Las “desventuranzas” y la depresión por éxito: cuando llego a una meta anhelada, a un éxito deseado, vuelve la tristezaJesús les muestra a los que le escuchan el camino de la infelicidad:
“Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas”.
Infeliz si soy rico. Cuando precisamente me obsesiona el dinero, la comodidad, la seguridad, el bienestar.
Necesito el dinero para vivir tranquilo. La falta de dinero me quita la paz. Tensa mis vínculos. Me vuelve desconfiado. Me llena de amargura.
¿Por qué no seré feliz si soy rico? Porque ya tendré mi consuelo. Porque estaré saciado. Porque esa dependencia de mi dinero no colmará mis ansias de infinito.
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Eso lo sé. Rico de bienes en la tierra. Vacío de bienes en el cielo. No quiero vivir saciado. Además, nunca estaré saciado del todo.
Siempre surgirá en mi alma una nueva necesidad. Un clamor dentro de mí. Un deseo incontrolable. Brotará de mi corazón un ansia que no puedo calmar. Y necesitaré seguir buscando. Siempre más. Me volveré ambicioso.
La ambición me hace perder otros valores por el camino. ¿Qué estoy dispuesto a hacer por lograr estabilidad económica, o más bienes, o más dinero? ¿Qué principios puedo llegar a dejar de lado por tener más?
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Entro en la rueda del dinero. Me acostumbro a conseguir más y mi nivel de vida me pide más. Llega un momento en el que ya vivo por encima de mis posibilidades. Me endeudo. Entro en la rueda.
Busco estar saciado, vivir colmado, lleno. ¿Soy feliz? En esa rueda, rodeado de los que como yo tienen dinero y están saciados, me siento insatisfecho.
Algo en mi alma me dice que ese no es el camino. Y yo accedo. Acepto la realidad. No puedo vivir saciando todo deseo que brota en mi alma. Cuando llego a una meta anhelada, a un éxito deseado, vuelve la tristeza.
Leía el otro día: “En psicología, esto se conoce como ‘depresión por éxito’, como si la persona, una vez concluida la empresa y alcanzada la meta, hubiera perdido con ello el caudal de energías y motivaciones que hasta entonces había invertido en ello”[1].
No quiero ese éxito que cuando lo toco me deja triste y deprimido. No quiero una alegría tan pasajera que con prontitud me deja marchito.
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[1] Giovanni Cucci SJ, La fuerza que nace de la debilidad