Se trata de conocer algo sobre ti… Tengo una misión propia. Una forma original de vivir la fe. Un carisma particular. Una tarea en esta vida que sólo yo puedo realizar. Nadie más por mí. ¿Cuál es mi don?
¿Sé dónde se encuentra mi originalidad? ¿Dónde están mis talentos? ¿Qué debilidad mía usa Dios para hacerla fecunda? Sé que no puedo hacerlo todo. Sólo lo mío. Eso es lo que importa.
Decía san Pablo: “¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan?”. No todos hacen lo mismo. No todos son profetas, no todos curan. Cada uno actúa de acuerdo con su sabiduría.
Veo que unos hablan y su palabra es creadora. No sé bien cómo pero su voz penetra los corazones y cambia las vidas de las personas. O no es su voz, sino la palabra llena de Espíritu Santo. Dios en su don haciendo pequeños milagros de transformación.
Otros son especialistas en escuchar. Lo hacen con inmenso respeto. Saben ser pacientes y aguardar sin decir nada. Su silencio da vida a tantos…
Me impresiona ese don de saber escuchar. El que escucha construye puentes que unen a unos y a otros. El silencio de la escucha enaltece. El que calla sabe sembrar en una tierra fértil.
Otros dan sabios consejos. Sin imponer nada, con respeto.
Otros sirven con pasión dando todo su tiempo y su energía. Entienden que su misión es estar atentos a la necesidad de los que están cerca, y lejos. Saben ponerse a la labor sin esperar que se lo pidan.
Lo entregan todo con humildad y no pretenden que sus nombres resuenen en acción de gracias. Dan sin esperar nada. Dan en lo oculto.
Me impresiona ese don de permanecer ocultos. Sin que nadie los vea, sin que nadie lo sepa. Tal vez es su servicio fiel y oculto el que cambia el mundo sin que yo me dé cuenta. Su ayuda generosa es fuente de vida para los más necesitados.
Veo a otros que sanan con su ternura y delicadeza. Tienen el poder de curar enfermedades. No sé cómo lo hacen, pero consiguen que las heridas hondas cicatricen. Y los vacíos del alma que tanto enferman se llenen de esperanza.
Saben aguardar al pie de la cama del que sufre. Acompañan sin querer dar consejos. Saben ser pacientes y curar a todos los enfermos que quieren tocar sus vidas.
Veo a los que acogen con su corazón grande y abierto. Se convierten en morada para los indigentes, para los solitarios, para los que han sido rechazados y juzgados.
Miro a mi alrededor. Veo tantos dones y talentos. ¿Cuál es mi don? ¿Qué misión me ha confiado el Espíritu Santo?
Si supiera cuál es mi don, mi tarea original que nadie puede hacer por mí, dejaría de vivir comparándome con los demás. Viviría alegre siendo quién soy en lugar de sufrir por no ser como otros.
Mi don es el mío, y también mi herida y mi debilidad. Son únicos. No los tienen otros. Y sé que el Espíritu va a hacer conmigo milagros originales, si vivo feliz haciendo lo que me pide.
No me comparo. No pretendo ser quien no soy. Soy yo, con mi originalidad. Necesito descubrirla para vivir con paz haciendo lo mío.
Cuando no es así, me pongo triste y dejo de valorar la entrega de los otros. Divido. Creo distancias con los demás. Juzgo al que envidio. Y veo cómo el demonio divide en mi interior. El Espíritu Santo por su lado es capaz de unir.
Incluso en mi misma Iglesia me vuelvo suspicaz con los que no son como yo. Critico a los diferentes, a los que tienen otros carismas y acentos. A los que llegan a más corazones y logran más victorias.
Y yo me quejo de la sequedad de mi entrega. Y veo que quiero ser como otros en los frutos. Divido, juzgo, condeno, en lugar de unir con mis palabras y silencios.