La impunidad reina en la nación sudamericana, donde es misión imposible formalizar una denuncia ante las autoridades. En medio, brota la solidaridad; irónicamente, son los más pobres los que más ayudan
“#Urgente Con pistola nos quitaron todo, cuando íbamos hacia la oficina en Chacao. Anoté la placa de la moto que nos robó: ABB741. ¡DIFUNDAMOS! #10DIC 12:45pm”.
#Urgente Con pistola nos quitaron todo, cuando íbamos hacia la oficina en Chacao. Anoté la placa de la moto que nos robó: ABB741. ¡DIFUNDAMOS! #10DIC 12:45pm.
— Carlos Zapata (@Zapatacar) December 10, 2018
Fue real y ¡no un experimento social! Para el momento de la publicación de esta nota, acumulaba 2.718 retuits, 1.025 clics en el perfil y 437 “me gusta” para un total de 4.595 impresiones que alcanzan a un universo digital de 92.724 personas.
Hubo al menos 24 respuestas, incluidos los insultos… por aquello de que “la culpa no es del ladrón que roba y hurta, sino del usuario” que transitaba por una calle peligrosa, o con una prenda presuntamente “costosa” en la Venezuela de la crisis humanitaria.
En medio de todo: surge la solidaridad del venezolano en un intento por mitigar el drama de un servicio bancario que refleja el resto de síntomas de la debacle: no hay forma de bloquear las tarjetas -débito y crédito- sin perder un día o más en la entidad.
Allí, tras echar a la basura su tiempo, le enviarán a llamar a un número telefónico, donde tras varios minutos de espera finalmente harán el bloqueo, no sin antes advertir que “no hay plástico para reponerle las tarjetas”.
No hay forma de obtener efectivo
Si usted tuvo la infortuna de haber sido víctima de robo con violencia –como suele ocurrir-, y bajo la amenaza de quitarle la vida… le despojaron también de su cédula, no habrá forma de que pueda cobrar un cheque u obtener algo de efectivo.
Ni siquiera si cuenta con pasaporte, más allá del hecho de que ése es un documento perfectamente válido, con todos los datos legales, aceptado en cualquier otro país que irónicamente no sea el suyo.
Si además intenta ingresar a sus cuentas en internet, pero no tiene apuntado en un papel o no se sabe de memoria el número de la tarjeta que seguramente le sustrajeron, será imposible que la movilice, para al menos pagar por transferencia.
Considere además que en Venezuela es atípico tener “algo” de efectivo, o el suficiente para comprar al menos una hamburguesa; entiéndase: artículo alimenticio de mala calidad que solía comprar casi cualquier persona y que pasó a costar el equivalente a una semana, dos o tres del recién aumentado salario mínimo.
Ver galería hambre en Venezuela:
El “chiste” de intentar denunciar
La formalización de la denuncia es otra circunstancia de la Venezuela de Nicolás Maduro. Si a usted lo roban a unos metros del “cuadrante” vecino del que está recibiendo su denuncia, sencillamente no lo atenderán.
Si logra que lo atiendan, no podrá formalizar la denuncia, a menos que cuente con todas las facturas, cajas y prácticamente los precintos con sello, originales, y documentos de cada uno de los artículos de su propiedad que fueron violentamente sustraídos. Ni qué decir si fue algo que compró en el exterior, le envió un familiar o que posee desde hace algunos años.
Incluso, si usted logró observar con detalle el número de placa del vehículo en el cual se cometió el crimen –que incluyó disparos-, no podrá denunciarlo formalmente, a menos que sea amigo de alguien en la sede del centro de investigaciones criminalísticas, o que demuestre que le robaron algo “muy costoso”.
Pues en caso contrario, los mismos funcionarios le dirán entre risas como si se tratara de un mero chiste, que no tiene sentido denunciar. Ni forma real de hacerlo.
Tal parece que en medio del secuestro que sufre el país, nos quedamos también sin valores éticos y morales.
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El drama de un doble estigma
Sufrir un robo, como lo ha sufrido la muy amplia mayoría de los venezolanos alguna vez en su vida, lleva doble estigma en Venezuela: por un lado está el daño causado tras el arrebato violento de las cosas que con esfuerzo y trabajo usted adquirió; por otro: el ataque despiadado de quienes pretenden “justificar” el hecho.
Guardando las distancias, en algunas situaciones particulares no parece muy distinta la realidad de aquella jovencita a quien tras una violación, hay quienes pretenden acusarle de ser culpable, porque traía “exceso de maquillaje” o “una falda corta”.
Lo peor es que buena parte de la gente se acostumbra a lo malo, a lo incorrecto, a lo inmoral y al ultraje, ¡como si estuviera bien el desastre! Y como si lo anormal fuese “normal”, simplemente “porque estamos en Venezuela”.
No obstante, también abunda la solidaridad: hay quien se pone rápidamente a la orden para ayudar a resolver, al menos de momento, las prioridades. Pero en medio de todo, Dios despierta acciones que conmueven:
La señora que ayuda con la limpieza y cuyos ingresos son particularmente bajos es la que abre su cartera para sacar algo de efectivo y compartir desde su pobreza con el que sufre. El Señor que corta la grama y quien a duras penas tiene para comer “a veces”, es quien se preocupa y busca también la manera de ayudar.
También hay, naturalmente, quienes se ocupan de servir para restaurar en cuanto sea posible la normalidad de la víctima. Y se suman muchas palabras de ánimo y consuelo, que brotan de forma natural de quienes por empatía se identifican con lo ocurrido.
Por esa gente y por todos los que de una forma u otra buscan sumarse al país posible, vale la pena apostar e invertir. Y es que Dios tiene en todas partes sus ángeles ayudando de manera silenciosa, a todos los que sufren. Por fortuna, ¡en Venezuela abundan!