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El peligro de querer controlarlo todo

CONTROL
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Miguel Pastorino - publicado el 21/12/18
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Quienes buscan controlarlo todo se vuelven rígidos e inseguros, les cuesta mucho confiar y vivir con esperanza, volviéndose incapaces de disfrutar de la vida y de la compañía de los demásEn una sociedad orientada por los valores de la productividad y el éxito, donde se planifica todo para asegurarse los resultados esperados, no hay lugar para lo espontáneo, para lo imprevisible, para la sorpresa, para lo gratuito, para lo imprevisto. A su vez, la mirada puesta en los resultados olvida la importancia de los procesos y el valor en sí mismo del camino.

Algunos autores dedicados a la vida espiritual oponen la fecundidad a la productividad y denuncian de nuestro tiempo un exceso de interés en la productividad y un olvido de la fecundidad. ¿A qué se refieren? ¿Por qué es tan importante para una vida realizada comprender esta diferencia?

Fecundidad vs. Productividad

En la naturaleza la fecundidad siempre ha tenido lugar en lo oculto y en la confianza. Esperar a que una semilla germine o a que un árbol dé su fruto necesita de tiempo, confianza y espera. La confianza siempre exige una actitud abierta y distendida, porque dejamos que suceda sin nuestro control.

Estamos atentos, pero no desesperados. La fecundidad es siempre un misterio en el que nos abandonamos. Aún cuando la tecnología hoy permita al ser humano intervenir en procesos vegetales, animales y en la misma fecundidad humana, siempre hay un límite que nos impide controlarlo todo, que nos invita al abandono, a la confianza y a la espera. 

En nuestra vida cotidiana vemos como puede llenarnos de tensión y rigidez el querer asegurarnos el amor, la salud, la amistad, el logro de las propias metas, etc.  No pocas veces escuchamos personas que dicen: “No puedo permitirme fallar en esto”, “No puedo descuidarme ni un segundo”, “No hay lugar aquí para la debilidad”, etc. 

La obsesión excesiva por el éxito personal puede arruinar la propia vida, porque las personas se autoimponen exigencias perfeccionistas para conseguir más de lo que en realidad pueden, terminando en un endurecimiento interior y una fatiga crónica, porque no se permiten rendir menos de lo esperado por otros o por sí mismos o simplemente porque han “comprado” un modelo de felicidad impuesto socialmente.

Les asoma siempre la amenaza de quemarse por completo, pero siguen de largo quemando todas sus fuentes de vida interior, desgastando sus vínculos más íntimos y descuidando su propia salud por correr detrás de los resultados esperados por otros o por uno mismo. Y es que el trabajo excesivo puede dañar no solo a la persona que lo vive, sino a su familia y a su comunidad. Si no hay suficiente tiempo libre para disfrutar sencillamente de la compañía mutua y el interés auténtico por las personas con quienes vivimos, el mismo impulso implacable por triunfar enfría las relaciones y va secando las fuentes de vida interior. 

Quienes buscan controlarlo todo se vuelven rígidos e inseguros, les cuesta mucho confiar y vivir con esperanza, volviéndose incapaces de disfrutar de la vida y de la compañía de los demás.  Quienes viven así sienten que, estar con los demás distendidamente compartiendo la vida, es una pérdida de tiempo y sufren por no “aprovechar” ese tiempo en otra cosa “más productiva”. 

No todo depende de nosotros

Henry Nouwen escribe al respecto: “El gran misterio de la fecundidad es que se hace visible donde renunciamos a nuestros intentos de controlar la vida y asimismo el riesgo de dejar que revele su propio impulso interior. Cuando confiemos y nos abandonemos en el Dios del amor, los frutos aumentarán. Los frutos solo pueden crecer en el terreno del amor íntimo. Ni se fabrican ni son resultado de acciones humanas específicas que puedan repetirse”. 

El creciente interés por encontrar técnicas para “ser feliz”, “mejorar nuestros vínculos”, “vivir mejor”, etc; muestra la desesperada búsqueda de resultados, olvidando que lo que necesitamos es un cambio de mentalidad, una verdadera “conversión interior”, una mirada nueva sobre nosotros mismos y sobre los demás, no buscando resultados, sino aprendiendo a amar, a esperar, a confiar, a disfrutar de lo pequeño y de lo gratuito; aprendiendo que no todo debe estar bajo control y que no siempre tiene que “servir para algo” lo que hacemos.

Ir contra la corriente de un pensamiento utilitario es ya un gran paso para acercarnos a una vida más fecunda y no necesariamente siempre productiva. 

Un corazón fecundo acepta las imperfecciones y errores, valora la debilidad, porque el amor solo puede ser verdadero si nos hace vulnerables y nos hace mirar la realidad aceptándola, en lugar de negarla si no nos gusta. 

 Un sabio consejo 

En el año 1145, un antiguo monje de la abadía de Clairvaux fue elegido Papa y adoptó el nombre de Eugenio III. Su amigo y anterior abad, san Bernardo, le escribió varias cartas y en la primera le insiste en reducir su agenda advirtiéndole sobre el peligro del éxito a toda costa, que puede llevarle a endurecer su corazón: 

Me preocupo por ti constantemente. Temo que estés tan atrapado por tus numerosas preocupaciones que no veas modo de escapar y, por tanto, te endurezcas tercamente, y vayas poco a poco suprimiendo el sentido del pesar adecuado y saludable. Es mucho más prudente que te apartes de vez en cuando de tus problemas antes de que éstos te arrastren y te empujen paso a paso hacia donde seguro no quieres ir. ¿Me preguntas adónde? Al punto en el que el corazón se endurece. No indagues más en lo que esto significa.

Si ahora no estás alarmado, tu corazón ya está allí… Un corazón endurecido ni teme a Dios ni respeta a los hombres (Lc. 18,4). Observa, ahí es donde estas actividades malditas te arrastrarán si continúas de ese modo y te extravías por completo en ellas, sin reservarte algo de tiempo y energía para ti mismo.

Desperdicias tu tiempo y te desgastas en un esfuerzo insensato que sólo aflige tu mente, devora tu corazón y despilfarra la gracia de Dios. Y, después de todo, ¿cuáles son los frutos de todo ello? ¿No son meras telas de araña? (De consideratione, I, II, 3: PL 182). 

Reconciliarnos con nuestros límites

Hoy entendemos cualquier límite como un impedimento, como una sofocación, como una negativa a nuestros anhelos. Pero para los antiguos griegos los límites permitían establecer los contornos entre el bien y el mal. El vicio estaba en el exceso y la virtud en un punto medio. La moderación como autolimitación era camino para la felicidad. Querer traspasar los límites siempre aparece en las culturas antiguas como un camino de autodestrucción. No pocas veces queremos ser lo que no somos, por cumplir con expectativas ajenas o autoimpuestas.

Se requiere coraje para aceptarse, para vivir desde la vulnerabilidad, aceptando los límites propios y ajenos. Reconciliarnos con nuestros límites nos devuelve la paz y nos enseña a vivir desde la verdad de nuestra vida.

No tenemos que controlarlo todo ni alcanzar resultados imposibles, sino vivir siendo la mejor versión de nosotros mismos, aceptando con alegría y paz que no todo depende de nosotros ni está nuestras manos solucionarlo todo. Pero sí podemos dar lo mejor de nosotros mismos en las pequeñas cosas de cada día, especialmente con aquellos que nos aman y nos aceptan como somos y se alegran solo con nuestra presencia, sin importar nuestros éxitos o fracasos. 

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