A 64 años de la partida del autor de “Píntame Angelitos Negros”, su recuerdo es un oasis de frescura para una Venezuela polarizada y quebrada
Fue abogado y político, pero Venezuela lo recuerda como poeta, su poeta. Enseñó a un país roto por siglos de militarismo, caudillismo, enfrentamientos y gobiernos personalistas marcados por la fuerza y el abuso, a perdonar, a ser generosos, inclusivos y hombres honrados. Ese es el verdadero legado de un hombre puro, justo. Tenía el corazón ancho de un ciudadano ejemplar.
Andrés Eloy Blanco fue abogado, escritor, humorista, poeta y político venezolano, nacido en Cumaná el 6 de agosto de 1897. Nace junto al mar, inmensidad que da forma a su espíritu abierto y su alma generosa.
La fama internacional le llegó cuando triunfó clamorosamente en el certamen promovido por el rey Alfonso XIII en 1923, y ganado por el poeta venezolano con el celebérrimo “Canto a España”. Su madre, doña Dolores Meaño, ha quedado inmortalizada con el homenaje sentido del hijo “A un año de tu luz”. “Giraluna” y “Canto a los Hijos” marcaron su etapa final, la de una radiante madurez que rayaba en la genialidad. Pero nunca perdió esa ternura y musicalidad que lo conectaban con el corazón de la gente. Cantaba al pueblo en el lenguaje del pueblo.
Desde joven mostró sus inquietudes por construir un mejor país, sumido en la oscura tiranía de Juan Vicente Gómez, pero también sus cualidades para jugar hermosamente con las palabras de nuestro rico idioma español. Asumió su compromiso con la patria y se unió a los grupos estudiantiles que se rebelaban.
Cuenta su compañero, el luego editor y también escritor, humorista y poeta Miguel Otero Silva: “Escribió versos contra el tirano, editó periódicos clandestinos, conspiró al lado nuestro y, finalmente, fue a parar a la sala de torturas de La Rotunda, y de ahí a un calabozo del mismo presidio siniestro, y de ahí al Castillo de Puerto Cabello, siempre engrillado, enfermo, incomunicado del mundo exterior. Así se mantuvo durante varios años, hasta que la presión de los escritores de América y de Europa logró que lo pusieran en libertad, cuando ya estaba tuberculoso o casi tuberculoso, y sus verdugos creyeron que se les iba a morir”. Pero él estaba destinado a moldear una nación.
Cuando fallece el dictador, en diciembre de 1935, Andrés Eloy reaparece en las calles de Caracas para ponerse de nuevo al servicio del pueblo y de la libertad, cantando al reencuentro entre los venezolanos, con su alma limpia con el testimonio de su vigorosa pluma juvenil: “Él echó por los rosales y yo eché por los espinos, pero él espinó las rosas y yo florecí el zarzal”.
En la cárcel escribió hermosos libros. Desde la tiniebla de un calabozo emergieron brillantes poemas que los niños venezolanos, han escuchado recitar más de una vez, como los “Murales del Maestro de Escuela” y del “Hombre Honrado”, “La Loca Luz Caraballo”, el “Palabreo de la Recluta” y “Píntame Angelitos Negros”.
Tal vez sea “Píntame angelitos negros”, el poema que mostró de manera más nítida y sencilla su singular habilidad para comunicarse con su pueblo. En Venezuela se lo sabe todo el mundo. Lo aprenden los niños en la escuela, lo recitan las madres y lo conservan las abuelas.
Desde sus líneas incide en la realidad social y racial del momento. El poeta reprocha el pintor que la belleza la represente siempre con personajes de piel blanca y no se acerque a la realidad del pueblo, cuya población es de mayoría mestiza o negra. El pintor, que además es del propio país, también pinta como los extranjeros: imágenes blancas. El poeta le pide que, al menos, tenga uno de color negro. “Le pide – explica Susana Marín, en Poemario, publicado en diciembre de 2014- que no haya distinción de razas en la pintura, para que todos están representados por igual y más si hablamos de niños. Pide que la iconografía, que la pintura religiosa, represente más al pueblo y sus características sociales y raciales, con lo que se sentirán más identificados con ella”:
“Pintor nacido en mi tierra
Con el pincel extranjero
Pintor que sigues el rumbo
De tantos pintores viejos
Aunque la virgen sea blanca
Píntame angelitos negros
Que también se van al cielo
Todos los negritos buenos”.
Cuando su partido llegó al poder en 1945, a Andrés Eloy Blanco le correspondió desempeñar un papel brillante y providencial. Fue uno de los contados venezolanos que lograron sobreponerse a la marejada de sectarismos, de intolerancia, de violencias verbales que sacudió a los políticos de aquella época.
Andrés Eloy Blanco fue elegido presidente de la Asamblea Constituyente y –tal como reconoce Otero Silva- “ a no ser por la amplitud y el talento de quien lo dirigía, aquel organismo habría concluido varias de sus sesiones a tiros (…) El poeta encauzaba y apaciguaba las pasiones por obra y gracia de sus espléndidas intervenciones, de su comprensión humana e incluso de los punzantes epigramas sin veneno que enviaba desde la Presidencia a los Parlamentarios de la oposición. .. y también a los del gobierno. Algunos discursos suyos, pronunciados en la Asamblea Constituyente, son piezas oratorias antológicas, por el estilo y por el contenido”.
Después vino el destierro y fue definitivo. En una de esas aventuras golpistas, tan familiares para los latinoamericanos, cae el gobierno de Rómulo Gallegos. En aquél entonces, Andrés Eloy Blanco era ministro de Relaciones Exteriores y se encontraba en Francia, en misión oficial. En el extranjero lo obligaron a quedarse y, pobre y digno como siempre había sido, se fue a vivir a México, con su mujer y sus hijos y sólo volvió a Venezuela para asistir al entierro de la madre.
Le tocaría experimentar en carne propia la maldición de la tierra venezolana que él mismo señaló en un poema: “el hijo grande se le muere afuera”.
No cultivaba rencores, perdonaba a sus enemigos, era tolerante con aquellos que habían sido ruines y malvados con él. Jamás aconsejó a sus hijos que vengaran los agravios recibidos por su padre, sino todo lo contrario.
“por mí ni un odio, hijo mío,
ni un solo rencor por mí
no derramar ni la sangre
que cabe en un colibrí …”
Un día 21 de mayo de 1955 ocurre su trágico fallecimiento en México, donde se encontraba exiliado. La muerte le llegó de esa forma incomprensible en que a veces se van los insignes: un accidente automovilístico inexplicable y hasta estúpido.
Andrés Eloy Blanco se fue, dejándonos una invaluable herencia, su vasta y entrañable obra como piezas invaluables de patrimonio espiritual.
Lo identifica su amor a Venezuela. Ese amor corre como caudaloso río por todos sus poemas. Su amor a Venezuela lo llevó a la cárcel, al destierro y a la muerte misma. “Era la suya una pasión avasallante por la geografía venezolana, por la historia venezolana y, ante todo, por el pueblo venezolano:
“Madre si me matan ábreme la herida, ciérrame los ojos.
y tráeme un pobre hombre de algún pobre pueblo,
y esa pobre mano por la que me matan pónmela en la herida por la que me muero”.
Venezuela ha tenido sobresalientes poetas “pero los únicos versos que el pueblo venezolano se sabe de memoria son los de Andrés Eloy Blanco. Y los repite en aquellos trances cruciales en que se enamora, cuando llora a sus muertos y cuando se enfrenta a sus enemigos”, recuerda Otero Silva.
Murió desterrado, sin alcanzar a ver el levantamiento de su pueblo con que soñaba, ni la hora de soltar los prisioneros con que soñaba más todavía. Trajeron su cuerpo a Caracas y su entierro fue un cortejo vigilado por esbirros que miraban sombríamente a los asistentes y anotaban sus nombres”, escribió en una emotiva crónica sobre el amigo inolvidable.
Así corresponde nuestra gente a su amor y entrega reconociéndolo para siempre como “el poeta del pueblo”. Ante la sola mención de Andrés Eloy Blanco lo mejor de cada venezolano sale de cada entraña para cubrir nuestra hoy sufrida tierra como un paraguas de bondad y esperanza. Quizá sea ese influjo lo que, a pesar de todo, mantiene a raya la prédica de odio para que no pueda contaminar totalmente el alma venezolana.