En China hay más hombres que mujeres. Ahora, gracias a los acuerdos económico-comerciales entre ambos países, las familias chinas se abastecen de “esposas” de Pakistán, sobre todo de la minoría cristiana. La Iglesia ha denunciado este fenómeno
El método con que operan estas organizaciones criminales ha sido explicado por Jameel Ahmed Khan, un alto funcionario de la Federal Investigation Agency (FIA) en Lahore. “Los traficantes raptan mujeres y jóvenes vulnerables, ofreciéndoles trabajo y transporte a China, donde las venden, por cifras que van de los 3.000 a los 13.000 dólares, a familias chinas que buscan esposas para sus hijos. Una vez compradas, mujeres y niñas son normalmente encerradas en una habitación y violadas repetidamente: el objetivo es que se queden embarazadas en seguida”. Según algunas estimaciones, desde octubre de 2018 al menos 1000 chicas paquistaníes habrían sido vendidas como “esposas”. (Il Timone)
Un crimen sistemático contra la humanidad, y precisamente en sus franjas más débiles y vulnerables: mujeres, a menudo jovencísimas, de una minoría perseguida, como lo es indudablemente la cristiana en Pakistán, y no es la única.
Trágico (y previsible) fruto de la política del hijo único en China: faltan millones de mujeres
Antes de detenernos en el horror de este verdadero y auténtico mercado que incluso tiene algo que añadir a las masacres de la trata de esclavos llevada a cabo en siglos pasados, habría que reflexionar sobre la causa primera que lo ha provocado y que sigue alimentándolo.
Las mujeres en China han sido exterminadas sistemáticamente, antes de nacer o, en caso de no superar el control de calidad, incluso después.
La política del hijo único (en vigor entre 1979 y 2015, cuando la Corte suprema china concedió a las familias tener “incluso” dos hijos) ha llevado a la mayor parte de las familias a privilegiar el nacimiento de hijos varones con métodos bastante expeditivos: abortos masivos de fetos femeninos. El resultado inevitable es la trágica desproporción entre hombres y mujeres y la dificultad extrema, para los varones en edad de casarse, de lograr encontrar una mujer.
Este es el motor que sigue haciendo girar la maquinaria de la trata de mujeres en el continente asiático. El detonante, como es habitual, es el desprecio de la persona, la falta de su reconocimiento como igual, tanto en lo que respecta al género como – se presume – a la etnia. La mujer, considerada como respuesta a una necesidad imperiosa e irrenunciable, es tomada en “nichos” de mercado indefensos. Como se hace con las tierras raras o el petróleo o los diamantes – y también los chinos destacan en la explotación de estos yacimientos. ¿Hacen falta? ¿Dan rendimiento? Vamos a tomarlos.
Pero tanto Pakistán, como la India y otros países asiáticos sufren también del mismo mal que se auto infligen. Los miembros del sexo femenino no son bien recibidos, y muy a menudo se les suprime. Antes de nacer, en el momento del parto, o años después. Las supervivientes pueden encontrarse con otro brazo de la muerte por etapas: el de la prostitución infantil, forzada obviamente como la administración de hormonas a las que las víctimas menores de edad son sometidas.
La denuncia del fenómeno fue hecha por Human Rights Watch el pasado mes de diciembre:
La carencia de mujeres está teniendo consecuencias dañinas en China y también en los países vecinos. (…) Los traficantes raptan a mujeres y jóvenes vulnerables, ofreciéndoles trabajo y traslado a China, para venderlas después, por sumas que van de los 3.000 a los 13.000 dólares, a familias chinas que no logran encontrar una mujer para su hijo. Una vez que han sido compradas, mujeres y niñas son normalmente encerradas en una habitación y violadas repetidamente: el objetivo es que se queden embarazadas en seguida para poder dar un hijo a la familia. Después del parto, algunas reciben el permiso de irse, pero no pueden llevarse a sus hijos con ellas. Hay pruebas de la existencia de esta trata de “esposas” también en Camboya, en Corea del Norte y en Vietnam, y podrían producirse en otros países que tienen frontera con China. La importación de mujeres no resuelve la carencia, sino que la difunde. (Human Rights Watch)
Entre los países “proveedores” de esposas para China, Myanmar y casi todo el Sudeste asiático
El mismo fenómeno había sido ya denunciado respecto a Myanmar, otro país “abastecedor” de esposas forzadas. Lo denunciaba en abril Sophie Richardson, directora china de HRW:
Human Rights Watch ha documentado el tráfico de esposas en Myanmar, donde cada año cientos de mujeres y jóvenes son engañadas con falsas promesas de trabajo para ir a China, para después ser vendidas a familias chinas como esposas, y retenidas en esclavitud sexual, a veces durante años. La que logra escapar a menudo debe dejar atrás a sus hijos. Los periodistas han documentado formas similares de tráfico de esposas en Camboya, Laos, Corea del Norte y Vietnam.
Las víctimas, sobre todo entre la minoría cristiana
Lo que impacta y nos confirma en la certeza de no hay límite a la maldad humana – si no la paciencia de Dios – es que las víctimas son precisamente las más jóvenes e indefensas: en Pakistán, de hecho, las esposas raptadas son casi todas jóvenes, poco más que niñas, cristianas.
Según recoge Asia News, dos jóvenes lograron huir de sus “maridos” chinos y salvarse de la prostitución en el burdel en el que estaban encerradas. Se llaman Samina y Tasawur Bibi, y como ellas, cientos de otras jóvenes han sido entregadas a los clientes chinos gracias a un comprobado corredor económico y criminal entre ambos países. Cómplices también hay pastores cristianos que falsificaban certificados religiosos para justificar los matrimonios, sobre todo con los padres de las jóvenes.
La primera en denunciar el tráfico ha sido precisamente la Iglesia católica, en 2017. A lo largo de la llamada Nueva Ruta de la Seda se encaminan también muchos trabajadores chinos: en suelo pakistaní contraen matrimonio con mujeres que se convierten en esclavas sexuales y yeguas para sus amos.
A lo largo de la nueva ruta de la seda, rastros de violencia y abusos
Varias familias cristianas han interpuesto denuncia contra el tráfico de mujeres en Lahore ante la Comisión Nacional de Justicia y Paz de la Conferencia Episcopal. En Pakistán operan varias empresas de Pekín ligadas al Corredor económico chino-pakistaní (China Pakistan Economic Corridor), uno de los proyectos clave de la “Nueva Ruta de la Seda”, que emplean a trabajadores chinos. (Asia News)
Desde noviembre de 2017 hasta hoy se han celebrado al menos 700 matrimonios mixtos con modalidades parecidas: propuesta de matrimonio apoyada por la familia o por figuras de referencia local, producción de certificados falsos, consentimientos obtenidos mediante la fuerza, uso de drogas y amenazas.
Como sucedió a Muqadas Saddique, joven paquistaní de 19 años. En febrero de este año se casó en Islamabad con Ma Shitao, chino.
Cuenta a Asia News: “Varias mujeres de nuestro barrio me habían propuesto el matrimonio. Fui a conocer al esposo junto a mi familia, pero no sabía que habían organizado el matrimonio para el mismo día. Lo habían preparado todo con su pastor. Nos drogaron con té adulterado, así consentimos a todo lo que se nos pedía”. La joven volvió a casa el día después. “Consentí al matrimonio – añade – para dar un futuro mejor a mis tres hermanas. Shitao es alcohólico. Él y las demás mujeres me hicieron firmar [los documentos de las bodas] con la fuerza. Quiero salir de este fango. Mi marido me chantajea”. El P. Bernard protesta: “Los medios de comunicación paquistaníes ignoran a propósito estas historias. El gobierno no quiere presentar críticas que puedan poner en peligro su proyecto bandera con el viejo amigo. Pero las repercusiones socio-culturales son ya evidentes en la sociedad. Los chinos están abusando de nuestra confianza y de la política [preferencial] de los visados. Las víctimas más fáciles son las familias pobres”.
Nota al pie, amarga: no hay #metoo para estas jóvenes. ¡Esperemos tiempos y hashtag mejores!