Hoy encuentra cosas perdidas a quien ruegue por su alma. Un relato increíble que forma parte de la cultura popular venezolana…¿Será cierto?
“Se le extravió algo o alguien? ¿Le deben dinero y no quieren pagárselo? ¿Le robaron una pertenencia? Pídale con fe a Gregorio de La Rivera y tenga por seguro que el objeto aparecerá, el dinero se lo pagarán y lo robado lo encontrará. Haga la prueba y verificará que es cierto.”
Eso dicen y eso hace la gente desde tiempos remotos en distintas localidades de Venezuela.
La historia se desarrolla entre los años 1710 y 1740. Un curioso personaje de nombre Gregorio de la Rivera, nace y muere entre esas fechas, en la Ciudad de Mérida (Andes venezolanos). Es de esos relatos que pasan de boca en boca y de viejos a jóvenes. Lo recogen cronistas y lo cuentan los maestros.
Vivió una tormentosa relación con su esposa Josefa Ramírez de la Parra, una hermosa joven a la que Gregorio celaba de forma enfermiza. La que golpeaba y vejaba constantemente. Llegó un día en que la persiguió con un puñal y ella logró huir para refugiarse en un convento de monjas clarisas. Y allí comienza el drama.
La abadesa se niega a entregar a Josefa a su iracundo marido, quien golpeó las puertas del convento y profirió improperios a gritos contra las religiosas. Fue comisionado para mediar en el conflicto el capellán del convento y funcionario del Santo Oficio, el padre Francisco de la Peña y Bohórquez. La situación se hizo tan tensa que Gregorio asesinó de un disparo de carabina al sacerdote, luego de lo cual escapó hacia los montes. El hecho ocurrió el 5 de marzo de 1739. Y aquí comienza la leyenda.
Luego de cabalgar toda la noche, se encontró al amanecer, de nuevo e inexplicablemente en el lugar del crimen, justo enfrente de la Iglesia Mayor de Mérida. Gregorio tenía cara de espanto pues “una especie de dragón, en cuyos ojos, como a oscuras, ardía el furor de los infiernos”, lo había seguido muy de cerca en su huida. Contó que logró entrar a una casita en pleno bosque pero el demonio casi derriba la puerta. Al colocarse con el cuerpo de frente y las manos y brazos abiertos intentando sostener el marco de madera de la entrada, esa forma anatómica de cruz ahuyentó al diablo. Y aquí comienza el milagro.
Unos gritos desesperados despertaron a la ciudad de Mérida la mañana en que Gregorio regresó, arrepentido, para entregarse a la justicia. Fue excomulgado y, tras un proceso, fue condenado a muerte en 1740. Se comenta que el alma de Gregorio de la Rivera reveló a una monja en Bogotá – de donde eran sus padres, pertenecientes a una acomodada familia- que Dios le había concedido la gracia de hacer aparecer las cosas perdidas a quien rogara por su alma. El testimonio es recogido por el reconocido historiador merideño Don Tulio Febres Cordero.
Pero algo más logra Gregorio de la Rivera. Es célebre por su capacidad de encontrar puesto si todos están llenos cuando usted necesita aparcar su automóvil. Es común que escuche a un venezolano decir: “Gregorio de la Rivera, consígueme lugar!”. Y, acto seguido, sale alguien y el puesto es suyo.
Como su alma estaba perdida y él la encontró, lo invocan para tal fin; conseguir lo extraviado.
He aquí un relato increíble que forma parte de la cultura popular venezolana.