El Valle de la Luna y el Parque Nacional Talampaya, dos lugares para respirar profundo y elevar el espíritu Difícil es pensar que el turismo a la Luna sea una opción cercana para las próximas generaciones. Mucho menos al planeta rojo. Sin embargo, dos excursiones cercanas entre sí al oeste argentino regalan experiencias que bien pueden hacernos creer que estamos en nuestro satélite o en ese planeta sin sufrir la menor gravedad ni necesidad de trajes espaciales.
En el Valle de la Luna, al norte de San Juan, la naturaleza se ha tomado 200 años para transformar un selvático paisaje ideal para el refugio y la alimentación de los dinosaurios en uno árido que arropa poco más que rocas. Formalmente, se denomina esta área protegida de más de 62 mil hectáreas como Parque Provicial Ischigualasto, que en diaguita sería “sitio donde no existe la vida”. Paraíso paleontológico, entre sus rocas y suelos se han hallado algunos de los especímenes de dinosaurios más antiguos que se hayan encontrado.
Pero los turistas y curiosos también pueden gozar de sus imponentes postales y curiosas formaciones. En uno de sus espacios más populares resulta difícil creer cómo los avatares de los vientos hayan ido perfeccionando precisas formas circulares que, a priori, parecen ser vestigios de una partida de bochas de titanes. Los titanes nunca han existido, aunque esta área se denomine “Cancha de bochas”.
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El gusano, el hongo, el submarino y la esfinge son algunas de sus formaciones naturales verticales más populares y son las que van guiando un recorrido que solo se puede hacer con guía, y que también lleva por espacios algo más coloridos como el fascinante Valle Pintado. Preparar la visita con antelación, para intentar leer en colores y formas el paso del tiempo ayudará a disfrutar una magnífica mirada retrospectiva sobre nuestra casa común. Y si surgen las dudas con respecto al seudónimo lunar que ha ido tomando el Parque, baste con probar el recorrido nocturno, sólo habilitado en torno a los días de luna llena.
A pocos kilómetros de allí, acaso para completar la visita en dos días, o si dan las piernas y no se cuenta con tanto tiempo en uno, se puede visitar Marte, o mejor dicho, el Parque Nacional Talampaya, en La Rioja. Regalo de una lengua ya no hablada, el nombre refiere a río seco de tala. El rojo que asoma en algunos de los sectores de Ischigualasto ya asume un protagonismo indudable para este recorrido donde las formaciones montañosas fueron yendo pulidas por viento y agua a lo largo de cientos de miles de años para regalar geoformas como la imponente catedral. No se han de buscar allí capillas o altares, aunque el obrar de la naturaleza bien evoque una oración de acción de gracias por la posibilidad de estar allí y ser parte de una historia tan maravillosa como es la de la creación.
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Valle de la Luna en San Juan y Talampaya en La Rioja no son apenas parques que imaginan territorios aún explorados por los hombres. Son mucho más que eso. Son parques que evocan la historia de la Tierra, la casa común de toda la creación, y nos sitúan a los humanos como habitantes privilegiados de una tierra a nuestro cuidado.
“Mientras dure la tierra, habrá siembra y cosecha, pues nunca cesarán ni el frío ni el calor, ni el verano ni el invierno, ni lo días ni las noches” (Gn 8.22)
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