Las pantallas moldean la realidad y han transformado las relaciones interpersonales, el ocio, la política, la educación y el trabajo.No es una novedad que desde antes de nacer ya aparecemos en pantallas, y que a lo largo de la vida leemos, escribimos, amamos, discutimos, nos divertimos, aprendemos, y envejecemos frente a una pantalla de smartphone o de un monitor.
Pantallas las hay de bolsillo y gigantes, pero están por todas partes y nos sumergimos naturalmente en ellas. Allí lo buscamos casi todo y nos “conectamos” con todos.
La revolución tecnológica operada nos ha llenado de posibilidades inimaginables hasta hace poco; los medios no son ni buenos ni malos, son medios, son instrumentos. Lo que se puede juzgar es el uso que hacemos de ellos y las consecuencias que impactan en nuestra vida por su uso.
Sobre esto se escribe todos los días y no hay demasiadas recetas, dada la celeridad de las transformaciones y las novedades exigidas por el valor de la “innovación” constante.
Algunos analistas sociales perciben algunos cambios culturales en los que puede ser iluminador detenerse:
1. La avalancha informativa
Según una reciente investigación del Pew Research Center, los jóvenes estadounidenses entre 13 y 17 años han abandonado otros medios de comunicación y redes y prefieren Youtube e Instagram, o sea, videos y fotos.
En la era “todopantalla” no solamente asistimos a una catarata ilimitada de imágenes y continuidad de datos que crecen diariamente, sino que se crean nuevos soportes y cada usuario crea contenidos.
Hemos pasado de una era donde los grandes medios de comunicación de masas eran los emisores de la información y de las imágenes, a una horizontalidad creada por medios como las redes sociales, foros, canales personalizados como Youtube y blogs, que permiten a cualquier usuario entrar en contacto con quien quiera, además de transformarse en productor, fotógrafo y “periodista”.
Las fronteras de la información se disuelven y se confunde el valor del contenido sin ningún criterio para jerarquizar la información a la que accedemos, generando también un cansancio informativo por saturación.
Las fuentes se multiplican sin cesar, y los contenidos están todos a “un click” de distancia, pero tampoco les dedicamos tiempo, porque pasamos de uno a otro, sin digerir demasiado, solo pensando en la fascinación de tenerlo todo a la mano.
Se pueden descargar miles de libros en pdf, pero eso no quiere decir que se lea más. Se pueden descargar miles de películas para las que no alcanzarían cien años de vida para verlas. Se sacan miles de fotos diariamente, pero ya no se vuelven a mirar y pierden importancia con la misma brevedad con la que se consiguieron.
Todos estamos permanentemente aprendiendo a gestionar tanta información para poder elegir, priorizar y dejar de lado infinitas posibilidades, porque cada vida es finita.
Educar en la jerarquización del contenido y en el uso de las nuevas tecnologías se ha vuelto una prioridad en las instituciones educativas y un tema de discusión permanente en la producción periodística.
2. ¿Comunidades virtuales o narcisismo digital?
En el mundo virtual florecen diariamente grupos y comunidades virtuales construidos en torno a un interés común, pero según G. Lipovetsky, esta dinámica “no hace sino propinar otro empujón a la escalada hiperindividualista. Nada es hoy más ingenuo que interpretar el auge de las “comunidades afines” como signo de un retroceso del proceso de individuación. Pues estas existen por la elección libre y subjetiva, reversible y emocional de individuos desvinculados que entran y salen de estas plataformas digitales de ocio en lo que se tarda en pulsar el ratón, sin ningún compromiso duradero o institucional” (La cultura-mundo, 2010).
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El filósofo y sociólogo francés entiende que hoy se busca no tanto un vínculo comunitario sino una embriaguez de contactos y “amistades” renovados sin cesar, como un zapping de vínculos, donde siempre están abiertas las posibilidades y los encuentros, donde también se pueden bloquear o cerrar en un instante a gusto y estado anímico de cada uno.
“Cuesta no advertir la dimensión profundamente narcisista de estos intercambios on line que muchas veces consisten solo en hablar de nosotros mismos, en darnos a conocer, incluso en desnudar en ocasiones los aspectos más íntimos de nuestra vida privada”.
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Aunque también es cierto que, junto a este narcisismo postmoderno, alimentado por la cultura de la selfie y de monólogos infinitos, también existen deseos de compartir, expresarse y participar en debates de ideas. Y es que el individualismo postmoderno no es solamente consumista, sino que es sumamente dialogante y expresivo, reclamando siempre interacción múltiple y constante.
El desafío siempre será cómo hacer del mundo digital un espacio de encuentro y participación, de diálogo y aprendizaje, y no quedar atrapados en el masajeo del ego atrofiado en la búsqueda de likes, comentarios para subir la autoestima y seguidores.
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3. Educar en la libertad
Cada usuario tiene un acceso inmediato e ilimitado a un caudal incontable de información, totalmente desordenada y sin clasificar. Se siente libre de ir a donde quiera, de mirar lo que sea, de construir su propio itinerario en internet.
¿Cómo ejercer la libertad y el pensamiento crítico en las nuevas condiciones socioculturales marcadas por el imperio de las pantallas y aplicaciones? Lipovetsky entiende que la libertad no está amenazada en Occidente por la censura, “sino por la sobreinformación, la sobredosis, el caos que trae la misma abundancia.
Lo que nos falta no es información, que nos desborda; lo que no tenemos es un método para orientarnos en esta sobreabundancia indiferenciada, para situarnos a una distancia analítica y crítica que le dé sentido”. Un gran desafío de la cultura actual es cómo educar a las nuevas generaciones como personas libres y críticas en un universo de sobreabundancia informativa.