Aunque el clima social, político y económico no es parecido al de 2001, año de la peor crisis de la historia reciente argentina, bien vale para estos momentos pensar en quienes más padecen esta situación y también ponerse en oración.En solo dos días, la moneda argentina se devaluó más de un 20%. El episodio trae los peores recuerdos a un país que viene sufriendo una galopante inflación desde hace años. La situación, además, es comparable a la de muchos países de la región. Mientras economistas y políticos se debaten entre si el rumbo es el adecuado para salir de una crisis previsible y otros exigen decisiones y cambios, los que más sufren estas crisis son:
- Los más pobres. El ajuste salarial promedio en la Argentina estuvo en torno al 25%, aunque hay gremios que aún no cerraron sus convenios, como los docentes. La inflación prevista supera el 30%; y este aumento del dólar pone en jaque esa estimación. Si una persona recibía 10,000 $ mensuales y recibió un incremento del 25%, su sueldo se incrementó 2,500$. Si una persona recibía 50,000$, su sueldo se incrementó 12,500$. Ambas tienen las mismas necesidades de mantención básica pero el que cobra el sueldo mínimo recibe $10,000 menos que el segundo para enfrentar los aumentos de precios. La situación, como siempre, la sufren más los que menos tienen. Y aún hay varios gremios que no terminaron de definir las condiciones de los aumentos a dar, por lo que el escenario de incertidumbre salarial se mantiene muy alto.
- Los que tienen deudas o están comprando su primer hogar. Para frenar el avance del dólar, el gobierno aumentó considerablemente la tasa de interés. Esto afecta severamente a quienes no están en condiciones de pagar la totalidad de sus tarjetas de crédito, y también a aquellos que adquirieron créditos para acceder a su primer hogar durante los últimos años, con una modalidad de créditos cuya tasa aumenta con estos vaivenes a un ritmo que los ajustes anuales de sueldos no alcanzan a suplir.
- Los enfermos. Parte de las drogas para los tratamientos más severos son importados. Aún cuando sean las obras sociales o empresas de medicina prepaga las que afronten los costos, estas también necesidades de subsistencia y pueden demorar o cancelar la compra de drogas si consideran que podría haber un reemplazo con una droga local. Sobre el posible reemplazo local, ante el aumento de la demanda, también suben los precios. Y así, los enfermos, y entre ellos más aún los más pobres, reciben tratamientos que son conscientes no son los mejores que podrían recibir. La situación, en ocasiones, es desesperante.
- Los jubilados. Los abuelos no tienen un gremio detrás que exija que sus haberes se ajusten con la inflación real, y se enteran de a cuenta gotas de su evolución salarial. El haber mínimo de un jubilado hoy es de cerca de 8,100$. Si ese jubilado no cuenta con techo propio tiene que alquilar. Un alquiler de un departamento de 30 m2 en la ciudad de Buenos Aires está, en promedio, en $8,600, según datos oficiales del gobierno local. Si dos abuelos viven juntos y ambos perciben esa jubilación, además de los gastos básicos de manutención como alimentación, reposición indumentaria y viáticos, deben pagar servicios como el gas y comprar medicamentos. Ambos rubros, drogas y energía, se encuentran directamente influidas por el valor del dólar.
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Aunque el clima social, político y económico no es parecido al de 2001, año de la peor crisis de la historia reciente argentina, bien vale para estos momentos volver a rezar una oración que el cardenal Jorge Bergoglio proponía la Nochebuena de ese año, cuando el país parecía colapsarse. Se trata de una oración compuesta varios años antes por José María Castiñeira de Dios:
Señor, que nunca me negaste nada,
nada te pido para mí; te pido
sólo por cada hermano dolorido,
por cada pobre de mi tierra amada.
Te pido por su pan y su jornada,
por su pena de pájaro vencido,
por su risa, su canto y su silbido,
hoy que la casa se quedó callada.
Te pido, con palabras de rodillas,
una migaja de tus maravillas,
un mendrugo de amor para sus manos,
una ilusión, sólo una puerta abierta;
hoy que la mesa se quedó desierta
y lloran, en la noche, mis hermanos.
Que así sea.