Con mucha frecuencia repetimos que estamos agradecidos por nuestra familia, por nuestros hijos, por nuestra vida, pero muchas veces creo que no captamos cómo este agradecimiento debe transformar nuestra manera de ver la realidadHace pocos días, un periodista le preguntaba a Novak Djokovic, después de jugar un partido de Tennis de tres horas, a una temperatura de 35 grados y con una humedad de 70%, que cómo se sentía jugar un partido tan importante en esas condiciones tan adversas. Le pedía que pusiera en palabras para el público lo difícil que era jugar en esa situación. La respuesta de Djokovic sorprendió a todos. Muy cordialmente le respondió que el no podía contestar esa pregunta. Él sentía que los que estaban allí eran muy afortunados de hacer lo que les gustaba, de jugar el deporte que amaban en un escenario tan importante como ese y frente a millones de personas. Él no sentía que era justo hablar de las dificultades de ese partido, cuando se sentía bendecido por estar allí.
A pesar de que sólo es un deportista, y no un filósofo o un santo, esas palabras han estado en mi cabeza durante algunas semanas. Y me han ayudado a ver que nuestra vida como padres necesita un poco más de esta visión práctica del agradecimiento.
Con mucha frecuencia repetimos que estamos agradecidos por nuestra familia, por nuestros hijos, por nuestra vida, pero muchas veces creo que no captamos cómo este agradecimiento debe transformar nuestra manera de ver la realidad.
Si de verdad hiciéramos nuestra la gratitud, nos quejaríamos mucho menos por banalidades, seriamos más pacientes con los demás, aprenderíamos a apreciar más las cosas pequeñas, estaríamos más presentes y conectados con nuestra familia.
Es difícil porque vivimos en la época de la comodidad y el confort: ¿por qué jugar un partido de tennis a 40 grados si pudieras jugarlo con aire acondicionado? Pero si nos detenemos un momento nos damos cuenta de que las cosas que valen la pena sólo se logran con estos pequeños sufrimientos, que no son innecesarios.
Quisiera ser mucho más agradecida, quisiera quejarme menos, quisiera poder ver lo bueno en vez de sacar siempre a flote lo negativo, pero se que esto requiere entrenamiento, así como cualquier deporte. Requiere enfocar mi mirada en cosas distintas, requiere repetirme mil veces que, incluso las cosas malas que nos suceden, traen siempre cosas buenas, requiere pausa y reflexión.
Quisiera también educar a mis hijos a tener un corazón agradecido, que sepan ver en todas las contrariedades aquello que los hace crecer, que sepan lo afortunados que son de vivir la vida que llevan y que esto los obligue a dar algo de vuelta.
La gratitud no es fácil de vivir, y va mas allá de postear una foto en Instagram que diga: #blessed. La verdadera gratitud es aquella que nos permite alejar nuestro corazón de la falta de sueño, de la rutina que aburre, de las peleas y los berrinches y de las tareas, y nos acerca a apreciar los momentos vividos, los pequeños logros de nuestros hijos, el tiempo que pasamos con ellos y muchas otras cosas que muchas veces damos por hecho.
Ojalá en nuestra vida familiar quitemos el enfoque en los 40 grados de calor, y respondamos como Nole: somos afortunados de estar aquí.
Este artículo de María Verónica Degwitz fue anteriormente publicado en su blog “En la sala de mi casa”