La vida de un joven drogadicto en una Comunidad del Cenáculo sorprende en los festivales de cineLa Comunidad del Cenáculo, fundada por Sor Elvira Petrozzi, es una cosa de otro mundo en este mundo. Tiene casas de desintoxicación del alcohol y la droga tanto para chicos como para chicas desperdigadas por todo el globo terráqueo. Si visitas alguna de ellas, entiendes rápidamente que el ora et labora de San Benito salvaguarda su vigencia incluso en la sociedad líquida actual.
Los adictos entran por voluntad propia en esas casas apartadas, en lugares donde todavía se trabaja la tierra y se ejercen labores de labriego y ganadero. Pasan el síndrome de abstinencia sin ayuda de medicamento alguno. Ni siquiera se puede fumar.
Los únicos instrumentos para superar los peores momentos del proceso de deshabituación son: el resto de compañeros de la comunidad, que han pasado por aquello mismo un tiempo antes que tú, el ángel de la guarda (un hermano que no te deja ni a sol ni a sombra), el rezo de los salmos, los cantos, las excusiones, el rosario, la adoración del Santísimo, la eucaristía y el duro trabajo que te hace llegar derrengado al momento de dormir.
La culminación de todo este milagro la constatamos cuando vas a verles y algunos de esos muchachos te testimonian unas vidas pasadas tan salvajes como las propias conversiones y sanaciones que han vivido en aquel apartado rincón del mundo.
Igualmente sorprendente es que el retrato fílmico de esta realidad –aunque sea en el registro de la ficción y no del documental, como es el caso de La Plegaria– se convierta en una de las películas destacadas en uno de los festivales cinematográfico con más renombre a nivel mundial, como es la Berlinale, e incluso pase a formar parte de su palmarés.
Esta impresionante película cuenta la metanoya o transformación de Thomas, un chaval francés con problemas de violencia y desapego familiar que se ha convertido en un yonqui de heroína. Llega a una casa católica de desintoxicación de las características mencionadas. Y allí asistimos al entero arco dramático, haciéndose evidente la potencia –contrastada en la realidad por parte de la mencionada Comunidad del Cenáculo- de la Iglesia como comunidad de personas que adora al Dios vivo.
Las actuaciones son soberbias. El protagonista, encarnado por el desconocido Anthony Bajon, mereció el premio a la mejor interpretación masculina en una cita como la de Berlín. El ángel de la guarda, Damien Chapelle, también consigue darle densidad a un personaje al que no es fácil en absoluto insuflarle credibilidad.
El camaleónico y políglota actor hispano-alemán Álex Brendemühl practica en esta ocasión una madura y conveniente sobriedad, lejos de papeles mucho más histriónicos e inolvidables, como el de Fidel en Remake (2006), de Roger Gual. Incluso contamos con la aparición estelar de la anciana Hanna Schygulla, que consigue interpretar a la monja fundadora de la obra con una majestad parangonable a la belleza de su juventud.
El único pero a este gran filme de Cédric Kahn es la concesión a la galería posmoderna que se hace en el guión. Todo funciona perfectamente cuando la historia se ciñe con precisión realista a lo que sucede en las casas de la Comunidad del Cenáculo. Sin embargo, en un determinado momento, los guionistas deciden que lo que sucede es demasiado increíble o de otro mundo, y entonces lo barnizan con un toquecito amoroso y mundano que, sin destruir la historia, la empequeñece.
Y no digo más, porque hay que verla.
Ficha Técnica
Película: La plegaria (2018)
Director: Cédric Kahn
País: Francia
Reparto: Anthony Bajon, Damien Chapelle, Álex Brendemühl, Hanna Schygulla, etc.