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¿Dios puede llegar en medio del jaleo?

Carlos Padilla Esteban - publicado el 13/12/18

Lo importante es la apertura a sus mensajesQuiero allanar mi corazón para que otros entren y vean la salvación. Y que la vea yo en ellos que se acercan: Y todos verán la salvación de Dios”. Estoy cerrado tantas veces en mis preocupaciones y desafíos…

Veo la dureza de mi corazón que se ha cerrado al amor. Quizás por miedo. Tal vez por debilidad. No lo sé. Pero he construido barreras para marcar la distancia.

Dice la Biblia: Jerusalén, quítate tu ropa de duelo y aflicción, y vístete para siempre el esplendor de la gloria que viene de Dios”.

Viene la gloria de Dios. Jesús viene a mí mientras yo camino a su encuentro. ¿Dónde me encontraré con Él este Adviento? ¿En quién quiere hablarme?

Jesús quiere llegar a mí a su manera. Yo lo busco a la mía. Quiero que se aparezca donde espero encontrarlo.

Creo que vendrá a mí cuando guarde más silencio y me retire al desierto. Puede que sea así. También puede llegar en el bullicio. En lo cotidiano. Me quiero dejar sorprender.

No me hablará en quien me parece más sabio. Tal vez lo hará en los pequeños a los que ignoro, con los que no quiero perder el tiempo. En aquel al que no presto atención.

Me invita Jesús a crecer en el amor en el Adviento: Y lo que pido en mi oración es que vuestro amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento”.

Su venida me enseña a amar mejor. No quiero que me suceda lo que describe Cantalamessa: El corazón indivisible es algo bueno, siempre y cuando ame a alguien. En efecto, es mejor un corazón dividido que ama, que un corazón indiviso que no ama a nadie. Esto sería en realidad un egoísmo indiviso, un tener el corazón lleno, pero con el objeto más contaminante que hay: uno mismo[1].

No quiero vivir el Adviento centrado en mí mismo. Indiviso pero seco por dentro. Quiero abrirme y salir al encuentro del otro. Un corazón indiviso para Dios, para los hombres. Un corazón que ama, se ata, se compromete. Un corazón que se entrega sin miedo.

Jesús viene a hablarme en aquellos que amo, con los que comparto el camino.

Me invita el Adviento a ir al encuentro de quien me necesita. De Isabel en Ein Karem. De José que tiene miedo y espera en sus dudas.

A Belén obedeciendo a Dios. Y allí encontrarme con pastores a los que no conozco. Con Reyes de los que no sé nada.

Quiero estar abierto a los mensajes de Dios en el silencio. Y a los mensajes que me lleguen en medio de los ruidos.

Pronuncio mi sí como María. Convencido del amor de Dios. Él está conmigo. ¿Por qué tengo miedo? Porque soy pequeño.

Pero me alegro. Dios sabe lo que me conviene, lo que llenará mi alma. Confío en su poder que me levanta cada mañana. Eso me salva, me alegra siempre. Quiero confiar en su poder que viene a visitarme. Como María a Isabel.

El Adviento es movimiento. Un ir al encuentro. Un dejarse cambiar. Un amar en concreto. Un estar atento al que más me necesita.

Me gusta esa forma de mirar las cosas. Todos verán la gloria de Dios. En mí, en su camino. Yo quiero ver la gloria de Dios. En este Adviento donde Dios quiera hablarme. Salgo de mi comodidad y dejo atrás mis miedos. Confío como un niño.

 

[1] Amedeo Cencini, la hora de Dios, 247

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