4 lecciones que podemos sacar de una ferviente monja de clausura e historiadora del arte
Conocí a la hermana Wendy cuando en mi clase universitaria de Humanidades vimos su serie de vídeos Historia de la pintura. Yo no era católico en ese momento y no imaginaba que conocería a una monja.
Mi opinión sobre ellas, en la medida en que podía tener una, era que tenían un corazón de niño, pero eran inocentes y no estaban en contacto con la realidad.
La imagen de la hermana Wendy que aparecía en su video no disipaba esos prejuicios. Había una cualidad escrita en su cara en su inocente sonrisa y en el brillo de sus ojos. La hermana Wendy era el vivo retrato de la inocencia de un niño.
La inocencia es encantadora. Curiosamente, a menudo se asocia a gente no muy inteligente. Las personas inteligentes, sofisticadas, se diría que son cínicas y falsas.
Son los intelectuales que ya están de vuelta los que ocupan posiciones de poder y prestigio, y hay un débil atisbo de desprecio para quienes no se ajustan al mundo para conquistarlo, aquellos que eligen un camino más humilde.
La hermana Wendy podía parecer a primera vista el ejemplo perfecto de mujer que ha huido de las duras realidades del mundo porque, como podría pensarse fácilmente, no tenía lo necesario para comprometerse con los asuntos del mundo real.
Al contrario, la hermana Wendy tiene una gran historia de vida.
Wendy Becket nació en febrero de 1930 en Johannesburgo y murió el pasado mes de diciembre, el día después de Navidad, a los 88 años.
En su juventud ingresó en la orden religiosa de Nuestra Señora de Namar y fue enviada a estudiar literatura a Oxford donde uno de sus profesores era J.R.R. Tolkien. Pasé un tiempo muy feliz en Oxford, dijo en una entrevista al Catholic Herald.
Como religiosa tenía una vida social limitada, dijo, y “todos los estudiantes me seguían en multitud glorificándome porque nunca le hablé a ninguno”.
Después de graduarse, se dedicó a la enseñanza durante unos años, pero sufrió una serie de ataques epilépticos, hasta el punto de convertirse en ermitaña contemplativa.
Vivió el resto de su vida en soledad y oración y sólo en algún momento emergió de la quietud para grabar algún video sobre grandes obras de la historia del arte con una profunda visión personal.
Al enterarme de su muerte ofrecí una oración de gratitud en silencio por sus sabias, sutiles y penetrantes ideas con las que me había enseñado a contemplar una obra de arte.
Cuando murió era tan inocente como siempre, pero eso no significa que no fuera muy sabia. La hermana Wendy era engañosamente inteligente, y no a pesar de su inocencia, sino por ella.
Debemos mirar más allá de nuestras reacciones iniciales ante su rostro sonriente y su tímida humildad para prestar mucha atención a sus palabras. Debemos mirarla muy de cerca, exactamente de la misma manera que ella miraba un cuadro.
Digo que la hermana Wendy era sabia por su inocencia y hay muchas formas en que la inocencia fomenta la sabiduría en nosotros, varias lecciones que podemos sacar de la vida de la hermana Wendy.
Sorprenderse, como Sócrates enseña, es el inicio de la sabiduría. Cinismo, sofisticación, falsedad e ironía, de hecho, nos alejan de la verdadera percepción, porque la gente cínica es indebidamente desdeñosa.
El asombro de la hermana Wendy cuando se encontraba ante una obra artística maestra la ralentizaba y le permitía ver la pintura con mayor claridad.
Ella no tenía prejuicios, no necesitaba criticar el trabajo para adecuarlo a una visión ideológica o para parecer simpática a los demás. Simplemente apreciaba lo que le era presentado. El suyo es el romance del pensamiento humano.
La inocencia no etiqueta y se arraiga para aprender más.
Piensa en un chico pacientemente mirando una oruga en una hoja, o un poeta mirando al cielo estrellado.
La hermana Wendy hablaba de toda clase de obras pictóricas, desde antiguas imágenes hasta representaciones del arte moderno.
Ella podía apreciarlo todo, ver sus aspectos más interesantes y era capaz de hablar con sabiduría y alegría de cada cosa que estudiaba.
La hermana Wendy miraría un icono de la Virgen María y casi lloraría sintiendo lo que la Virgen padecía. Estaría de pie ante un horrible asesinato basado en un antiguo mito griego y sería capaz de transmitir el horror y el poder de la escena casi como si se estuviera siendo confrontada con los mismos dioses.
La inocencia nos permite ser receptivos a las experiencias de los demás para sentirse como en sus zapatos.
Esta victoriosidad explica la popularidad de la hermana Wendy. Su sabiduría era modesta y cuando la miro nunca siento que está hablando por encima del hombro.
En lugar de eso, ella invitaba con su punto de vista a unirse a la caza del tesoro. A través de su inocencia, su sabiduría fácilmente pasó a aquellos a los que ella enseñaba.
Quizás el verdadero desafío de la inocencia es que nos hace vulnerables.
Con todas las tragedias, discusiones y egoísmo que hay ahí fuera parece más inteligente defenderse del mundo que acogerlo con los brazos abiertos.
Pero acogerlo es precisamente lo que la hermana Wendy hizo con valentía. Y esta puede ser la mayor sabiduría de todas, porque lo que realmente espiamos cuando observamos sus encuentros con el arte es una mujer que ama genuinamente lo que está mirando, que está dispuesta a ser herida por ello.
El riesgo merece la pena, porque es el ojo del amante el que ve con mayor claridad.
Toda la vida es un cuadro. Esto es lo que que la hermana Wendy nos enseñó, pero para realmente, verdaderamente verlo, debemos ser lo suficientemente sabios como para permanecer inocentes.
https://www.youtube.com/watch?v=HzoGOJcyIgE&list=PLWC7o6827fBoACABkVDZa5tiT_GeGd-8K