No es fácil darte cuenta de que todo lo que tenías hasta ahora te lo tienes que quitar para poder ir más adentro y encontrar lo que tanto buscas…Hubo momentos en la vida en los que te pasó algo, un encuentro, una pérdida profunda, un acontecimiento que te hace tomar consciencia de que ya no eres la misma persona. Lo que tenías antes no está, se ha ido. Probaste al fin la felicidad y te das cuenta de que solo fue un momento, que no pudiste retenerla en tus manos…
Ambas experiencias te hacen experimentar que no te alcanza, que todavía estás en búsqueda, que necesitas abrirte a un modo de conocer diferente.
Todo esto es bueno, pero para llegar a ello, tienes que pasar por la inseguridad, por el miedo de la pérdida y por la oscuridad.
No es fácil quedarse con sensación de nada cuando estabas en tierra firme. No es fácil llegar a un momento de crisis y saber que tienes las manos vacías. No es fácil sentir que desfalleces, que hay algo que murió dentro de ti.
No es fácil darte cuenta de que todo lo que tenías hasta ahora te lo tienes que quitar para poder ir más adentro y encontrar lo que tanto buscas.
No es fácil sentir que nos han arrancado el corazón… Y es que ese es el drama del enamorado: le han robado el corazón y no sabe dónde lo han puesto.
¿Por qué nos sentimos tan mal en un momento de aridez, de oscuridad y de cruz? Porque no solo nos quedamos sin Jesús, nos quedamos sin nosotros. Pues ya no somos sin Él. Para el que ama quedarse sin el otro es quedarse sin él mismo.
Entonces viene el tiempo de Dios. Ese segundo en el que Dios irrumpe. Ese silencio en el que hay que dejar a Dios ser Dios. Ese instante en el que nos ponemos de cara a Él para conocerlo y para con Él entrar a lugares que nunca nos hemos imaginado que existen…
Y esto solo es posible si nos dejamos amar. Es como si dijéramos: “ahora que sé que hay alguien que me ama, entonces, me animo a descubrir y a aceptar mi infinito deseo de ser amado y de amar, y ahora que descubrí esto, si no lo encuentro y no lo tengo, muero”.
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Vamos a ser más claros: ¿Cómo voy a entenderme en lo que estoy metido, en lo que soy, en lo que estoy haciendo, sin aquel sin el cual lo que estoy haciendo no tiene sentido? No hay un equilibrio posible si no es desde el encuentro. El equilibrio está en el encuentro.
Y este encuentro se hace posible en la oración. Si no hago todo lo posible por rezar nunca voy a poder entender lo que me pasa y lo que quiero.
El encuentro que vivo con ese que me ama me hace entender que ese amor quiere el encuentro, quiere poder verlo cara a cara.
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En la oración me anticipo a esta visión, y a su vez, cuanto más Dios se hace presente, más me hiere, más me enamora y me hace anhelar más encontrar su rostro.
“La esperanza “de verte” llena de gozo, por momentos, aun en la larga ausencia. ¿Por qué se puede soportar la ausencia? Porque hay esperanza de verte.
Pero la posible pérdida, el posible no encuentro “da pavor”. Si la única esperanza sería encontrarte, el único dolor sería no encontrarte.
El riesgo del camino dobla el dolor; no solo no te tengo hoy, sino que hasta podría no tenerte nunca. Esa es la angustia más terrible del corazón humano.
Sin embargo la esperanza no está puesta en nosotros, en nuestros méritos, en lo que hicimos, sino que está puesta en aquel que nos ama y que es capaz de ir hasta el infierno para buscarnos” (P. Manuel Pascual).
Podemos estar seguros del encuentro, no porque estamos seguros de que lo vamos a amar siempre a Él, sino porque nos dimos cuenta de que Él tanto nos ama, que descendió hasta nuestra oscuridad para buscarnos.
La paz no solo está en que nosotros no podamos vivir sin Él, sino en que Dios no puede vivir sin nosotros. Tengo paz cuando soy capaz de creer esto. Lo difícil es creer que Él me necesita a mí, que Él quiere tener necesidad de mí.
Por eso todos los días se trata de hacer memoria. No de mi pasado, sino del recuerdo de que Dios, a quien yo amo, está conmigo, me aguarda, me ama y que quiere mi plenitud.
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Son pocos los que se dejan amar por Dios. Son pocos los que son capaces de vivir donde vive el corazón. Son pocos los que todos los días se esfuerzan por mantenerse enamorados.