Si a los adultos nos cuesta conectar con nuestras necesidades y gestionar nuestras emociones, a un niño le resultará mucho más complejo
Muchos padres se sienten culpables por la mala conducta de sus hijos: “¿seré mala madre?”, “¿Estaré haciendo algo mal como padre?”.
Sin embargo, es importante tener en cuenta que, si a los adultos nos cuesta conectar con nuestras necesidades y gestionar nuestras emociones, a un niño le resultará mucho más complejo.
El descontrol emocional que experimentan, normalmente, lo exteriorizan en forma de enfado y/o rebeldía, pues no saben qué necesitan ni cómo pedirlo. Por tanto, detrás de un niño difícil hay una emoción que no está sabiendo expresar.
La reacción que genera en el adulto esta conducta hace que se recurra -con frecuencia- al castigo (físico, verbal o material), lo que genera un aumento de las emociones negativas en el niño, así como una mayor frustración e incapacidad.
Los niños necesitan comprender qué les está pasando y aprender a pedir ayuda. Para ello, hacer de espejo les facilita conectar con su sufrimiento. Algunas de sus demandas pueden ser:
- Necesidad de sentirse reconocido en lo que hace. Los niños necesitan sentir que sus padres refuerzan positivamente sus conductas (jugar, comer bien, ayudar a sus hermanos…). Cuando no reciben atención o pasan desapercibidos (por eclipsamiento de otro hermano, por los conflictos entre sus padres, etc.) se frustran y reprimen sus emociones.
- Necesidad de expresar los miedos no identificados. Miedos nocturnos, a la pérdida de algún familiar, a la muerte, a que otro hermano le sustituya. Los miedos, si no son expresados se enquistan, se somatizan o se expresan de forma descontrolada y desadaptativa (tristeza profunda, sensibilidad excesiva, angustia, rabietas, etc.)
- Necesidad de desculpabilizarse. Los niños tienden a culpabilizarse y se pueden estar cargando con responsabilidades que no les corresponden. Por ejemplo, la separación de los padres, la muerte de alguien, la enfermedad de la madre, el estrés del padre…
Es necesario ayudarles a canalizar estas emociones y ofrecerles herramientas para gestionar de manera sana sus necesidades. Algunas claves para ello:
- Crear una tabla de emociones que le permita detectar cómo se siente, así como, un termómetro que mida el nivel de la emoción (del 0 al 10). Es importante que entienda que puede sentir emociones distintas ante un mismo hecho y que la intensidad de las emociones varía.
- Ofrecerle 2 ó 3 alternativas para canalizar sus emociones. Por ejemplo: “quizás puedes necesitar un abrazo, o un poco de espacio para pensar, o expresar algo a papá o a mamá”
- Hacer uso del refuerzo positivo: “confío en ti”, “sé que puedes hacerlo”, “no me decepciona que lo hagas así”, “no me voy a ir porque estés enfadado”.
- Dar oportunidades y marcar límites. El niño debe comprender que existen unas reglas del juego y unas obligaciones. Son importantes las rutinas, que él sepa en qué momentos le toca hacer cosas y cuando parar.