No es el legado de San Pedro Claver, quien en esta ciudad se hizo uno con los negros esclavos y enalteció su dignidad. La difusión de un video en redes sociales convocando a 30 hombres a una fiesta de tres días en una isla privada de Cartagena de Indias con 60 mujeres y “alcohol, sexo y drogas libre” alertó a medios de comunicación y autoridades locales.
La promoción a esta actividad ya había trascendido el año pasado, aunque las autoridades nunca llegaron a confirmar si el evento tuvo lugar o no. Ahora, la policía está abocada a verificar si es que se trata de una broma o el evento tendrá lugar; de ser así, el nuevo alcalde anunció que pondrá todos los medios para impedirlo.
“Aquí no toleramos el mínimo intento de irrespeto contra la ciudad. Estamos en contra y rechazamos el abuso y la explotación sexual en cualquiera de sus formas”, escribió Pedrito T. Pereira Caballero, nuevo alcalde de Cartagena.
Sin embargo, fiesta sexual o no, es igualmente escandalosa la prostitución en las calles y playas de la maravillosa ciudad amurallada colombiana. Hace pocas semanas, un hombre solo pisó una playa en Bocagrande, en horas del mediodía, y en menos de cinco minutos recibió al menos tres ofertas sexuales.
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Si hay oferta, es porque hay demanda. Aún tras la difusión mundial del escándalo de 2014 que puso de manifiesto cómo una modelo ejercía de proxeneta, la prostitución sigue funcionando a flor de piel como un atractivo para el “turista sexual”.
Esos mismos días, en uno de esos hoteles en los que empresas y organismos internacionales se reúnen para sus eventos anuales, se vio desayunar a adultos avanzados con rasgos anglosajones acompañados de adolescentes o jóvenes mujeres de rasgos afroamericanos, sin que tengan el menor diálogo.
La evidencia de que se trata de un caso de prostitución no admite excusas. La imagen escandaliza tanto como el video.
Uno de los empleados de uno de estos lujosos hoteles reconoce con mucho pesar lo que cotidianamente ve, aunque se consuela sabiendo que disminuyó mucho ese tipo de turismo sexual desde el escándalo de 2014. Pero hace saber que la crisis migratoria de venezolanos reagudizó la crisis. Así se advierte a simple vista, y también fue denunciado por la prensa colombiana hace ya algunos meses.
En su visita a Colombia el Papa Francisco eligió esta ciudad como sede de su última Misa. En la tierra de San Pedro Claver, y evocando la heroicidad de aquel defensor de esclavos se preguntó “cuántas veces se «normalizan», se viven como normales, procesos de violencia, exclusión social, sin que nuestra voz se alce ni nuestras manos acusen proféticamente”.
También se refirió a “la abominable trata de seres humanos, en los delitos y abusos contra los menores, en la esclavitud que todavía difunde su horror en muchas partes del mundo, en la tragedia frecuentemente desatendida de los emigrantes con los que se especula indignamente en la ilegalidad”. “No es posible convivir en paz sin hacer nada con aquello que corrompe la vida y atenta contra ella”, clamó Francisco.
Con o sin fiesta sexual, clama al cielo una solución duradera ante el drama que desde hace años aqueja a Cartagena de Indias. No puede ser Cartagena lo que a simple vista es: una ciudad abierta al turismo sexual. No es el legado de San Pedro Claver, quien en esta ciudad se hizo uno con los negros esclavos y enalteció su dignidad. Su ciudad, que enfrenta esta otra denigrante forma de esclavitud, merece otra cosa.
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