Ahora es el momento de resucitar esas esperanzas y sueños y ponerlos en prácticaComo muchas otras personas, tengo una pila de papeles en mi escritorio que se burla silenciosamente de mí cada vez que miro en su dirección. En la actualidad, la componen viejas facturas que tengo que clasificar para los impuestos, una citación para formar parte de un jurado, tarjetas de agradecimiento que tengo que rellenar, una lista de tareas y todo tipo de mensajes de trabajo y libros a medio leer.
He desarrollado un sistema único y eficiente de gestionar este desastre: Primero, me olvido de todo hasta que queda tan desfasado que deja de ser importante. Segundo, hago un barrido con la mano y lo tiro todo a la papelera de reciclaje. Un método horrible, lo sé, pero por alguna razón soy capaz de hacer las paces con la pila de papeles y dejarla como causa perdida.
Con la llegada de un año nuevo, algunos pensaremos en todos los sueños, ambiciones y esperanzas que teníamos el año pasado y que todavía nos están esperando. O quizás algunos estemos tan distraídos y atareados que el año nuevo se deslice sin dejar huella. Entonces parecerá demasiado tarde para reflexionar sobre el pasado y hacer nuevos propósitos de futuro o quizás lo mejor sea olvidarnos de los sueños que nunca se materializaron. Sin embargo, incluso si los compromisos pasados siguen sin empezar o sin terminar, no des por perdidos tus sueños ni los deseches en la papelera, porque el viejo dicho es cierto: más vale tarde que nunca.
El año pasado pasé un tiempo con una amiga de la universidad que se llama Melinda, a quien veo una vez cada pocos años y, sin venir a cuento, se acordó de la vez que nos visitó a mi esposa y a mí hace 10 años en Cabo Cod cuando esperábamos nuestro primer hijo.
Mi madre reunió un grupo de amigas para que viajaran hasta donde estábamos y hacer una fiesta de bienvenida al bebé y Melinda era una de ellas. Según parece, no trajo ningún regalo. “Era la primera fiesta de bienvenida a un bebé a la que iba, pero aun así, era una persona adulta y debí haber caído en la cuenta”, me dijo. “No sé en qué estaba pensando, ahora me parece increíble. Así que… ¿me perdonáis?”.
Mi esposa, Amber, y yo nos reímos al escuchar la historia. No recordábamos que no hubiera traído ningún regalo ni recordábamos darnos cuenta en aquel momento ni haber albergado ningún sentimiento remotamente parecido al rencor. Para nosotros aquello no era un problema en absoluto y nuestro bebé sobrevivió perfectamente sin aquel regalo. Sin embargo, aceptamos su disculpa igualmente y disfrutamos aquel paseo por la calle de los recuerdos.
Nunca es demasiado tarde para lamentar un error o abordar algo que pasó en el pasado. En el año 2000, el papa san Juan Pablo II se disculpó públicamente por los pecados de los cristianos del pasado que habían actuado en nombre de la Iglesia. La disculpa fue amplia y muchos de los acontecimientos habían sucedido siglos antes. Para el Papa, la disculpa era mejor que llegara tarde a que no llegara nunca, aunque el hacerlo pudiera resultar vergonzoso. Y el Papa tuvo razón, nació una sensación de sanación tras sus palabras.
Otro ejemplo de que más vale tarde que nunca es la historia de Shirley Shafranek, que se hizo monja en 2011 a la edad de 59 años. Con esa edad, la mayoría de nosotros podría pensar que el tiempo de asumir nuevos retos vitales ya ha pasado. Sor Shirley admite incluso que “la vocación siempre estuvo en mi interior, pero decidí ignorarla durante un tiempo”. Es motivo de orgullo porque, aunque habría sido más fácil continuar ignorando su sueño excusándose en que era demasiado mayor o era demasiado tarde, decidió dar un valiente paso y así encontrar la felicidad.
Sea lo que sea lo que te corra por la mente ante el inicio de un nuevo año –propósitos pasados no cumplidos, sueños que no se intentaron, dudas ante un futuro incierto–, no dejes que nada te detenga. No hay nada vergonzoso en llegar tarde a la fiesta y nada en la vida es nunca una causa perdida. Nunca hay mejor momento que el ahora.