Repite una y otra vez tu sí, Él hará lo demásHoy vuelve a encenderse mi corazón al escuchar a Pedro y a Jesús: “Pedro se puso a decirle: – Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Jesús dijo: – Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones, y en la edad futura, vida eterna”.
Lo he dejado todo por seguirlo. Hoy quiero renovar mi promesa de fidelidad. El tiempo acaba haciéndome blando. Bajo las exigencias y me conformo. Lo he dejado todo y se me olvida.
Salvarme no es imposible para Dios. Él hace posible lo imposible. Cambia mi corazón y lo hace magnánimo, libre, pobre. Capaz de darlo todo sin miedo a perder.
Soy tan egoísta… Guardo el no como respuesta en mi alma ante todo lo que pueda ser una exigencia. Quiero renovarme en los ideales por los que un día opté. Son verdaderos.
Comenta el siquiatra Enrique Rojas: “Cuando eres joven estás lleno de posibilidades, pero cuando eres mayor estás lleno de realidades. La felicidad consiste en ilusión”.
Necesito renovarme en ilusión. Digo que sí. Miro con paz y alegría las posibilidades que no están. Me alegro con lo que soy y lo que he hecho. Veo lo que el mundo es.
Miro con paz a mi Iglesia. Sufro por el mal y me indigno con el pecado ajeno. Con el mío soy más indulgente.
Quiero que la Iglesia se renueve mientras yo me quedo quieto sin hacer nada. Como si no quisiera que a mí me cambiaran. Tal vez como ese joven rico temo perder lo que tengo.
Hoy opto por Jesús, por seguir sus pasos, por ser testigo de su misericordia. Opto por dejarlo todo en manos de María. Por ser más de Dios en medio de los hombres. Deseo vivir como viven los santos.
El padre José Kentenich comenta: “Ellos son los grandes artistas de la vida. Cuanto más difíciles los tiempos y las tareas que esos mismos tiempos nos imponen, con tanto mayor seriedad y fervor los santos de la vida diaria se empeñan por un fuerte y sólido cimiento de su vida y actividad: por una profunda vinculación a Dios”[1].
El santo de la vida diaria es el que lleva a Dios consigo. Y vive en libertad su pertenencia. Sigue a Jesús con alegría. No vive con miedo ni replegado en su egoísmo.
Ya lo ha dado todo. Sólo teme olvidarse de sus promesas. Por eso las renueva cada día en su interior. Pronuncia su sí. El que ya dio. Lo repite una y otra vez ante Dios.
[1] Kentenich Reader Tomo 2: Estudiar al Fundador de Peter Locher, Jonathan Niehaus