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El candor, ingrediente imprescindible del amor verdadero

DAUGHTER
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Ignasi de Bofarull - publicado el 27/03/19
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¿Has sentido alguna vez con un ser querido ese momento de confianza y abandono, sin barreras, seguro de que nada malo va a sucederte?Nos cuesta entender escenas de enamorados en las que uno y otro se miran embelesados  y no les hace falta decirse nada para disfrutar de la presencia del otro. A veces vemos a un padre con su hijo en brazos, de apenas un año,  profiriendo ambos sonidos ininteligibles, balbuceos, ruidos suaves. El pequeño improvisa y el padre imita. Se miran embobados y sonríen alegres de estar juntos.

En ocasiones hemos visto dos amigas, preadolescentes, que juegan  y se hacen bromas, se ríen a carcajadas y se tapan la boca con las manos sorprendidas de la última ocurrencia.

En algún momento hemos visto una pareja de ancianos cogidos de la mano que te cuentan que llevan más de sesenta años juntos y que se profesan una gran admiración mutua. Se han cuidado mucho el uno al otro. Ahora es él quien se deshace en atenciones hacia ella pues su “esposa” (así la presenta) anda muy dificultosamente y necesita constante ayuda. Hablan poco pero hay una  sencilla comunicación de miradas que lo expresan casi todo. Y cuando les preguntas por su vida juntos: uno se deshace en elogios hacia el otro, y viceversa. Mientras el agasajado, o la agasajada, sonríe pícaramente.

Estamos ante un amor apasionado, un amor paterno-filial, una amistad de adolescentes y un amor otoñal ya más sosegado.  

¿Qué sucede ahí? Pues ahí ocurren muchas cosas: son las distintas caras del amor, del amor de amistad también. Y nos vamos a fijar en una: los momentos de candor, la relación pura y sencilla en la que los dos enamorados, o amigos, o hermanos, o padres-hijos han olvidado el cálculo, el pasado y el futuro, y  se encuentran  disfrutando el uno del otro con la máxima ingenuidad, sin asomo de malicia. No temen hacer el ridículo y confían el uno en el otro hasta tal punto que no temen un reproche o una burla. La más sana espontaneidad se ha apoderado de ellos.

No es que hayan bajado la guardia es que ninguno de los amigos o enamorados teme que les suceda nada malo con el otro: el otros es absolutamente confiable y todo lo bueno se espera de él. Juegan inermes, relajados, sabedores que hagan lo que hagan el otro lo va a recibir como un regalo, como un don. Están en el centro de un círculo de candor en el que las palabras y las bromas, las miradas y los gestos, las manos entrelazadas, algún abrazo, se suceden muy lentamente con gran naturalidad.

Desde fuera, desde una mirada cínica, aquello es un puro sinsentido. “¿Parecen tontos?, ¿son una pareja de tórtolos ridículos?, ¿se les cae la baba de satisfacción?,¡qué bobos y qué cursis!  No, es más sencillo: están viviendo un exclusivo momento de candor. Nada les falta y nada les sobra: se da como un abandono mutuo en un presente ampliado. Están tan cerca que su afinidad no conoce casi límites. La confianza en el otro es tan estrecha que nada puede pasar.  Ambos, en esa actitud inocente, en un amor incondicional, solo esperan cosas buenas de su pareja, de su amigo, de su padre, de su hijo.  

El candor está en el vínculo de apego seguro. El niño, en los primeros tres años de vida,  confía en su madre sin absolutamente ninguna duda y eso le permite depositar su fe en un mundo futuro que le va a invitar a adentrarse en él sin miedo. En el presente le permite explorar un entorno más allá de su madre pues sabe que podrá volver a la casa de sus brazos en cuanto se lo proponga.

La pareja de enamorados se saben juntos para afrontar cualquier reto: están unidos y lo pueden todo y ahora están proclamando esa unidad casi perfecta. Las amigas juegan y se apoyan: “Tengo mi mejor amiga y eso lo vale todo”. La pareja de ancianos se agasajan recordando todo el tiempo que han pasado juntos, los problemas, las alegrías y las penas: ahora honran un amor duradero e inconmovible. 

El amor con momentos de candor, cuando se alcanza, es felicidad y cura heridas. Pero siempre habrá alguien quien niegue la posibilidad de crear un círculo de candor. “Yo no soy tonto, a mí nadie me engaña, ese amor que da alas al candor es un patraña, un estupidez, una simpleza”. Y le responderemos: “Nunca has disfrutado de ese tipo de momentos.  Quizá estás herido de cinismo”. 

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