En el ícono, el Dios hecho hombre se acerca a nosotros, recordándonos que nosotros también somos un ícono de Dios¿Conoces algún ícono religioso, como el Cristo Pantocrátor, la Salus Populi Romani, Virgen Negra de Częstochowa o la más conocida en América latina la Virgen del Perpetuo Socorro?
Estas hermosas imágenes, generalmente pintadas en madera, nacen y se extienden en el siglo IV, cuando la Iglesia de oriente todavía estaba unida a la Iglesia de occidente.
Por lo tanto los íconos son patrimonio de toda la cristiandad y no sólo de la Iglesia oriental, como muchos piensan, ya que sólo en sus iglesias se suelen ver este tipo de imágenes.
Fue en la época del Imperio bizantino cuando esta tradición comenzó a expandirse, principalmente desde la ciudad de Constantinopla hasta otras regiones como Rusia, Rumania, Grecia.
Algunos han atribuido al mismo san Lucas evangelista muchos de los íconos más importantes, como varias representaciones de la Virgen: la Theotokos (Madre de Dios), la Salus Populi Romani, la Virgen Negra de Częstochowa, entre las más conocidas.
Un ícono no es sólo una forma de arte, es mucho más, ya que son consideradas obras inspiradas.
El objetivo original de los artistas, generalmente monjes, era eliminar cualquier sentido de individualidad, lo que lleva a la afirmación de que los iconos eran acheiropoieten o acheropita, es decir, no hechos por la mano humana.
Las figuras son retratadas de acuerdo con los cánones de antinaturalismo y antiplasticidad. Las imagenes son estilizadas y aplanadas, ya que en la teología, los iconos debían servir para subrayar la dimensión espiritual de los misterios, de los eventos y de los personajes sagrados, lo importante era describir las aspiraciones del hombre hacia lo divino.
El arte pasaba a un nivel secundario dando importancia a lo más trascendente, el Misterio de Dios, expresado a través de este arte.
Por eso para la Iglesia es considerado un sacramental. Tal como lo expresa en sus concilios, el icono es un “Sacramental participe de la sustancia divina”, es el lugar donde el cual Dios está presente y se le puede encontrar.
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El Segundo Concilio de Nicea (787) declara: “Sea por la contemplación de la Palabra de Dios, sea por la representación del Icono, tenemos la Memoria de todos los santos y somos introducidos en su presencia”.
En este concilio se define el valor de los iconos con la afirmación de que el fundamento de este arte reside en la Encarnación del Hijo de Dios, por lo tanto, es posible representar a Dios, ya que asumió la naturaleza humana asimilándolo de manera inseparable a aquella divina.
En el Concilio de Éfeso, san Juan Damasceno afirma: “Lo que el Evangelio nos dice por la Palabra, el Icono nos lo anuncia por los colores y nos lo hace presente”.
Y también en este concilio el ícono viene definido como “templo”, es decir, un lugar en el que aquellos que están representados también están misteriosamente presentes.
En el ícono, el Dios hecho hombre se acerca a nosotros, recordándonos que nosotros también somos un ícono de Dios, por lo tanto nuestro destino es llegar a ser como Él.
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