También están ellos, los padres. Al concebir un hijo siempre hay un hombre. Y los hombres no siempre fuerzan a las mujeres a abortar; muchas veces son felices de ser padres. Pero las leyes del aborto les excluyen sistemáticamenteEn el metro, un joven se me acerca y parece conmocionado. No puedo dejar de observar que empieza a llorar, mirando su celular de manera espasmódica.
“Are you ok?”, no puedo dejar de preguntarle.
“Sorry…”, me dice, enjugándose las lágrimas con la manga de su camiseta.
“Mi novia estaba embarazada. Yo estaba muy contento, mi familia era muy feliz. Me ha llamado hace 10 minutos para decirme que ha abortado. Pero yo no sabía nada, no me lo había dicho, no me dijo nada, pienso que no es justo, ¡era también mi hijo!” Y vuelve a echarse a llorar.
Yo estoy conmovida. ¿Por qué me encontré yo con este hombre herido por el aborto de su novia en Nueva York? Es algo que pienso con frecuencia, que me hace sufrir.
Si ya encuentro absurda la ley del aborto en general, que de hecho legaliza un homicidio, y que como ser humano aún no logro que me entre en la cabeza cómo podemos aceptarlo e incluso promoverlo, como mujer encuentro doblemente absurdo que la decisión sea exclusivamente de la mujer.
Se concibe entre dos, se decide entre dos, se es en dos, siempre y en toda circunstancia. Y encuentro doblemente egoista que los padres no tengan ni voz ni voto: ese niño en el seno de la mujer “es también su hijo”, como decía ese muchacho mientras lloraba, y yo no podía decir otra cosa que “I’m so sorry, you’re right”.
Después entró una mujer india con un niño, se sentaron delante, y empezaron a jugar.
Los ojos rojos del muchacho se iluminaron por un momento. Pero después volvió a echarse a llorar.
Salí tras ponerle la mano en la espalda y decirle “God bless you”. No pude decir otra cosa.
Estoy inmensamente triste por la consciencia de que no comprendemos el valor de la vida y del amor, que somos capaces de concebir todo tipo de nueva tecnología, pero permitimos números de genocidio en lo que respecta al aborto, destrozando corazones y vidas.
Pero sé que no podré olvidar los ojos oscuros y profundos de ese muchacho.
Aquí el link al post original de Anna Raisa Favale, colaboradora de Aleteia
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