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Para Jesús, ¿quiénes son los llamados y quiénes los escogidos?

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Henry Vargas Holguín - publicado el 06/09/18
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O preguntado de otro modo: ¿serán muchos o pocos los salvados?Antes de responder a esta pregunta, me parece oportuno echar un vistazo al contexto en el que Jesús habla de escogidos y llamados.

El profeta Isaías (Is 25, 6-10), nos describe un gran banquete que tendrá lugar en la Jerusalén celestial, al cual concurrirán todos los pueblos para participar de la alegría por el triunfo definitivo del Mesías. Esta invitación no es exclusiva para Israel, es para todos los pueblos de la tierra; cada uno está llamado a este banquete. Esto se ratifica en el Salmo 22, donde se nos dice que habitaremos en la casa del Señor por años sin término; y, además en el mismo salmo, el salmista nos recuerda que nuestro Dios “prepara una mesa” (Sal 22, 5).

Y Jesús retoma el tema del banquete, cuando, para explicarnos el reino de los Cielos, se sirve de la parábola del banquete de bodas o del banquete nupcial (Mt 22, 1-13).

El banquete de bodas es una imagen bíblica. Dicho banquete sirve para resaltar el carácter gratuito, generoso y extraordinario del amor de Dios por su pueblo.

El banquete y/o la fiesta de bodas es también símbolo de la alegría por la unión esponsal entre el novio Jesús, el Mesías de Dios, con su pueblo, la Iglesia; Él se entrega a ella por amor, para que Dios reine a beneficio de la humanidad.

Jesús se definió a sí mismo como novio (Mt 9,15) y como esposo (Mt 25, 1-13). Realidad que San Pablo confirma: Cristo, como marido, es cabeza de la Iglesia; y como un buen marido se entrega a sí mismo por ella (Ef 5, 21-32).

“No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Benedicto XVI, Deus caritas est, 1). Esa Persona no es otra que el novio-esposo Jesucristo, quien se casa con su nuevo pueblo de la Alianza: la Iglesia; Iglesia que, por voluntad divina, quiere abarcar toda la humanidad.

Y obviamente la Iglesia-humanidad necesariamente debe estar presente en la fiesta de bodas; es una fiesta que celebramos en la fe cada domingo. La fiesta por el matrimonio entre Jesús y la Iglesia está anticipada en el hoy de la fe: el Espíritu Santo nos permite pregustar, en el banquete eucarístico, las alegrías del banquete celestial. La Santa Misa, por tanto, es la anticipación de aquel banquete nupcial escatológico y definitivo.

Y ahora recordemos la parábola del banquete nupcial. Jesús nos habla de un rey (Dios) que prepara un banquete para festejar la boda de su hijo muy amado con la humanidad (que es Él mismo). Fiesta a la que el rey empieza invitando por boca de sus siervos (los patriarcas y profetas), y a través de los dirigentes judíos, al antiguo pueblo de la alianza, el pueblo de Israel.

Pero como estos -los primeros invitados- negaron la dignidad mesiánica de Jesús  rechazaron ir a la boda (Mt 21, 33-43).

El rey entonces les dice a otros siervos (los apóstoles y discípulos) de ir a extender la invitación de manera más directa a más gente de ir a la fiesta (al pueblo de la antigua alianza en general).

Pero estos nuevos invitados tampoco hicieron caso de la invitación, y se negaron también con sus justificaciones, excusas y pretextos a ir a la fiesta.

El rey entonces, muy indignado, envía aun más siervos a todos los rincones de la tierra para invitar a todos -pecadores y paganos (buenos y malos)-, sin excluir a nadie a unirse a la fiesta.

El rey les dice a sus siervos: “Vayan,… e inviten”. El verbo invitar se traduce con “llamar”. Vayan y llamen a todos los que puedan encontrar. Búsquelos y tráiganlos. Hay aquí pues un llamado general que va dirigido a todos.

Y los siervos van y llaman a todos; pero, junto a la invitación, la advertencia de que hay que ir a la fiesta con un traje especial, con el traje adecuado.

Para ser admitidos a esta fiesta de bodas (la eucarística y la escatológica –las bodas del cordero (Ap 19, 9)-), es necesario llevar puesto el traje nupcial: estar revestidos, entre otras cosas, de Cristo como dice San Pablo (Col 3, 10-15).

Revestirse de Cristo significa, además, hacerlo de aquellas virtudes, humanas (naturales) y cristianas (sobrenaturales). El revestirnos de Cristo es el fruto maduro de la justa cooperación entre la gracia y la libertad humana, y que estamos llamados a cuidar constantemente para poder ser dignamente admitidos en la “fiesta de bodas”.

El primer modo para ser revestidos de Cristo es el sacramental, por medio del Bautismo. “El Señor mismo afirma que el Bautismo es necesario para la salvación (cf Jn 3, 5). Por ello mandó a sus discípulos a anunciar el Evangelio y bautizar a todas las naciones(cf Mt 28, 19-20; cf DS 1618; LG 14; AG 5). El Bautismo es necesario para la salvación en aquellos a los que el Evangelio ha sido anunciado y han tenido la posibilidad de pedir este sacramento(cf Mc 16,16). La Iglesia no conoce otro medio que el Bautismo para asegurar la entrada en la bienaventuranza eterna…” (Catecismo, 1.257).

Ese vestido para estar en la fiesta de bodas es, pues, la gracia de Dios. La gracia que se recibe a través de los sacramentos y que se mantiene con la fidelidad a Dios; es el vestido de los que no se limitan a decir “Señor, Señor” (Mt 25, 11), sino que además hacen la voluntad de Dios Padre (Mt 7, 21).

La parábola nos dice además que una vez ha comenzado la fiesta de bodas llega el rey (Dios). Y como éste ve a alguien que se había ‘colado’, se dispone a expulsarlo sin ninguna contemplación; el rey expulsa de la fiesta a quien había pretendido estar sin cumplir con el requisito fundamental.

Por esto, al final de ésta parábola, Jesús sentencia: “Muchos son los llamados mas pocos los escogidos” (Mt  22, 14). Dicho de otra manera: Muchos (todos)son los llamados al matrimonio con Dios y a la respectiva fiesta, mas pocos serán los que se casen con Dios y así entren en consecuencia a la fiesta de bodas.

A partir de aquí ya podemos intuir quién es llamado y quién es escogido. De aquí que se entiende la diferencia entre ser llamado y ser escogido. Dios quiere que toda la humanidad con la que Él se ha casado, abrazada por la Iglesia, esté en la fiesta de bodas, pero sólo serán escogidos unos cuantos, los que lleguen a la fiesta en el cielo con el traje indicado. En el cielo están y estarán de fiesta los que se han casado con el divino esposo.

Lo que queda claro es que, en la terminología de Mateo, la “llamada” es para todos, es simplemente la petición general a la humanidad para que acepte casarse con Dios y estar en el banquete celebrativo en el reino de los cielos.

Es lo que nos confirma San Pablo cuando dice que “Dios quiere que todos los hombres se salven” (1 Tim 2, 4). Es lo que se conoce en teología como la voluntad salvífica y universal de Dios. El amor de Dios Padre no conoce límites ni pone barreras. Su mayor deseo es que todos los seres humanos, salidos de su mano creadora, puedan participar un día con Él en el banquete celestial. Pero lastimosamente su deseo no es cumplido en su totalidad; pero no será por culpa suya.

Cierto día le formulan a Jesús una pregunta:“¿Serán pocos los que se salven?” (Lc 13, 23). Jesús, aunque sabe la respuesta (como nos lo da a entender en la parábola del banquete nupcial), no responde a esta pregunta dando números, dando cifras, dando proporciones de salvados o condenados; simplemente, se limita a decir que hay un requisito de salvación: Entrar al cielo por la puerta estrecha (Mt 7, 13-14).

Además, con la parábola del banquete nupcial y con la expresión de que muchos son los llamados más pocos los escogidos, Jesús no solo quiso hablar del reino de los Cielos o del plan divino de salvación: Una relación de amor entre Dios y el ser humano (la boda –eterna- entre el hijo del rey y la humanidad abarcada por la Iglesia); sino que también quiso hablar una vez más de otras verdades fundamentales: Un juicio final (en el que se verificará que se tenga el traje de bodas); un cielo (Gozar de la fiesta; la felicidad de la salvación) y un infierno (Expulsión de la fiesta – Llanto y rechinar de dientes).

Ésta parábola es una invitación al ‘gran’ y definitivo discernimiento que todos tenemos que hacer en la vida, el discernimiento trascendental con el que nos jugamos todo.

Con la frase: “Muchos son llamados y pocos los escogidos”, Jesús concluye su parábola del banquete nupcial, pero bien podría también con la cual concluir la totalidad de su mensaje.

Y, finalmente, teniendo en cuenta ésta misma parábola, vemos que sólo uno es expulsado de la fiesta; en consecuencia en el reino de los cielos, de entre todos los que son llamados a la fiesta, son más los escogidos que los rechazados. Los que gozan de la fiesta o banquete de bodas serán la gran mayoría. Es una parábola esperanzadora.

 

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