“Me acusan de discriminarla, de robarle oportunidades”, se lamenta.La educación de un hijo con síndrome de Down no es asunto fácil. Porque ante la posibilidad de integrar a estos niños haciendo que compartan su periplo escolar con otros alumnos que no son Down, hay padres que prefieren la Educación Especial en un aula solo para personas como su hijo.
La sociedad trata de normalizar la situación, o sea, entender que una persona con síndrome de Down puede participar de la vida en sociedad en alto grado aunque necesitará una mirada atenta o un acompañamiento en determinadas circunstancias. Esto repercute en que la persona Down se siente más integrada y reconocida.
Sin embargo, hay padres que consideran que para lograr esa integración una vía adecuada es la Educación Especial, en un centro que se encarga de formar a personas que se beneficiarán de un conjunto de competencias: profesores adecuados y con formación específica, material educativo, planificación académica a su nivel…
Terry Gragera es periodista (especializada en Salud, Maternidad e Infancia) y madre adoptiva de una niña con síndrome de Down. Recientemente ha publicado un artículo de opinión en el diario “El País” en el que se defiende de quien considera que la Educación Especial que ella ha preferido para su hija es una mala decisión.
“Me acusan de segregar a mi hija, de discriminarla, de robarle oportunidades, de aislarla. Me acusan de ser mala madre: una madre conformista, comodona, que no espera nada de ella, que la arrincona, que la condena. Incluso, otorgándome el beneficio de la duda, me acusan de ser una madre ignorante, infantilizada, sin criterio”, se lamenta.
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La inclusión educativa no ha de ser obligatoria
La situación de esta madre puede ser similar ya sea en Estados Unidos, en España, en México o Argentina. “Desde hace tiempo, los padres que hemos elegido esta opción académica para nuestros hijos somos duramente juzgados -se lamenta- por quienes apelan a la obligatoriedad de la inclusión educativa, esto es, que todos los escolares acudan a centros ordinarios, independientemente de su discapacidad”.
Ella considera que la educación especial que recibe su hija la hará “habilitada, formada, instruida y capacitada para dar lo mejor de sí misma fuera de su centro: durante su ocio, en su familia, en su trabajo dentro de unos años… Esa es la verdadera inclusión, ser parte del mundo que te ha tocado vivir con tus mejores armas. Porque no es cierto, no lo es, que solo haya inclusión si previamente ha habido inclusión educativa”.
Como prueba de ello, Terry afirma que “muchos de los jóvenes que han estudiado en centros de Educación Especial trabajan en entornos normalizados y empresas de todo tipo gracias a la formación que adquirieron“.
No considera que se haya aislado a su hija porque, “tras salir del colegio, juega en los parques con otros niños, asiste al teatro, a talleres de música, va a la piscina… como cualquier pequeño de su edad (con o sin síndrome de Down)”.
Tampoco le parece adecuado que se hable de un “sistema paralelo” ni de “segunda categoría”. “Mi hija está obteniendo justamente lo que necesita: apoyos personalizados por parte de personal muy experto, en un ambiente reducido, con ritmos ajustados a su aprendizaje, lo que le garantizará esa inclusión que tanto reclaman los que vociferan contra la Educación Especial”.
Terry Gragera considera que ‘el foco parece haberse puesto en la destrucción de la Educación Especial. En estas últimas semanas hemos leído que debía ser eliminada, erradicada en el menor tiempo posible, que conducía a un exterminio social”, que nuestros hijos eran maltratados por acudir a ella, que se conculcaban sus derechos, unos derechos que parecen de ida y vuelta, pues no importaría tanto que fueran pisoteados si esa Educación Especial es pagada “con dinero de nuestro bolsillo”… Se nos ha llamado intolerantes, se nos ha comparado con Hitler, se ha dicho que tenemos a nuestros hijos “recluidos” en una especie de cárceles, se ha insinuado que podíamos ser denunciados por un delito de odio…’.
El testimonio de esta mujer da idea de que cada decisión que toma ha sido madurada. “Adoro a mi hija -relata- desde el mismo momento que la vi, que no fue el de su nacimiento, sino 23 días después, cuando la adoptamos tras haber sido abandonada por tener síndrome de Down. No la discrimino ni la segrego. Lucho por ella desde aquel instante. Justamente igual que hacen los padres que eligen para sus hijos centros ordinarios. Justamente igual que hacen los padres que eligen para sus hijos centros de Educación Especial. Si la inclusión en España ha de mejorar, que así sea, pero no a costa de destruir algo que funciona y que es referente de calidad para muchos otros países.”
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