Lo esencial a menudo es invisible a los ojos de quien precisamente ve. Cuando Jesús dijo: “Por eso les hablo en parábolas; porque viendo no ven” pensaba en nosotros que con los ojos abiertos y a bordo de la vida no miramos realmente Nosotros que estamos obsesionados con la literatura corremos el riesgo de pasar por sabelotodos mirando por encima del hombro. Pasa algo y enseguida soltamos la frase: “Me recuerda ese libro donde…¿te acuerdas?”.
Corro el riesgo de caer en ese lugar común; a veces citar no es erudición, sino entusiasmo. Cuando la realidad te pone frente a una experiencia encarnada de un episodio imaginario de un autor y escrito en un libro, se enciende una llama de estupor: la imaginación realmente no huye del mundo de nuestras fatigas, sino que lo habita en profundidad.
No he podido evitar saltar cuando leí la historia de Nicolás, un joven brasileño de 11 años que nació ciego. Está dando vueltas por la web el video en donde aparece con su mamá en el estadio: él es un apasionado aficionado del Palmeiras (…mis conocimientos de futbol no van más allá de la correcta escritura del nombre del equipo) y ella lo llevó al estadio y le susurraba la narración al oído. Se habrá convertido en una experta, quizá más que nuestros cronistas que comentan más que describir.
Frente a los espectadores videntes, el cronista puede darse el lujo de contarles el partido, regateando la pura y simple narración de las acciones en campo. Es casi humillante, ¿cierto? Mejor rellenar todo con las estadísticas, hacer juicios sobre las estrategias, hablar mal del jugador que no rinde en aquella posición, el entrenador que ha dejado en la banca al hombre equivocado. Somos mejores para hablar que para mirar.
Mirar y ya es un gesto demasiado grande para nosotros, demasiado esfuerzo, porque requiere poner a un lado el ego y escuchar al otro, la presencia externa de las cosas (…que es un mensaje directo de Dios, me permito añadir para quien cree).
Entonces, al mirar a Nicolás y a su mamá surgieron en mí varios pensamientos, uno los unifica todos:
Por eso les hablo en parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden. (Mt 13,13)
Y así, la realidad puede volverse signo y parábola, si la mira quien busca un sentido sin descuidar la presencia de los datos de la realidad. Nicolás debe mucho a su mamá, estará enamorado de esa voz en busca de una narración rápida, eficaz, precisa. Pero también esa mamá debe mucho a su hijo con una discapacidad en la vista, que le ofrece una mirada más; él le enseña a tomar conciencia de lo que está ante los ojos. Dado por sentado para muchos. Se ve sin ver, justamente.
Describir la toma de un centrocampista que bloquea al atacante que corre, equivaldrá para la mamá de Nicolás el esfuerzo con que Virgilio le cantó a Euríalo y Niso. Las palabras deben decantar lo que los ojos encuadran y dejan escapar. Pero todo es valioso para quien vive en la oscuridad. Nicolás es la conciencia de que quizá estamos todos en la oscuridad; llenos de imágenes y vacíos del deseo de mirar realmente.
La erudita que hay en mí (preferiría decir “enamorada de historias”) extrae de la memoria la obra maestra del estadounidense Raymond Carver, Catedral: un huésped ciego llega a la casa del protagonista y después de mucha charla y formalidades, la relación entre los dos llega a un momento culminante; frente a un programa de televisión el ciego pide que el huésped le describa una catedral.
Me fijé en la toma de la catedral en la televisión. ¿Cómo podía empezar a describírsela? Supongamos que mi vida dependiera de ello. Supongamos que mi vida estuviese amenazada por un loco que me ordenara hacerlo, o si no…Observé la catedral un poco más hasta que la imagen pasó al campo. Era inútil. Me volví hacia el ciego y dije: “Para empezar, son muy altas”. Eché una mirada por el cuarto para encontrar ideas. “Suben muy arriba. Muy alto. Hacia el cielo. Algunas son tan grandes que han de tener apoyo. Para sostenerlas, por decirlo así. El apoyo se llama arbotante. Me recuerdan a los viaductos, no sé por qué. Pero quizá tampoco sepa usted lo que son los viaductos. A veces, las catedrales tienen demonios y cosas así en la fachada. En ocasiones, caballeros y damas. No me pregunte por qué”. Él asentía con la cabeza. (de Catedral, Raymond Carver)
Qué cansado describir lo que los ojos ven sin necesidad de palabras; y, sin embargo, en ese cansancio está el sentido del ver. El orgullo nos haría comentar la belleza de una iglesia gótica con miles de frases para llevar a efecto, la necesidad de decir lo que nos lleva a lo esencial: son altas, porque son testigos del vínculo entre el hombre y el cielo.
Vuelvo a la imagen con la que empecé, una mamá que narra a su hijo ciego un partido de futbol. Quizá en la vida cotidiana deberíamos desdoblarnos también nosotros, y esforzarnos por hablar a nuestra mitad invidente que está siempre a nuestro lado. Cuando estamos al margen, pasamos de largo ante eventos pequeños y grandes corriendo el riesgo de descuidarlos; entonces es bueno escuchar la pequeña voz que pregunta o implora: “Dime, ¿qué ves?”.