Cuando se hipoteca el futuroMarielle y Richard son una joven pareja estadounidense. Los dos nacieron y crecieron en Texas, donde estudiaron la licenciatura en relaciones internacionales. Una vez graduados, ambos decidieron estudiar un posgrado en la prestigiosa Universidad jesuita de Georgetown, en Washington.
Terminados sus estudios, encontraron, sin dificultad, un buen empleo. Su trabajo los lleva a recorrer el mundo: viajan a África y a Sudamérica. Ganan un buen sueldo y tienen la posibilidad de crecer.
Juntos alquilan un lindo apartamento, en una de las zonas con más personalidad de la capital estadounidense.
Los fines de semana disfrutan de la oferta cultural que brinda Washington. En pocas palabras, podría pensarse que viven a plenitud “el sueño americano”.
Pero ambos enfrentan un grave problema de fondo. Llegar al lugar en el que están, sin ser hijos de una familia millonaria, les costó mucho dinero. Y ahora deben pagar sus deudas.
Un futuro hipotecado
Para poder hacer frente al altísimo costo de la colegiatura de la Universidad de Georgetown –donde el año cuesta alrededor de 75.000 dólares–, Marielle y Richard no contaban con la cartera de sus padres. En cambio, tuvieron que contratar un crédito.
Richard terminó sus estudios de posgrado en mayo de 2017 y Marielle en diciembre del mismo año. Aún les quedan diez años para liquidar sus deudas. Una cuarta parte de sus ingresos lo destinan al pago de intereses.
Para ellos es imposible ahorrar. La deuda y el costo de vivir en una de las ciudades más caras de Estados Unidos les impiden comenzar a formar un patrimonio.
A pesar de haber estudiado en una de las mejores universidades del mundo y tener un trabajo estable en Washington, estos dos jóvenes no pueden comprar una vivienda o planear su futuro; a diferencia de anteriores generaciones de estadounidenses, salieron de la universidad con el futuro hipotecado.
Una deuda que supera el billón de dólares
Como Marielle y Richard, más de 44 millones de estadounidenses tienen alguna deuda relacionada con los estudios.
Al día de hoy, la deuda de estudios acumulada supera los 1.5 billones de dólares; una cantidad mayor –mucho mayor– al Producto Interno Bruto de México, por ejemplo.
Esta realidad tiene un impacto profundo en la vida de Estados Unidos. Antes un ejemplo de movilidad social, hoy el país norteamericano sufre un creciente estancamiento social, lo cual ataca la base sobre la que se construyó su fortaleza económica y social.
Un joven que termina la carrera con deudas es más lógico que busque un trabajo estable, como Marielle y Richard, en lugar de tomar el riesgo de emprender o innovar, como lo hacían las anteriores generaciones de estadounidenses. Sin emprendimiento y sin innovación, el espíritu americano está tocado de muerte.
Un problema que profundiza la desigualdad
Además está el problema de la desigualdad. Las élites no tienen ningún problema en pagar el costo de las universidades. Esto les da a sus hijos una gran ventaja.
Sin deudas y con el apoyo de un patrimonio considerable, se puede avanzar más rápido, a una velocidad diferente que el resto, lo que ahonda –aún más– el abismo entre clases sociales.
Como escribió el ex alcalde de Nueva York Michael Bloomberg –al explicar las razones detrás de su inmensa donación a la Universidad John Hopkins–, “nunca debería impedirse a un alumno cualificado (…) la entrada a la universidad en base a la cuenta bancaria de su familia. Sin embargo, ocurre todo el tiempo”.
El ex alcalde y multimillonario neoyorquino –cuyo nombre, incluso, suena como posible contendiente a la presidencia de Estados Unidos– acaba de hacer una donación de 1.800 millones de dólares para facilitar el acceso a la universidad a personas de escasos recursos.
En las palabras de Bloomberg se vislumbra la gravedad del problema: “Denegar a estudiantes el acceso a la universidad según su capacidad de pagar socava la igualdad de oportunidades. Perpetúa la pobreza intergeneracional. Y golpea el corazón del sueño americano: la idea de que cualquier persona, procedente de cualquier comunidad, tiene la capacidad de crecer por su mérito”.
Un futuro incierto
Marielle y Richard sabían que su decisión implicaría sacrificios. A diferencia de sus padres, tener una casa propia es un sueño que hoy les resulta difícil de alcanzar.
Aún les quedan muchos años de deuda y viven un ambiente de altísima competencia. Sin embargo, tienen esperanza.
Lo que más les preocupa son las generaciones que vienen. Un joven de 17 años se enfrenta a un panorama más adverso del que ellos se enfrentaron hace unos cuantos años. Y aún más adverso parece ser el panorama de los que vienen detrás.
El sobrino de Richard, por citar un ejemplo, es actualmente un pequeño que disfruta de la niñez, ya sabe lo que le costará estudiar la carrera: medio millón de dólares.
Estados Unidos siempre fue considerada la tierra de las oportunidades. Los inmigrantes de todo el mundo y los hijos de los inmigrantes de todo el mundo lograron construir los andamiajes de una poderosa nación, siempre bajo la premisa de que “cualquier persona, procedente de cualquier comunidad, tiene la capacidad de crecer por su mérito”.
Ese modelo puede estar llegando a su fin. Las consecuencias para la segunda economía más poderosa del mundo podrían ser –ya lo son— desastrosas.