creativo para ganar tiempo y encontrar la oportunidad de hacerlo.
Sinceridad
Cuando se publicó Cumbres borrascosas, algunos críticos de la época victoriana se sorprendieron. “Cómo un ser humano podría haber intentado crear un libro como este sin suicidarse antes de haber terminado una docena de capítulos, es un misterio”, escribió un crítico para Graham’s Lady Magazine en 1848. “Es un compuesto de depravación vulgar y horrores antinaturales”.
En efecto, la mayoría de los personajes de la novela de Emily no eran especialmente compasivos. Pero sí tenían una honestidad cruda, incluso dolorosa, una verdad áspera que ha influido en la literatura hasta nuestros días. Emily era una observadora aguda de la naturaleza humana y estaba decidida a pintar esa naturaleza con todas sus cicatrices y verrugas.
Ver y decir la verdad es una parte importante de crear arte, obviamente, pero necesitamos recordar que también es parte del ser cristiano en un mundo caído.
Fe
Es difícil determinar el estado de la fe de alguien, mucho menos la fe de una escritora solitaria que vivió y murió hace un par de siglos. Algunos ateos, agnósticos y paganos la han adoptado como una de los suyos, y su representación del fanático cristiano Joseph, quien bombardeaba a los jóvenes bajo su cargo con interminables sermones en Cumbres borrascosas, no pinta el cristianismo bajo una luz particularmente favorable.
Pero decir que Emily no era cristiana parece ignorar o tergiversar lo que realmente sabemos de ella. Era la hija de un párroco y casi las únicas veces que puso un pie fuera de su casa fue para caminar por el bosque o… ir a la iglesia. Y cuando volvemos sobre los poemas de Emily, muchos de ellos tratan de Dios y/o de la otra vida. Echa un vistazo a Últimas líneas para ver algunos estremecimientos religiosos. Emily nos recuerda que podemos ser personas de fe profunda y al mismo tiempo se críticos con algunos aspectos de esa misma fe.
Poder silencioso
Hay quienes han sugerido que a Emily y su hermana, Charlotte, les irritaba el tiempo en que vivían y lo que la sociedad esperaba de las mujeres de aquel entonces. Es cierto que no rompieron ningún molde ocupacional, trabajando como institutrices y amas de casa. Y es cierto que ambas publicaron sus libros bajo seudónimos masculinos: sentían que su trabajo no sería tomado en serio si publicaban bajo sus propios nombres. Sin embargo, Judith Shulevitz en un artículo para The Atlantic sugiere que fue por mantenerse fieles a las expectativas sociales de su tiempo que fueron capaces de escribir de forma tan poderosa e incisiva.
“Charlotte y Emily Brontë nunca fueron débiles”, escribe Shulevitz. “En cuanto a las tareas domésticas como la cocina y la limpieza, las escritoras quizás las hicieran a falta de algo mejor, pero el trabajo ancló su escritura en una realidad que nunca antes había sido tan importante para la ficción. Probablemente también les ayudó a mantenerse cuerdas en el proceso”.
Es un error de nuestra era moderna asumir que seguir los roles o expectativas tradicionales de género es indicio de debilidad o falta de ambición. Durante la mayor parte de su vida, Emily fue ama de casa, a veces maestra y siempre soñadora. Ninguno de esos papeles disminuyó su genio y perspicacia y su fulgor literario. “Deseo ser como Dios me hizo”, dijo una vez, y así fue, satisfaciendo y trascendiendo lo que otros también querían que ella fuera.
Y lo mismo podemos todas nosotras. La mayoría de nosotras, imagino, vivimos vidas bastante prosaicas. Hacemos nuestro trabajo. Criamos a nuestros hijos. Hacemos lo que tenemos que hacer para pasar de un día para otro. Pero Emily Brontë nos recuerda que Dios nos hizo a todos por una razón. Y que incluso dentro de los confines en los que vivimos, podemos encontrar espacio para elevarnos.