Al terminar la I Guerra Mundial, hace 100 años, tres emperadores europeos perdieron el trono y el imperio. Fueron: Carlos I de Austria y Hungría, Guillermo II el káiser de Alemania y Nicolás II de Rusia.
El zar Nicolás II de Rusia vivió, a su vez, la independencia de Polonia, Letonia y Lituania que se transformaron en repúblicas. También el emperador Carlos I de Austria y Hungría vivió la independencia de Checoslovaquia, que estaban bajo su reinado y que se transformó en la República de Checoslovaquia.
Los emperadores que perdieron su trono como consecuencia de la I Guerra Mundial:
Carlos I de Habsburgo-Lorena, un emperador santo
La monarquía de Austria y Hungría, que encarnaba la figura de Carlos I de Austria y IV de Hungría, y que regía los destinos del Imperio Austrohúngaro (1916-1918), tuvo que ceder el poder (pero no abdicó) y refugiarse en Suiza al no ser ayudado por las potencias de entonces, Gran Bretaña y Francia dentro de la Entente. Así terminaba de reinar la dinastía de los Habsburgo, que había dominado Europa desde el siglo XIII.
Carlos de Habsburgo-Lorena (1887-1922), el último emperador Habsburgo, recibió una educación católica desde su niñez. Había nacido en el Castillo de Persenbeug, en Austria inferior. Una religiosa profetizó que tendría grandes sufrimientos y ataques contra él. Se casó con la princesa Zita de Borbón-Parma, con la que tuvo ocho hijos. Tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo, en 2014, se convirtió en Príncipe heredero y dos años después en Emperador.
Empezó la I Guerra Mundial. Carlos I, al acceder al trono (1916) consecuencia del asesinato del príncipe Francisco Fernando de Austrias en Sarajevo (Yugoslavia), dijo que la primera preocupación y el deber más sagrado de un rey era la paz. Coincidió con el papa Benedicto XV en pedir la paz que solo llegó con el armisticio de 1918.
Al final de su reinado, cedió el poder y evitó una guerra civil. En el exilio se dedicó profusamente a la familia y a la educación de sus ocho hijos. En 1921 hubo un intento de restauración monárquica en Hungría, pero no prosperó. Murió unos meses después.
El papa san Juan Pablo II lo beatificó en 2004, por su gran trabajo por la paz y por haber vivido bajo el signo de la Eucaristía y practicar las virtudes cristianas en sumo grado. De hecho, murió mirando al Santísimo Sacramento.
Guillermo II de Prusia
El gran perdedor de la I Guerra Mundial fue el káiser alemán, Guillermo II de Prusia, el último de la dinastía Hohenzollern. Nació en 1859 y falleció en 1941, en el exilio en Holanda. Estuvo muy enamorado en su juventud de su prima Alexandra Fiodorovna de Rusia, nieta de la Reina Victoria de Inglaterra, la cual se casó con el zar Nicolás II de Rusia.
De religión protestante, tuvo una relación de amor-odio con Gran Bretaña, y su carácter impulsivo y poco reflexivo, incluso megalómano, lo llevó en política internacional a desencadenar la I Guerra Mundial. Sus declaraciones en el diario británico, Daily Thelegraph, lo enemistaron con la opinión pública de las potencias europeas, pues no habló bien de ninguna de ellas.
El pacto con el imperio austrohúngaro hizo que se desencadenara la Guerra Mundial tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria. Se enemistó con todos y vivió mal aconsejado. Al final tuvo que refugiarse en la neutral Holanda, en el castillo de Doom, y la reina Guillermina de Holanda impidió que se le detuviera y procesara. Pretendió que Hitler lo llevara otra vez al trono, pero este lo despreciaba.
El zar Nicolás II de Rusia, el último Románov
El zar Nicolás II de Rusia (1894-1918) fue también una víctima de la I Guerra Mundial, pues a causa de la impopular guerra, los bolcheviques se hicieron con el poder, destronando al zar y asesinándolo después junto a una casa en Ekaterimburgo, donde vivía. Con él murió toda la familia, compuesta por su esposa y cinco hijos y sus servidores, con el consentimiento de Lenin, el líder de la revolución bolchevique.
Fue el último miembro de la dinastía de los Romanov. Presionado por los revolucionarios, y sin cambiar las estructuras del imperio zarista, abdicó a su hermano el gran duque Miguel, quien a su vez abdicó ante el avance de la revolución.
Nicolás II fue un autócrata, aunque de carácter muy tímido, incapaz de enfrentarse a sus ministros cara a cara. Estuvo muy enamorado de su esposa la zarina Alexandra Fiodorovna y de sus hijos, especialmente del enfermo zarévich, Alexei Nicolaievich Románov. Él mismo manifestó a una persona de confianza al asumir el trono: “No estoy preparado para ser zar, nunca quise serlo”.
La zarina le animaba a tomar las riendas del poder, pero el zar no podía con su carácter. Fue influido mucho por su familia y por el emperador alemán, Guillermo II. Tuvo muchos errores en su vida, como la de declarar la guerra al Japón, donde sufrió una severa derrota.
El levantamiento sindical, la indisciplina del ejército (es famosa la rebelión en el acorazado Potemkin) y la revolución bolchevique llevó al Zar a una represión violenta, lo que acrecentó el fervor revolucionario. Fue con su esposa, convertida a la ortodoxia, un ferviente religioso.
El Patriarcado Ortodoxo de Moscú canonizó a Nicolás II y a toda su familia. Hoy la pretendiente al trono del Zar de Rusia es María Vladímirovna Románova, de la Casa Real Holstein-Gottorp-Románov, tras las especulaciones sobre Anastasia Nicolaievich Románov, que hoy se ha demostrado que murió en Ekaterimburgo, al lado de su hermano el zarévich, Alexei.
Los familiares y descendientes de estos emperadores, si bien mantienen la línea sucesoria de su respectiva dinastía, y por lo tanto no han cerrado su posibilidad de volver al trono si así lo decide su pueblo, se dedican a las más diversas profesiones de la vida civil, así como servidores de los estados democráticos republicanos.
Después de las dos guerras mundiales quedan en Europa nueve monarquías: Gran Bretaña, España, Suecia, Dinamarca, Noruega, Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Liechtenstein.