Además de las tragedias del Palacio de Justicia y Armero, Betancur también es recordado como el mandatario que invitó a san Juan Pablo II a Colombia y renunció a la organización del Mundial de Fútbol en 1986Ningún expresidente fue respetado tanto por Colombia, aún después de muchos años de haber terminado su período y de las luces y sombras que tuvo su mandato entre 1982 y 1986. Los periódicos más importantes lo elogiaron a pocas horas de su muerte el pasado 7 de diciembre en Bogotá: “El último de los presidentes humanistas de Colombia, el estadista de cultura universal” (El Colombiano); “…encontró en la cultura la manera de contribuir a construir una mejor vida para él y su nación”. (El País); “…su lección fue obrar a favor del país, sin asomo de sectarismos” (El Tiempo).
Pero así como se ponderó su vida antes y después de la presidencia, a Belisario Betancur Cuartas se le recordaba porque en menos de una semana tuvo que conducir a la nación durante dos episodios muy dolorosos: la toma del Palacio de Justicia por parte del grupo guerrillero M-19, el 6 y 7 de noviembre de 1985, y la avalancha de Armero, el 13 del mismo mes.
En la primera tragedia, en Bogotá, murieron más de un centenar de personas entre magistrados, funcionarios, empleados, integrantes de la fuerza pública y guerrilleros. En la segunda, en la población del céntrico departamento del Tolima, fallecieron cerca de 25.000 personas como consecuencia de la avalancha generada por el deshielo del volcán nevado del Ruiz.
En ambos casos Betancur Cuartas dio la cara. Sin embargo, en el primero se le acusó de no haber escuchado los clamores del cese al fuego para preservar la vida de inocentes ante la arremetida guerrillera y la reacción de la fuerza pública. Incluso, se dijo que durante esos tensionantes días hubo un golpe de Estado por parte de los militares y que Belisario fue débil en el ejercicio de su autoridad. En el caso de Armero también se señaló a su gobierno de no haber sido previsivo ni diligente porque semanas antes, por diferentes vías, a sus funcionarios se les advirtió de la inminencia de una tragedia natural de grandes proporciones.
En contraste, a este abogado, político y periodista nacido en un hogar de campesinos católicos de Antioquia, se le abona su inusual sencillez dotada de gran elocuencia, el amor por la poesía y la literatura y su compromiso con los más necesitados. Gracias a él, por primera vez en Colombia millares de familias pobres pudieron tener una casa propia sin necesidad de pagar cuota inicial. A partir de entonces, los planes de vivienda económica para sectores necesitados se conviriteron en prioridades estatales.
Su apuesta más grande como jefe de Estado fue la búsqueda de una paz negociada con grupos guerrilleros de izquierda. En contravía del querer de sectores de derecha, de los militares y aun de militantes de su partido, el Conservador, Belisario se la jugó desde el primer día en la Casa de Nariño para buscar una reconciliación mediante el diálogo y la negociación política. En efecto, al asumir el cargo el 7 de agosto de 1982, expresó con claridad: “No quiero que se derrame una sola gota más de sangre colombiana. Ni una gota más de sangre hermana. ¡Ni una sola gota más!”.
En desarrollo de su política pacifista impulsó amnistías e indultos generales para las Farc, el M-19, el Epl y otras organinzaciones insurgentes, pero todas sus buenas intenciones fracasaron en noviembre de 1985 con la toma y retoma del Palacio de Justicia.
Otros dos hechos graves que marcaron su cuatrientio fueron el el terremoto del Jueves Santo de 1983 que destruyó a Popayán (capital del Cauca), ocasionó la muerte de 300 personas y dejó a más de 10.000 damnificados y el asesinato de su ministro de Justicia, Rodigo Lara Bonilla, a manos de sicarios pagados por el narcotrafiante Pablo Escobar.
No al Mundial y la visita de un santo
El 25 de octubre de 1982 Belisario anunció la renuncia de Colombia a organizar el Mundial de Fútbol de 1986. El evento otorgado años atrás por la Fifa fue asumido por la dirigencia deportiva, el empresariado y los periodistas deportivos como una oportunidad para el despegue económico y un vitrina ante la comunidad internacional. Sin embargo, otros sectores estimaban que no había presupuesto para organizar esa justa universal y que las prioridades sociales y econónicas eran otras.
Al final, el presidente prefirió la segunda alternativa al decir que “aquí en el país tenemos muchas cosas que hacer y no hay tiempo para atender las extravagancias de la Fifa y sus socios”. Para rematar, señaló: “El Mundial debía servir a Colombia y no Colombia a la multinacional del Mundial”. Colombia ha sido el único país que ha renunciado a la organización de un Mundial organizado por la Fifa.
En julio de 1986 a pocos días de terminar su accidentado gobierno, Betancur Cuartas recibió a Juan Pablo II, el segundo pontífice en visitar a Colombia. Durante siete días el Papa polaco respondió a la invitación presidencial y visitó once lugares del país, sin duda, una de los recorridos más prolongados y diversos del hoy santo de la Iglesia. De los eventos en los cuales se observó a un Betancur que oraba y comulgaba, los colombianos recuerdan la monumental eucaristía con jóvenes en el estadio El Campín, la visita a las comunidades negras de Tumaco, su oración ante la Virgen de Chiquinquirá y su sentida oración, de rodillas, en las ruinas de Armero.
Al despedirse en Barranquilla, el Papa agradeció la invitación y dirigiéndose a los colombianos dijo: “…Que el Señor sostenga y premie los esfuerzos que realizan para asegurar a su patria un porvenir de paz, justicia y bienestar”.
A diferencia de otros presidentes que luego de su retiro quieren conservar su protagonismo, Betancur Cuartas se marginó de la política tan pronto concluyó su mandato en 1986. No volvió a participar en eventos de su partido, se negó a opinar sobre política, mantuvo una discreta observación sobre el papel de sus sucesores y prefirió refugiarse en actividades culturales.
En un emotivo comunicado la Conferencia Epsicopal Colombiana lo recordó como “una persona de fe, un hombre de Iglesia y un amigo cercano”. También resaltó “su trato amable, su preocupación por los pobres y su pasión por la política entendida como una de las formas más altas de ejercer la caridad”.
BB, como le decían sus amigos y contradictores para referirse a su nombre y su primer apellido, dijo a su familia hace poco que no deseaba un sepelio con honores de jefe de Estado. También pidió que lo velaran en la Academia de la Lengua y no en el Capitolio Nacional (sede del Congreso) y que sus restos fueran sepultados en un camposanto común y no en el panteón de los expresidentes en el Cementerio Central.