Qué poco feliz es una persona cuando se agarra a lo que tiene (prestigio, bienestar…) y no quiere compartirlo con otros por miedo a perderloTe paras a pensar y estás satisfecho (o satisfecha) de tu vida. Has tenido la suerte de nacer en una familia estable y con cierto poder económico, lo cual te ha permitido tener unos estudios y una cierta educación en un colegio.
Las fiestas en tu casa pueden celebrarse con regalos, los aniversarios con planes de viajes en grupo… No ha habido grandes sobresaltos en cuanto a salud, entre otras razones porque dispones de un seguro privado que tiene un cuadro médico de prestigio. Nada de que preocuparse.
Aurea mediocritas
Formas parte de ese grupo de personas que hace cosas buenas: tus mayores se involucran en acciones benéficas un día al año, el ayuntamiento cuenta con vosotros para llevar a cabo alguna inauguración… Es la aurea mediocritas.
Sin embargo… ese estilo de vida está encapsulado. Te hace vivir en el hábitat donde todo está bien y hay estabilidad porque no hay posibilidad de que entre la contaminación. Tienes cerrada la puerta a todas las personas que no son como tú o como tu entorno.
¿Te conformas entonces con ser “gente bien”? Sabes que tu presente está en la zona de confort y no quieres ponerlo en riesgo ni siquiera un poco. Y crees que tienes asegurado el futuro: por los estudios, por la situación económica… Piensas que eso te da derecho a despreocuparte de lo que le ocurra al resto del mundo.
Ser “gente bien” es un modo de no vivir para los demás. Pero resulta que las personas estamos hechas para darnos a los demás. Nuestra naturaleza humana lo reclama para ser feliz. Sin embargo, hay quien se conforma con repasar todo lo que tiene y, como mucho, dar gracias a Dios por ello. Considera que eso ya es suficiente, lo cual es un error. Cava un hoyo y esconde su tesoro, ¿a alguien le suena esa actitud?
Para cualquier ser humano es un error no entregarse a los demás, pero lo es más para un cristiano, porque en su ADN está el darse siguiendo el ejemplo de Jesucristo. Y Jesús no habla de dar una moneda los domingos como limosna: propone la entrega total.
Ser “gente bien” conduce a despreciar a los que no son como nosotros, a dejar de lado al que no supera cierto listón (social, económico…), a considerarnos superiores a quienes no han tenido la misma suerte en la vida. Esa forma de vivir nos hace egoístas, clasistas, sectarios. Empequeñece nuestras posibilidades de contribuir a un mundo mejor. La “gente bien” se aburguesa, se autocontempla y, sobre todo, se autoprotege.
Ser “gente bien”, además, es injusto. Porque la “gente bien” no agradece los dones recibidos, los talentos ni la trayectoria que les ha permitido alcanzar el éxito de que gozan ahora.
¿Cómo romper esta costra?
Ese cambio se consigue primero viendo cuál es la otra opción: ser “gente buena”. Porque la bondad es atractiva y sugerente. Todos amamos la bondad y nos gusta contar con (al menos) una persona buena a nuestro lado.
La bondad transmite paz, pero a la vez la “gente buena” es capaz de luchar para hacer que ocurran cosas buenas en la sociedad. No se conforma con su bienestar sino que primero mira a su alrededor para ver qué puede hacer por los demás. La “gente buena” se mueve, se organiza, se levanta de su cómodo asiento, ofrece lo que tiene y se ofrece a sí misma: su tiempo, su prestigio, su trabajo. Incluso pone en riesgo su futuro.
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Para quien se comporta así y no tiene sentido de la trascendencia, “ser bueno” le ofrece al mismo tiempo paz interior e inquietud por buscar aquello que le falta para ser completamente feliz. Es un paso en positivo y una apertura hacia algo mejor.
Quien sí tiene sentido de lo trascendente, sabe que esa paz es el vestíbulo de entrada a una felicidad superior que espera obtener después de fallecer. Las personas buenas no pasan la vida con amargura y rencor: la viven felices aunque les lluevan críticas o tengan épocas de dificultad y dolor.
Ser “gente buena” hace posible que alguien contribuya al bien de la sociedad y comience un tejido social mejor. Y vivido esto en forma de uno más uno, se consigue que el efecto sea multiplicador.