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Conoce a san Juan, el Forrest Gump de los evangelios

SAINT JOHN THE APOSTLE
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Tom Hoopes - publicado el 28/12/18
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Este evangelista trae su propia simplicidad paradójica a todoSan Juan Evangelista es el Forrest Gump del Nuevo Testamento: estaba ahí en todos los momentos clave de la vida de Cristo y la Iglesia primitiva, pero en todos aportaba su propia y paradójica sencillez.

Estuvo ahí para su primera pesca milagrosa y para su última; Juan dejó a su padre y su barca cuando Jesús le llamó; estuvo ahí cuando resucitó la hija de Jairo, cuando la Transfiguración y cuando la agonía en Getsemaní. Estuvo con Pedro en la Puerta Hermosa y en la cárcel.

Juan estuvo ahí para todo. Sin embargo, mis hechos favoritos sobre Juan son los hechos irónicos únicos de Juan.

Me encanta cómo insiste en el amor…

En su propio Evangelio, Juan se llama a sí mismo “el discípulo a quien Jesús amaba”. Lo dice con tanta frecuencia que parece que Jesús tuviera favoritismos, pero probablemente estaba ejemplificando que todos nosotros somos el discípulo al que Jesús ama.

Después de todo, las cartas de Juan en el Nuevo Testamento insisten en el amor. Él es el autor de la frase inmortal, “Dios es amor” y dijo de inmediato lo que esto implica: que debemos amar a todas las personas.

La leyenda dice que, al final de su vida, siendo muy anciano, sus homilías se reducían a menudo a la palabra “Amor”, pronunciada con una convicción del todo cautivadora.



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… y me encanta cómo, a pesar de todo el amor, es uno de los originales “hijos del trueno”.

El amor es lo opuesto a la indiferencia, no al odio. Para amar apasionadamente debes apasionarte por la verdad.

Juan es un ejemplo excelente. Juan y su hermano Santiago eran llamados los “hijos del trueno” porque preguntaron a Jesús si deberían hacer caer fuego sobre una ciudad que le había rechazado. También pidieron a Jesús que les concediera favores especiales cuando viniera a juzgar al mundo. 

Lejos de contradecir la dedicación de Juan al amor, su fiero antagonismo al pecado le acompañó toda su vida y lo llevó a definir el amor de esta forma: “En esto consiste el amor a Dios: en que obedezcamos sus mandamientos”.

Me encanta cuando recostó su cabeza sobre el pecho de Jesús antes de morir…

Es difícil no encandilarse con la abierta y sincera intimidad de Juan en su amor por Jesús. No le avergonzó reclinar su cabeza sobre Jesús y preguntarle por información reservada justo después de que Jesús hiciera el doloroso anunció de la traición contra él.

…y ganó una carrera a pie hasta su tumba vacía después de la Resurrección.

También tenía suficiente amor como para esprintar hasta la tumba de Jesús después de que María Magdalena informara de la Resurrección, y suficiente competitividad también para vencer a Pedro, que corrió hacia la tumba al mismo tiempo. Sin duda, en su relato evangélico sobre esta “carrera”, quiso mostrar la deferencia debida al jefe de los apóstoles. Pero lo hizo señalando quién ganó la carrera. Dos veces.

Vivió con María después de la Resurrección y Ascensión, una enorme ventaja para un evangelista…

Jesús dedicó una de sus últimas palabras desde la cruz a entregar a su Madre a Juan (y a nosotros) y Juan, en su Evangelio, se asegura de señalar que María, desde aquel momento, vivió con él.

Luego, María desempeñó un papel clave en la Iglesia naciente, primero al reunir a los apóstoles en oración antes de Pentecostés y después al vivir con el autor del Evangelio más teológico en Éfeso. 



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…pero, aun así, cuando vio a Jesús años después de la Resurrección, se desmayó.

Al principio del libro de Apocalipsis, Juan describe cómo le llegaron las visiones del libro un domingo durante su exilio en la isla de Patmos.

Jesús mismo le visitó y así era su aspecto: “semejante al Hijo del hombre, vestido con una túnica que le llegaba hasta los pies y ceñido con una banda de oro a la altura del pecho. Su cabellera lucía como la lana blanca, como la nieve; y sus ojos resplandecían como llama de fuego. Sus pies parecían bronce al rojo vivo en un horno, y su voz era tan fuerte como el estruendo de una catarata. En su mano derecha tenía siete estrellas, y de su boca salía una aguda espada de dos filos. Su rostro era como el sol cuando brilla en todo su esplendor”.

Semejante descripción hace que la reacción de Juan sea del todo comprensible: “Al verlo, caí a sus pies como muerto”.

El Señor lo revivió con una palabra. Ya conocía bien a Juan.

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