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“¡El pudor también se aprende!”

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Mathilde De Robien - publicado el 27/09/18
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El pudor puede manifestarse a partir de los 3-4 años y debe ser fomentado para que los niños aprendan a respetar su cuerpo y el del otro y a construir una personalidad con vida interior y con capacidad de amar … Veamos los beneficios ligados al aprendizaje del pudor. El aprendizaje del pudor, en este mundo invadido por imágenes eróticas, es clave en la educación de los niños. Béatrice Bergeras, casada y madre de siete hijos, formada en acompañamiento de adolescentes, titular de un máster del Instituto Juan Pablo II en Roma y fundadora de la asociación “Aimer, ça s’apprend”* (A amar se aprende), explica a Aleteia de qué modo el pudor, enseñado desde la más temprana edad, participa de la construcción de la persona y la hace capaz de entregarse más adelante a un amor verdadero.

Aleteia: ¿Cómo define usted el pudor?

Béatrice Bergeras: “El pudor es la verdad natural que esconde a la curiosidad lo que pertenece a la intimidad de la persona”, escribió el abad Guy Pagès. Todas las palabras son importantes.

Cuando me dirijo a los pequeños, les digo que el pudor es natural, que pertenece a nuestra naturaleza de hombre o de mujer, sin hablar necesariamente de virtud, sino más bien de hábito, y que ¡el pudor se aprende!

En cuanto a la curiosidad, subrayo que la hay de dos tipos: la natural, que es la que dirigimos hacia nosotros mismos o hacia los demás y que es del orden del conocimiento, de uno mismo o del otro; y luego está una curiosidad menos natural, del orden de la indiscreción, es decir, malsana, y que va en contra del pudor.

La intimidad es el centro profundo del ser humano, su jardín secreto, ahí se encuentra el alma para los cristianos, el centro de la voluntad iluminada por la inteligencia. Y un ser humano se distingue de los animales por su inteligencia, su voluntad, su memoria y su consciencia, su capacidad de discernir lo Verdadero, lo Bello y lo Bueno.

Es creado a imagen y semejanza de Dios, tiene la capacidad de relacionarse con los demás y de amarles. Tiene también el poder de entrar en relación con Dios. Dios creó al ser humano por amor y para amar y, por ello, el ser humano no puede vivir sin amar ni sin ser amado.

Se tiende a definir el pudor como una moderación en la vestimenta. ¿Es más que eso?

Sí, a menudo se asocia el pudor con la forma de vestir, pero eso no es más que una expresión del pudor. El pudor es mucho más grande que eso. Solamente existe porque nuestra mirada está pervertida, porque ya no ve al prójimo como alguien con quien vivir una relación de amistad o de amor, sino alguien de quien extraer un beneficio egoístamente.

Lo que caracteriza al amor verdadero es que es capaz de darse totalmente al prójimo, en todas las dimensiones de su persona, y no utiliza al otro como un objeto para su placer egoísta.

¿Qué interés tiene enseñar pudor a los niños y adolescentes?

El interés es el de “despertarles el respeto por el ser humano”. Es para hacerles crecer hacia la Verdad, la Belleza y el Bien al mismo tiempo y que estos permanezcan conexionados. El pudor impide que el cuerpo se separe del alma. El pudor se encuentra en la frontera entre los dos y actúa como una protección de la intimidad de la persona.

Así crecerán hacia la verdad del amor, hacia la belleza del cuerpo y del amor, hacia el Bien, en el sentido de la construcción personal, primero, y luego en su capacidad de entregarse a un amor verdadero en el futuro. ¡No es una cuestión cualquiera!

En efecto, en la construcción de la persona y del niño en particular, el pudor está directamente ligado al aprendizaje del amor, a través de la autoestima, del autocontrol, de la comprensión e integración de la alteridad, de la pureza y de la castidad.

El pudor nos ayuda a desarrollar una perspectiva sobre uno mismo y cuanto más comprenda un niño en su corazón el respeto debido a la persona por ser persona, más púdico será y más capaz de tener una vida interior. Solamente en el corazón de una persona unificada puede nacer un amor verdadero. Para una vida cristiana, es también el inicio de una vida de oración y de ser capaz de visitar el interior de uno mismo.

¿A partir de qué edad se puede inculcar el pudor?

El pudor debe nacer de forma natural y puede manifestarse a partir de los 3-4 años. Aunque debe ser acompañado y fomentado, no debe ser impuesto, eso no tendría sentido.

Antes de los dos años, el niño descubre su propio cuerpo y no siente ninguna vergüenza en exponer su desnudez. Descubre su cuerpo y ciertas sensaciones asociadas al tacto, pero no hay ningún impudor, es solamente curiosidad ¡y es una curiosidad sana!

Hacia los 3 o 4 años, comienza a sentir curiosidad hacia los demás. Puede comparar su cuerpo con el de sus hermanos y hermanas en el ámbito familiar y con los compañeros de su misma edad. Es la edad en la que se toma verdadera consciencia de la diferencia de los sexos y cuando se plantean preguntas.

Hay que responderles con un vocabulario adaptado para evitar palabras groseras o demasiado infantiles. ¡Hay que maravillarse de la belleza del cuerpo! Si damos a entender que hay algo sucio detrás de estos temas, se grabará en su memoria.

A partir de los 4 años, comienza a abrirse más hacia el universo del otro y a tomar consciencia de la identidad propia. Es durante este periodo cuando aparece el pudor. A partir de los 6-7 años, aunque puede ser antes, el niño se vuelve cada vez más púdico. Comprende mejor qué es el espacio íntimo y sabe respetar los límites entre él y los demás. Este descubrimiento del pudor está directamente ligado con la consciencia de ser una persona de pleno derecho y el niño construye el vínculo más o menos consciente entre su cuerpo y su corazón.

Dice usted que la condición previa a la noción de pudor es educar sobre la unicidad del cuerpo y del alma. ¿Cómo hacer que un niño tome consciencia de la unicidad de su persona?

Cuando intervengo en las clases de niños de primaria, siempre llevo conmigo una muñeca rusa, una matrioshka (se ve la muñeca exterior pero no las de su interior) que ayuda a los niños más pequeños a comprender las múltiples dimensiones que tiene una persona: corporal, emocional, intelectual y afectiva. (Al principio, dejo la dimensión social a un margen).

La primera idea consiste en mostrarles que el pudor está ligado a la noción de persona. Les pregunto qué es lo primero que miran en el cuerpo de alguien que acaban de conocer, qué lugar les puede dar información sobre quién es de verdad esa persona. Dicho de otra forma, qué lugar en el cuerpo humano es el más personal, el reflejo del alma. Incluso los más pequeños encuentran de inmediato la respuesta correcta: ¡el rostro! Y dentro de la cara, los ojos, la mirada. La mirada desvela el alma. También subrayo que, al contrario, una rodilla o un pie no expresan nada personal.

¿Y con los adolescentes?

Con ellos se puede ir más lejos y revelar que ciertas partes del cuerpo sugieren el placer sexual y que exponerlas es una invitación a la genitalidad más que a una relación de amor. Por eso, ocultamos de forma natural nuestros genitales. Insistimos mucho con las adolescentes sobre qué desean que los chicos miren de ellas: si les muestran sus atributos femeninos, ¿están permitiendo a los chicos entrar en contacto con su persona o solo con sus cuerpos? A este nivel, un centímetro de más o de menos en la vestimenta va a tener importancia. De hecho, ¡todo es una cuestión de intención! Por supuesto, más allá de la ropa, también van a tener un papel importante la actitud y las palabras.

Con los adolescentes, utilizo ejemplos de la publicidad que nos inunda y que representan a mujeres semidesnudas o desnudas y les pregunto si el efecto del anuncio sería el mismo si el rostro de la mujer fuera el de su madre.

Evidentemente, el efecto no es el mismo, porque su madre es una persona que conocen y que quieren. En esta situación o en otras que ellos mismos identifican como una intrusión en su intimidad, les invito a que me digan cuál fue su reacción inmediata. Todos sin excepción me responden que experimentaron un sentimiento de vergüenza: esta ruptura de la unidad puede provocar, tanto en niños como en adultos, más allá de la vergüenza, un sentimiento de culpabilidad y una confusión muy profunda.

Hay una anécdota que cuento a los adolescentes, la de la experiencia que vivieron los prisioneros de los campos de concentración nazis, aunque también en otros lugares. ¿Qué hacían para despojar a una persona de su dignidad? ¡La obligaban a desnudarse! Esa persona queda reducida al rango de animal. Los animales no sienten pudor…

¿Cómo, concretamente, se orienta a los niños para unificar las 3 C: cuerpo, corazón, cerebro?

Hay que ayudarles a entrar en sí mismos, a escuchar su cuerpo y su corazón. El mejor medio es indudablemente el silencio. Con frecuencia, esta generación desconoce qué es el silencio interior. Vivimos en una sociedad de ruido permanente. Es un ejercicio muy bueno pedirles que guarden unos momentos de silencio, no forzosamente muy largos, porque solamente en lo profundo de su corazón descubrirán cuáles son sus auténticos deseos y cómo tomar decisiones con libertad.

A los más mayores, les pido que reflexionen sobre cómo quieren vivir: ¿desean ser respetados en su dignidad de ser humano o aceptarían ser reducidos al estado de un objeto impersonal? El meollo de la cuestión está ahí y el pudor es la mejor herramienta para impedir que el cuerpo se separe del alma, que los actos queden separados de la intención.

Me inquieta mucho constatar en ciertas jóvenes esta desunión, esta separación que crean entre su cuerpo y su interioridad y que, como consecuencia, los actos que realizan no tienen un impacto sobre ellas, ni siquiera el acto sexual. Sin embargo, cualquier acto, sea cual sea, tiene necesariamente consecuencias sobre todo el ser.

¿Qué le gustaría decir a modo de conclusión?

Que el pudor prepara y protege el amor verdadero. Cuanto más rica es una personalidad, más valor da a su vida interior y más grande es su pudor. Y también será más grande su capacidad de amar.”

*”Aimer, ça s’apprend” es una asociación compuesta por un equipo de hombres y mujeres que acompañan desde hace seis años a jóvenes en formación en comunidades religiosas y seminarios y, puntualmente, en escuelas.

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