Reprimir la ira no es bueno para la salud. Dejarla salir sin control es malo para las relaciones con los demás. ¿Cómo convertirla en un empuje positivo?El pensador indio Pankaj Mishra, autor de un famoso libro, Age of Anger, insiste en que la ira es ahora una experiencia global. Afirma que un sentimiento de traición impregna a todos los pueblos a los que se les ha prometido un mundo mejor y que experimentan un sentimiento de impotencia, aislamiento y abandono de las elites.
La tecnología exacerba esta “competencia de semejanza” porque todos pueden ver fácilmente lo que otros disfrutan, todos pueden comparar y envidiar lo que extrañan.
¿Un fenómeno mimético?
A Pankaj Mishra le gusta referirse a este “resentimiento mimético” formulado por René Girard: todos queremos lo mismo, pero vemos que solo unos pocos lo tienen, lo que causa la ira de los demás … En última instancia, son los valores de la Ilustración, lo que la modernidad nos ha prometido (Igualdad, Progreso, Libertad …), de los cuales muchos se sienten cada vez más privados, aunque se dan cuenta de que algunos se están beneficiando excesivamente.
La ira está aumentando. Es contagiosa y “acumulativa”. La famosa ira de Aquiles se describe desde el principio de la Ilíada: también es el resultado de una cadena de ira que se desatará cuando Aquiles luchará contra los troyanos y se vengará de Héctor. Mientras no se manifieste, la ira está ardiendo. Alimenta el resentimiento y no se necesita mucho para desencadenar la venganza. Es la gota que colma el vaso.
En el mundo del trabajo
¿Y si esta ira también se transmite a nuestras empresas? ¿Qué pasaría si la negación habitual de las emociones en las organizaciones fuera en realidad una desventaja?
La representación convencional de actitudes “profesionalmente correctas” obliga a las personas a “actuar” ante los demás, a “fingir”, en definitiva a adoptar una actitud de autodominio artificial, pero de hecho puede alimenta una ira sorda que solo requiere un pretexto para explotar. En realidad, hay muchas situaciones de ira enojada, pero también explosiones, cuyos efectos pueden llegar a ser dramáticos.
Pero la ira que se reprime es una prueba para la salud y es probable que se convierta en resentimiento, es decir, en un odio acumulado. La ira explosiva, si no se controla, es destructiva, a veces imperdonable y, a menudo, termina en un sentimiento de vergüenza o en una justificación absurda.
La ira liberadora
¿Hay espacio para la ira legítima? Yo creo que sí. La ira es una energía emocional, un movimiento de lo irascible. Su origen es emocional, no moral. Nuestros impulsos buscan lo deseable y repelen lo que no es.
Los escolásticos llamaron irascible a esta tendencia sensible que nos empuja a luchar contra un obstáculo. El autodominio puede no ser la mejor manera de defender una posición legítima. La indignación es un excelente ejemplo.
Frente a un interlocutor que supera los límites de la educación, frente a una injusticia o insolencia flagrante, la corrección o la firmeza no siempre son suficientes. Tienes que saber cómo elevar el tono, hacerte valer con vehemencia, defender el derecho acosado con la sinceridad de una emoción vibrante.
Un gerente no solo se compromete con su derecho y su legitimidad, sino con toda su persona. Cuando sabe cómo mantenerse por debajo del umbral de la violencia imperdonable, la ira puede ser fructífera. De alguna manera repara el escandaloso trato sufrido. Puede convertirse en la energía de los valientes.