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91 millones de dólares

RABBIT
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Jaime Septién - publicado el 19/05/19
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Es por lo que se vendió la escultura Rabbit, de Jeff Koons, en una subasta hace unos días en Nueva York. Es la obra más cara vendida por una persona en vidaCon 91 millones de dólares (81 millones de euros) se pueden comprar muchas cosas. Y también se pueden hacer muchas cosas. En Estados Unidos (EE.UU.), se pueden comprar 455 casas –donde vivirían 1.820 personas–, se pueden construir 11 librerías públicas, se pueden comprar 7,5 millones de libros, se pueden instalar 30 turbinas eólicas con capacidad para dotar de energía limpia a 21 mil casas por un año entero. Con 91 millones de dólares, en África se puede alimentar a 182 millones de niños por un día o a un niño por 182 millones de años.

91 millones de dólares es mucho dinero: una cantidad que debería obligar a su tenedor a reflexionar –y a reflexionar mucho– en su destino, en su lugar en la humanidad. Hospitales, escuelas, albergues; hay pocas cosas que no se puedan lograr con 91 millones de dólares.

91 millones de dólares es el monto por el cual se vendió la escultura Rabbit, de Jeff Koons, en una subasta hace unos días en Nueva York. Es la obra más cara vendida por una persona en vida.

Para los que no conocen la obra de Jeff Koons, el hecho de que esta escultura haya costado 91 millones de dólares podría hacerles pensar que se trata de una obra semejante a La Piedad de Miguel Ángel o a El Pensador de Rodin.

Para los que no conocen a Jeff Koons, la descripción de su obra, hecha por quien subasta su obra, podría hacerles pensar que se trata de un escrutador del alma humana al nivel de Dante: “[la] obra [de Koons] revela la naturaleza del ser humano y de la sociedad en todas sus grotescas contradicciones”. Una especulación que se podría ver corroborada con las palabras del director de la casa de subastas, Alex Rotter, quien afirmó –sin rubor– que Rabbit es “la escultura más importante de la segunda mitad del siglo XX”.

Ahora, para los que no conocen la obra de Jeff Koons, descubrir que la escultura vendida en 91 millones de dólares por la galería Christie’s, la misma escultura que fue comprada por el padre del Secretario del Tesoro de EE.UU por 91 millones de dólares, la mejor escultura de la segunda mitad del siglo XX, la escultura que revela la naturaleza del ser humano, no es otra cosa que la representación de un globo en forma de conejo comiendo una zanahoria.

Seguramente, los que no conocían –hasta este momento– la obra de Jeff Koons están rascándose la cabeza o están dudando de su capacidad para apreciar lo que hoy se considera arte, o están preguntándose en silencio en qué momento se acható tanto la naturaleza humana, perdió toda su complejidad, se vació de tal forma lo que en ella había de divino, que es suficiente un conejo brilloso para revelarla.

Lejos quedó la máxima que Franz Kafka expuso con tanta pasión en su carta a Oskar Pollak, de que un libro, y por extensión el arte, “debe ser un hacha que abra un agujero en el mar helado de nuestro interior”. Olvidemos el hacha y el agujero que abre el hacha. En este mundo pulido las heridas, el dolor y el sufrimiento no tienen lugar: se ignoran, se olvidan, se maquillan.

Olvidemos el mar helado. En este mundo de comodidad el frío, la noche oscura y el silencio no caben: se rehuyen, se temen, se disfrazan. La pregunta es: ¿a este mundo –al mundo que se recrea en la obra de Koons– por lo menos le queda el interior del que habla Kafka?

Si no hay fisura, todo es superficie. Si todo es superficie, el interior se encapsula y se esconde en un lugar donde solo el milagro puede llegar, el milagro gratuito. Vaya paradoja: todo aquel que se refleja en la obra de los 91 millones dólares tiene su única esperanza en lo que nos fue dado sin costo alguno.

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