Una nueva promesa del cine italiano, Alice RohrwacherEl cine italiano siempre ha sido algo especial. Son muchos los nombres que centellean en el parnaso de nuestro pasado cinematográfico. Pero, más que la especificidad artística de cada uno de los directores, hay un hilo de Ariadna que acomuna filmes tan dispares como la recentísima La Gran Belleza (2013), de Sorrentino, y la obra de Passolini, De Sica, Fellini o incluso Olmi. Es un estilo, un modo de ver el mundo, a caballo entre la ternura y el surrealismo.
¿En qué consiste? No es fácil decirlo. Se puede decir que en el cinematógrafo itálico se documenta una magia que proviene de muchos lugares. La encontramos en el ritmo, más tranquilo, de dejar suceder las escenas. En una fidelidad a lo que sucede que en algún momento ha llegado a llamarse realismo, pero que mira lo cotidiano dejando espacio para lo increíble y lo insólito.
Digna heredera de este modo de practicar el séptimo arte, más comprometido con la imaginación y la transformación del mundo que con la taquilla, es Alice Rohrwacher. Esta directora y guionista italiana consigue, con Feliz como Lázaro (2018), construir una bella metáfora sobre la dignidad de la pobreza, jugando con historias que suenan a nuevo testamento, a la vida de San Francisco, a la citada filmografía italiana.
En el largometraje no solo se percibe la miseria existente hoy en día, sino también las críticas, agudizadas en la última época de crisis económica, a la banca y al gran capital. El resultado es soberbio. El protagonista, Lázaro, a caballo entre Rain Man y ese otro Cristo que fue el santo de Asís, consigue encarnar, sin caer en lo naif, una perspectiva distinta sobre el mundo. Más allá de las ideologías, más allá de la mentalidad común y del mundo de la vanidad, que parece impregnarlo todo, Lázaro es alguien en quien coinciden la miseria y una pobreza de espíritu que se traduce en la entrega extrema. Algo que lo lleva a amar a los demás hasta lo extremo, hasta lo que en nuestro mundo individualista parece un soberano absurdo.
La paleta cromática que utiliza la directora juega con la naturaleza apagada de La Inviolata, el origen de la historia, y los grises industriales de la Lombardía, después. El relato construye una parábola que coge altura con la explotación aristocrática de un pueblo de labriegos y que llega a su punto de inflexión cuando, por un casual, la policía descubre la situación de esclavitud en pleno siglo XX.
Una vez puestos los personajes en nuestro mundo neoliberal, donde cuentan con todos sus derechos, observamos cómo los pobres pierden su contacto con la tierra y sus frutos, cayendo en una pobreza mucho más acuciante, donde todo parece confabulado para que los hombres se maleen y el pueblo deje de existir producto de un individualismo galopante.
Lázaro, en mitad de todo este pandemonio de trabajo, emigración, timo y comercio clandestino, se convierte en la piedra angular, en el símbolo de la resurrección y de la pobreza evangélica, que ofrece, minuto tras minuto, destellos que resuenan extrañamente a La Strada, de Fellini; a El evangelio según San Mateo, de Pasolini; a Roma, ciudad abierta, de Roberto Rosselini; o a El hombre de las estrellas, de Tornatore.
Más de dos horas de buen cine, lento, pero con una promesa dentro, que no se deja perder en lo efímero. Un celuloide que requiere compromiso, atención y paciencia, como la vida. Dar el tiempo para que éste se llene de sentido. Un arco tenso entre Dios y su pueblo. Traición, admiración, redención, linchamiento, y mucha indiferencia ante la clamorosa propuesta de salvación.
Ficha Técnica
Feliz como Lázaro
Año: 2018
País: Italia, Suiza, Francia, Alemania.
Directora: Alice Rohrwacher
Guionista: Alice Rohrwacher
Reparto: Adriano Tardiolo, Sergi López, Alba Rohrwacher, etc